Uno de mis primeros recuerdos es el olor penetrante del alcohol. Cada noche, mi madre rociaba el fregadero y las encimeras de la cocina con alcohol isopropílico para desinfectarlos, y no me extraña: me cuidó durante meses cuando contraje una desagradable infección de salmonela cuando era pequeña. Los microbios eran su némesis. “Me convertí en una auténtica loca de la limpieza”, reconoció hace poco. “En serio me convertí en una misofóbica”.