A medida que el año se va apagando, pasa algo casi automático. Miramos atrás, repasamos lo vivido —lo bueno, lo regular, lo que dolió— y, sin decirlo en voz alta, empezamos a pedirle algo al año que llega. Salud, trabajo, amor, tranquilidad. O simplemente que sea mejor.
Y ahí aparecen las cábalas. Algunas muy antiguas, otras adaptadas con el tiempo, pero todas con el mismo objetivo: empezar el año nuevo con esperanza y buena energía.
Una de las más repetidas, sin discusión, es comer las doce uvas. Una por cada campanada. Doce deseos, doce meses por delante. Esta tradición, llegada desde España, se ha instalado en muchos hogares y no falta en la mesa de Nochevieja. Algunos recomiendan hacerlo de pie, como símbolo de actitud firme frente al nuevo año. Otros apenas logran terminar las uvas antes del último “gong”. Sea como sea, el deseo siempre está ahí.
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Otra cábala que gana adeptos año tras año es estrenar ropa interior roja. Se dice que atrae la suerte y el amor, y que ayuda a empezar el año con energía renovada. Para quienes no se sienten cómodos con este color, existe una alternativa más discreta: atar un lazo rojo en la muñeca izquierda. Pequeño gesto, misma intención.
Después de las uvas llega el brindis, y con él otra tradición curiosa: colocar un objeto de oro dentro de la copa de champán. Puede ser un anillo, unos pendientes o una pulsera —mejor si es una joya que uses con frecuencia—. La idea es beber toda la copa para atraer prosperidad y buenos deseos. Eso sí, con cuidado y sin tragarse la joya.
En Ecuador, una de las imágenes más potentes de fin de año sigue siendo la quema del año viejo. El monigote, que representa al año que termina, es despedido entre risas, nostalgia y, a veces, golpes simbólicos. Hay quienes escriben en un papel lo malo vivido y lo queman junto al muñeco, como una forma de soltar lo que ya no quieren cargar.
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Antes de la quema, aparece la conocida “caridad para el viejo”. Niños, jóvenes y adultos —algunos disfrazados de viudas, con dramatismo exagerado— toman las calles para pedir monedas. Para unos es tradición popular; para otros, simple folclore urbano. En cualquier caso, es parte del paisaje de la última noche del año.
No faltan tampoco los rituales relacionados con la abundancia: poner un billete en el zapato derecho, usar ropa interior amarilla, o incluso salir con una maleta a dar una vuelta rápida, por si el nuevo año trae algún viaje inesperado.
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¿Funcionan estas cábalas? Nadie lo sabe con certeza. Pero lo que sí hacen es unir a la gente, arrancar sonrisas, generar conversación y darle un toque especial a la despedida del año.
Porque, al final, más allá de rituales y supersticiones, lo importante es eso: cerrar un ciclo, agradecer lo vivido y abrir la puerta —con ilusión— a todo lo que está por venir. (I)



























