Un hombre llevaba lo que parecía una vieja antena de televisión y un machete. Una mujer a su lado sostenía una pequeña jaula de metal -una trampa- y dos bolsas repletas de plátanos.

Su misión: detener el próximo brote de fiebre amarilla en los monos antes de que se extienda a los humanos.

Puede que Brasil esté tratando de hacer frente a la segunda tasa más alta de muertes por covid-19 en el mundo, después de Estados Unidos. Pero los científicos temen que esta otra enfermedad, mucho más letal, pueda irrumpir de nuevo en el país sudamericano.

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La fiebre amarilla infecta a unas 200.000 personas y mata a 30.000 de ellas cada año, más que los atentados terroristas y los accidentes de avión juntos.

Causada por un virus que se propaga entre humanos y primates a través de los mosquitos, sus síntomas incluyen fiebre severa, dolores de cabeza y, en algunos pacientes, ictericia (coloración amarilla de la piel que da nombre a la enfermedad).

Los casos graves pueden provocar hemorragias internas y fallo hepático.

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Aproximadamente el 15% de las personas afectadas por la fiebre amarilla morirán de ella si no están vacunadas, una tasa de mortalidad muy superior a la de la covid-19.

El misterio de los monos de Costa Rica que se están volviendo amarillos

En los últimos años, Brasil ha visto más casos de fiebre amarilla que cualquier otro país.

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En diciembre de 2016, un brote comenzó en Minas Gerais y se extendió al vecino Espírito Santo. En ese momento, unos 40 millones de brasileños en riesgo de contraer la fiebre amarilla carecían de vacunas.

En mayo de 2017, se había extendido a lo largo y ancho de Brasil, con focos en los estados vecinos de Río de Janeiro y Minas Gerais, pero con brotes adicionales en lugares tan lejanos como el estado norteño de Pará, a casi 4.800 km de distancia.

Fue el peor brote en más de 80 años. Se infectaron más de 3.000 personas. Casi 400 murieron en cuestión de meses.

“Cuando tienes primates atrapados en pequeños bosques en una densidad alta... es fácil que todos se infecten”, dice Carlos Ramón Ruiz-Miranda, biólogo conservacionista de la Universidad Estatal del Norte de Río de Janeiro.

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En los bosques infestados de mosquitos de Brasil, la enfermedad parece saltar con especial rapidez entre los tamarinos león dorado (así se llama esta especie de monos) y los humanos.

Pero aunque los mosquitos son los portadores, son las personas las que están empeorando la situación.

A medida que los humanos invaden más y más la selva, reducen la diversidad biológica y se acercan al hábitat de otros primates.

Esta tendencia no se detendrá pronto, lo que significa que el próximo brote puede ser aún más mortífero.