El estudio de la naturaleza o de las características tumorales a través de una simple muestra de sangre puede parecer algo, a priori, futurista o incluso sacado de una película de ciencia ficción. Pero la realidad es otra. No necesitamos ir al cine o leer a Asimov para comprobar que este hecho no pertenece al mundo de la fantasía. Pertenece al mundo real. Al nuestro.

¿Significa eso que la sangre puede albergar la información necesaria para ayudar al diagnóstico, tratamiento y seguimiento de una enfermedad como el cáncer? La respuesta, obviamente, ya la sabemos.

Para entender cómo es posible solo necesitamos saber que cualquier célula de nuestro cuerpo necesita nutrientes y oxígeno para poder crecer y dividirse. Este alimento solo tiene una forma de llegar a ellas. ¿Cuál es? ¡Bingo! La sangre.

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Del mismo modo que las células de nuestro organismo se nutren a través del torrente sanguíneo, las células cancerígenas promueven la creación de nuevos vasos sanguíneos (angiogénesis) que las alcanzan, aportándoles todo lo que necesitan para desarrollarse. ¿Qué ocurriría si algunas células cancerígenas, en ocasiones, liberaran compuestos propios del tumor como material genético, proteínas, o incluso células cancerígenas completas al torrente? Fácil: podríamos detectarlas.

Los diferentes componentes tumorales susceptibles de ser analizados en sangre son múltiples. En concreto, hay dos de los que tenemos bastante información: el material genético tumoral circulante (ADN tumoral circulante) y las células tumorales circulantes.

ADN tumoral circulante: la huella dactilar al descubierto

Las células tumorales son células de nuestro organismo cuyo material genético ha ido acumulando una serie de mutaciones que les otorga unas características específicas. Entre otras, la proliferación descontrolada o una mayor resistencia.

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Una de las principales ventajas que presenta la biopsia líquida es que, al detectar en la sangre este material genético, permite desvelar la naturaleza completa del tumor desde dentro, es decir, su huella dactilar. Pero hay un problema, y es que las células tumorales no son las únicas que liberan componentes al torrente sanguíneo. El resto de células también lo hace.

Para entender bien la situación, basta imaginar que nos vamos de pesca a los innumerables afluentes de nuestro torrente sanguíneo. Cogemos el cubo, la gorra, las botas, una silla bien cómoda y, por supuesto, la caña.

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La dificultad de pescar en estos riachuelos carmesíes no está en la escasez de peces que se encuentran en ellos. De hecho, podríamos decir que es totalmente lo contrario. El gran hándicap que presentan estos ríos es que, de los millones y millones de peces que nadan en su caudal, tan solo uno de cada mil realmente nos interesa. Ha leído bien: estamos buscando un pez entre mil.

Podemos así imaginar lo sensible que debe ser nuestra caña de pescar para dar exclusivamente con nuestro objetivo. Por suerte, las técnicas de detección de ADN tumoral circulante en sangre cuentan con el “cebo” perfecto. Estas técnicas ultrasensibles son capaces de detectar material genético tumoral ultradiluido, es decir, en un porcentaje inferior al 0.1% en comparación con el resto de material genético circulante. Gracias a estas técnicas, encontrar una aguja en un pajar nunca había sido tan fácil.

Células tumorales circulantes: unas viajeras peligrosas

Algo similar sucede con las células tumorales que se desprenden del tumor y entran en circulación en nuestro torrente sanguíneo. Estas células serán aquellas que, una vez en circulación, podrán instalarse en otra región del cuerpo y comenzar a proliferar en una zona completamente distinta y distante del tumor original. Lo que denominamos metástasis.

Su funcionamiento podría recordar a los tejemanejes que utiliza el cuco común para criar a sus polluelos. O, mejor dicho, para que se los críen. Esta ave acude a los nidos de otras especies para poner sus huevos, y, de paso, aprovecharse de una “pensión completa”. Me desprendo de mi nido para dividirme en otro. Una idea bastante inteligente, por cierto.

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Las células tumorales actúan de un modo parecido. Una vez se encuentran circulando por nuestro organismo pueden instalarse en una región diferente y comenzar a dividirse, originando un segundo tumor. Sin embargo, el número de células que son detectadas en circulación provenientes del tumor es bastante bajo, por lo que las técnicas de detección, de nuevo, deben ser ultrasensibles.

En este caso, poniéndole cifras, se estima que la concentración de células tumorales circulantes en pacientes metastásicos se encuentra entre una y siete células por cada mililitro de sangre, siendo mucho menor en pacientes en etapas tempranas de la enfermedad.

¿Y viajan solas estas células invasoras? Evidentemente, no. Cuentan nada más y nada menos que con dos millones y medio de compañeras de viaje en ese pequeño volumen de sangre. Estas compañeras son células mononucleares que se encuentran en nuestra sangre de manera natural, como linfocitos.

A pesar de todo, la biopsia líquida es capaz de detectar estas células tumorales a pesar de encontrarse en un número tan bajo, contarlas, caracterizarlas y analizarlas, aprovechando la información que poseen para determinar el riesgo de sufrir metástasis, observar el desarrollo de la enfermedad o determinar tratamientos para combatir el tumor.

¿Qué nos ofrece la biopsia líquida?

Esta detección ultrasensible nos ofrece multitud de beneficios en diversos aspectos. Para empezar, nos permite conocer la naturaleza exacta del tumor en su totalidad, y no únicamente de una pequeña parte de él, tal y como ocurre con técnicas actuales.

En segundo lugar, este exhaustivo análisis tanto de su huella dactilar como de sus células abre el abanico de posibles tratamientos para vencerlo.

En tercer lugar, la biopsia líquida permite realizar un seguimiento del desarrollo del mismo, anteponiéndose a la aparición de posibles recaídas. No hay que olvidar que la presencia de ADN y células tumorales circulantes tras la cirugía o el tratamiento se ha relacionado directamente con la alta probabilidad de sufrir una recaída de la enfermedad.

Otra ventaja es que este tipo de biopsia permite el conocimiento del tumor sin recurrir a técnicas invasivas, al tratarse de una simple muestra de sangre.

Por último, aunque no menos importante, permite la detección de la enfermedad en etapas muy tempranas de la misma, aumentando considerablemente las posibilidades de superarla. Estas técnicas permitirán la detección tumoral antes del inicio de sintomatología, antes de que las técnicas “tradicionales” puedan detectarlo.

Además de estos componentes, numerosas proteínas, vesículas, plaquetas y otros tipos celulares están siendo estudiados como elementos que podrían aportar más información acerca de las características tumorales.

Por otro lado, no solo la sangre es utilizada como biopsia líquida. El estudio de otros fluidos como la orina, saliva, médula ósea, o fluido cerebroespinal también está en auge.

No hace tanto tiempo, la detección y utilidad de componentes circulantes en sangre para el tratamiento del cáncer era algo inimaginable. Utilizar elementos del tumor que se encuentran circulando en el propio torrente sanguíneo para detectarlo, conocerlo, entenderlo y vencerlo… ¡vaya pasada! En casos como este, una vez más, la realidad supera a la ficción. (I)

Este artículo resultó finalista de la primera edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.

Por: Alfonso Alba Bernal

Doctorando en el grupo de investigación de biopsia líquida del Centro de Investigaciones Médico-Sanitarias, Universidad de Málaga