Cada año, cerca de 703.000 personas se quitan la vida y muchas más intentan hacerlo. La tragedia afecta a familias, comunidades y países, pero los efectos más duraderos son para los allegados de la víctima.
Una de cada cien muertes es por suicidio. Puede ocurrir a cualquier edad, y en 2019 fue la cuarta causa de defunción en el grupo de 15 a 29 años en todo el mundo, así están los datos de la Organización Mundial de la Salud y Organización Panamericana de la Salud.
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No es un problema de los países de altos ingresos. La tasa mundial de mortalidad por suicidio ha ido bajando en el mundo desde 2000, pero ha aumentado en el continente americano.
La OPS y otras organizaciones asociadas publicaron en febrero de este año un informe en el que se detalla que el 79 % de los suicidios en nuestro continente ocurre entre hombres, pero entre las mujeres también ha subido. En 2019 se registraron más de 97.000 en el continente.
Uno de los mayores temores, aunque parezca contradictorio, es hablar del malestar emocional y pedir ayuda.
El estudio revela que la tasa promedio de suicidio entre los hombres de la región disminuye cuando crece el gasto en salud per cápita, mientras que en esto depende el aumento del número de profesionales de salud mental por cada 10.000 habitantes. Y que es urgente apoyar a las personas que habitan en zonas rurales aisladas.
Por el contrario, el suicidio entre los hombres aumenta junto con la tasa de mortalidad por homicidio, la prevalencia de drogas de uso intravenoso, el consumo riesgoso de alcohol y la tasa de desempleo. Para las mujeres, los dos factores centrales son la desigualdad en la educación y el desempleo.
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Vivir conflictos, catástrofes, actos violentos, abusos, pérdida de seres queridos y sensación de aislamiento puede generar conductas suicidas; el informe habla de tasas de suicidio elevadas entre los grupos vulnerables y discriminados, como los refugiados y migrantes; los pueblos indígenas; las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales; y los reclusos. “El principal factor de riesgo es, con diferencia, un intento previo de suicidio”, escriben los autores.
¿Qué pasa con la familia después del suicidio?
Hay una intervención para las familias que han sufrido la experiencia de un suicidio. La psicóloga clínica María Victoria Félix, del Hospital de Los Valles, en Quito, nos explica que la posvención se enfoca en la familia, el grupo cercano.
“Hay casos en los que la familia no se dio cuenta de que esta persona estaba pasando por una gran depresión, no vio los llamados, y por eso entra en culpa; la gente a su alrededor hace juicio hacia ellos: ‘¿Cómo no te diste cuenta?, ¿y por qué no hiciste nada?’”, dice Félix.
Es importante preguntarse qué pasa con los familiares y los amigos, continúa la psicóloga, porque es un tema del que no se habla. “La gente no sabe qué hacer, evita hablar de lo que pasó, sienten rechazo, vergüenza y no saben cómo manejarlo”.
En la posvención, un equipo de profesionales de la salud le enseñará a la familia cómo enfrentarse a la situación.
- Aceptar que su ser querido tomó la decisión de suicidarse.
- Aprender a manejarlo emocionalmente.
- Aprender a enfrentarse con la sociedad, qué esperar y qué responder.
Esto es necesario para que los sobrevivientes no caigan en depresión. “Es educación. La gente no sabe que existe la posvención y que ellos necesitan entrar a terapia. No saben adónde acudir. Que puedan pedir ayuda es lo más importante, pero tristemente, muchos no la piden”.
Félix anima a las personas a comunicar lo que sienten. Es válido decir que no se sienten bien, que están pasando por un mal momento. Descubrirán que otros ya han pasado por lo que ahora están viviendo y que su duelo es normal.
El primer paso es contactar a un psicólogo entrenado y ligado en la terapia del duelo. Puede ser familiar o individual. Cada persona evoluciona de manera diferente. “No se trata de que si en dos meses no está bien todo fue un fracaso. Usted tiene su tiempo para sanar, puede tardar un año o un mes. No hay una cifra exacta de sesiones”.
El principal factor de riesgo es, con diferencia, un intento previo de suicidio.
Cuando no se hace un duelo sano, queda en la familia la sensación de culpa que puede llevar a la división.
“Puede haber un divorcio, porque el dolor es tan grande que no saben cómo sobrellevarlo; los hermanos que están en la escuela o en la universidad pueden también tener problemas de ansiedad, de depresión, de ira, porque no hay un buen manejo emocional”.
Cuando hay niños, estos tendrán reacciones diferentes de los adultos. “Un niño no sabe bien cómo expresar sus emociones y puede hacerlo pegando a otros, fallando en la concentración”, indica Félix. Otros permanecen en silencio. O cambian su personalidad, de extroversión a introversión.
Hablar de allegados es incluir a los amigos, la escuela, el trabajo. “Si estamos hablando de una persona (profesor o alumno) que está en el colegio, que es una comunidad casi familiar, hay que hacer una intervención con todos, no solo con el curso. Es impactante saber que una persona conocida no está más con ellos”.
Parte de esa educación consiste en hablar del trasfondo del suicidio, el trastorno de depresión mayor. La comunidad y la familia pueden aprender sobre los síntomas de este trastorno, las posibles consecuencias y cómo pedir ayuda, qué contactos están disponibles. Y que sepan que hay esperanza, hay herramientas para salir de la tristeza profunda.
Uno de los mayores temores, aunque parezca contradictorio, es el miedo a hablar del malestar emocional y pedir ayuda.
Los grupos también pueden aprender a afirmar a una persona que se siente mal, a expresarle que son emociones válidas y a no repetir frases como “ya no estés así”, que en realidad no ayudan. En cambio, se puede ser optimista y a la vez honesto, diciendo que hay días buenos y días malos, y que está permitido hablar de lo que se siente sin temor a ser rechazado.
“Si hablamos de técnicas, hay varias, podemos trabajar con la escritura, con la respiración, sobre rituales, pero cuál le va mejor a cada persona, eso lo decidirá el terapeuta; lo que resultó para mí, a otra puede que no le sirva”.
Aprender a hacer cierres también es sumamente necesario para no culparse por las señales que no se vio o no se pudo interpretar.
¿Es posible prevenir el suicidio?
En el estudio de la OPS la convicción es que el suicidio sí puede prevenirse, adoptando medidas para toda la población, para determinados grupos poblacionales y para el individuo.
Hay una guía de la OMS, Live Life (Vive la vida) que recomienda las siguientes intervenciones de eficacia demostrada, basada en evidencias:
- Restringir el acceso a los medios utilizados para suicidarse (por ejemplo, los plaguicidas, las armas de fuego y ciertos medicamentos).
- Educar a los medios de comunicación para que informen con responsabilidad sobre el suicidio.
- Desarrollar en los adolescentes aptitudes socioemocionales para la vida.
- Detectar a tiempo, evaluar y tratar a las personas que muestren conductas suicidas y hacerles un seguimiento.
Las actividades preventivas no son un asunto en el interior de las familias (por eso, psicólogos como Félix no depositan la culpa en ella); exigen la coordinación y colaboración del sector de la salud, la educación, el empleo, la agricultura y la ganadería, el comercio, la justicia, el derecho, las fuerzas del orden, la política y los medios de comunicación. “Esas actividades deben ser amplias e integrales”, es una de las conclusiones del estudio de la OPS, “dado que ningún enfoque puede atajar por sí solo una cuestión tan compleja”. (F)