Los psicólogos creen que el primer paso para regular las propias emociones es ser capaz de ponerles nombre. Por eso insisten en la educación emocional de los niños y en enseñarles a nombrar lo que están sintiendo, para que luego sepan cómo recuperar el equilibrio.

Ahora mismo vivimos una época de conflicto de diferentes emociones, ya no solo de ansiedad o miedo, advierte la psicóloga Paquita Brito Clavijo. Unos sienten culpa, otros ira, y un grupo cada vez más creciente opta por la irreverencia y el quemeimportismo, resumido en tres palabras: “No pasa nada”.

Miedo, preocupación e incertidumbre

Según la psicóloga Nuria Vanegas, la reexposición a un aislamiento obligatorio aumenta en un grupo de personas la sensación de vulnerabilidad y desesperanza. Se empieza a luchar de nuevo con pensamientos catastróficos.

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El confinamiento se lleva nuestro ocio, amigos, familia, libre movilidad, elementos que forman parte de nuestra identidad, y se empieza a desarrollar una sensación de vacío, ansiedad y estrés.

Foto: engin akyurt

A esto se suma la reducción en los recursos materiales y sociales, la necesidad de tomar decisiones sobre la marcha, las creencias sobre el virus y las vacunas, la pérdida del trabajo, la convivencia 24/7 con la familia.

La psicóloga Paquita Brito explica que hay personas ansiosas porque así es su ambiente familiar, se ponen nerviosas con facilidad y toman el confinamiento como algo negativo, se acaba el mundo. Otros sienten miedo de la reducida productividad, pues viven del comercio, a veces informal.

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Las familias que han experimentado una pérdida durante la pandemia pueden sentir también culpa. ¿Por qué no se cuidaron antes, pudieron haberse cuidado más? ¿Porqué invitaron a la familia?¿Por qué las autoridades no tomaron medidas más drásticas?

Ansiedad de diversión y de romper las reglas

Pero hay otro grupo de personas que, como defensa ante la incertidumbre y las restricciones, desarrolla una obsesión con ser positivo o feliz de manera individual. Esto, dice la doctora Vanegas, puede llevar a un efecto indeseado: “Nos centramos en nuestra propia felicidad, por sobre la felicidad de las personas cercanas, nos desconectamos de las relaciones interpersonales, y desarrollamos frustración al creer que tenemos que ser felices y no podemos”, porque las ordenanzas no nos dejan o la situación está en nuestra contra.

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Talvez en ese afán muchos pierden el temor y el sentimiento de solidaridad por el sufrimiento de los otros, y deciden que no se abstendrán de nada: viajar, salir, hacer fiestas.

Foto: macau photo agency
  • Empiezan a comprar desmedidamente, y no solo para los dos días del confinamiento. “Por eso se llenan los supermercados”, ejemplifica Brito.
  • Toman la pandemia con irreverencia y ven el confinamiento como un tiempo en el que harán hasta lo que no está permitido con tal de divertirse. “Y por eso se llena Salinas. Pasan el confinamiento en la playa. Lo toman como una etapa de relax. Los hoteles ofrecen promociones. Ya no tienen temor a una situación mortal”.

Este grupo de la población no está planeando cómo cuidarse, sino cómo romper las reglas, añade la especialista Brito. “Por eso hemos regresado a lo mismo (de 2020), y no solo en Ecuador, sino en todos los países. Los lineamientos no han sido los adecuados ni en el tiempo preciso. Si la mayoría cumpliéramos con las reglas, pronto saldríamos del COVID-19. Las familias ordenadas son muy pocas”.

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No es solo un problema cultural; la conducta se repite en Latinoamérica y en Europa, porque la meta general es diversión y liberación, dice Brito. “Abrir las puertas y salir desbocado a divertirse, sin conciencia del cuidado del otro ni de sí mismo y los suyos”.

Las personas están estudiando y pensando cómo divertirse, no cómo cuidarse. La gente se olvidó de cuidar al otro, y eso es grave. Para mí la irreverencia es el factor primordial frente a esta situación.

Paquita Brito

Cuando hay situaciones de extremo sufrimiento, el ser humano quiere, ante todo, borrar el recuerdo de lo sufrido. “Pero lo hace tan mal que lo borra al extremo, pierde la memoria y regresa a lo mismo”, porque el propósito global, con o sin vacunación masiva, es volver a lo de antes, a la normalidad, reabrir y continuar con el ritmo de vida de siempre, sin aprender nada de lo vivido.

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Las personas están estudiando y pensando cómo divertirse, no cómo cuidarse”. Eso, dice Brito, es haber perdido la reverencia ante el peligro. Negar los problemas para no sentirse implicados. “La gente se olvidó de cuidar al otro, y eso es grave. Para mí la irreverencia es el factor primordial frente a esta situación”.

En Quito continúan las fiestas clandestinas, pese al toque de queda

Sensación de vacío: languidez

Una falta de entusiasmo, como si los días estuvieran pasando sin rumbo, podría ser una de las emociones dominantes de 2021, según Adam Grant, psicólogo organizacional y conductor del pódcast WorkLife, de TED.

“Mis amigos mencionan problemas de concentración. Los colegas informan que, incluso con las vacunas, no estaban entusiasmados con el año 2021. Un familiar se queda despierto hasta tarde para volver a ver una película que se sabe de memoria. Y yo, en vez de saltar de la cama a las 6 de la mañana, estoy tumbado hasta las 7, jugando Words with Friends”.

No es agotamiento ni depresión. El intenso miedo y el dolor del año pasado se han desvanecido. Pero falta alegría y rumbo. Hay un nombre para eso, dice Grant: languidecer.

En psicología, pensamos en la salud mental en un espectro que va desde la depresión hasta el florecimiento. El florecimiento es la cima del bienestar: se tiene un fuerte sentido del propósito, del dominio y de importarles a los demás. La depresión es el valle del malestar: te sientes abatido, agotado y sin valor. La languidez es el vacío entre la depresión y el bienestar”. Empaña la motivación, la concentración y la productividad.

Un concepto llamado flujo puede ser un antídoto: estar absortos en un reto significativo o un vínculo momentáneo, en el que el sentido del tiempo, del espacio y de uno mismo se desvanecen. “Las personas que se sumergieron más en sus proyectos lograron evitar languidecer y mantuvieron su felicidad prepandémica”. Grant menciona: jugar un juego de palabras a media hora de la mañana. Una maratón de series también funciona, por la identificación con los personajes y la historia. Buscar un reto o un proyecto significativo son posibles remedios. Y poner límites para fluir en una sola tarea ciertas horas y en ciertos días. Trate esos bloques de tiempo ininterrumpidos como tesoros.

Un duelo de millones

Allison Gilbert habla en The New York Times sobre otra de las emociones presentes: el duelo. El alto número de muertos dejará millones de dolientes, una crisis para la que no hay políticas ni herramientas ni recursos. Por ejemplo, los estimados actuales en Estados Unidos sugieren que cinco millones de sus ciudadanos han perdido a un ser querido por COVID-19. El conteo recién ha empezado.

Por cada persona que fallece de la enfermedad, nueve lo lamentan, según un estudio de sociología y demografía de la Universidad de Pennsylvania. Solo contempla a esposos, hermanos, padres, hijos, nietos. “Si bien las vacunas pueden reducir la carga, no pueden detener o aliviar el dolor”. Un estudio más específico ha contado 37.000 niños en Estados Unidos que han perdido a uno de sus padres entre 2020 y 2021.

Los efectos físicos y sociales de perder un padre o madre son drásticos: desde problemas para dormir y fracaso escolar hasta abuso de sustancias. Casi el 90% de personas en el sistema de justicia juvenil de EE. UU. reporta la muerte de al menos un ser querido como un momento decisivo en su vida. Foto: mladen borisov

Déficit de empatía

La pandemia de COVID-19 puso todo a prueba: los sistemas de salud, la seguridad social y nuestra habilidad de ser solidarios y empáticos. Aunque no hemos fallado del todo en esta última prueba, estamos muy lejos del cuadro de honor.

Apenas las restricciones se levantaron paulatinamente, cientos y miles empezaron a reunirse masiva e innecesariamente (Navidad, fin de año, carnaval y las graduaciones entre febrero y marzo).

Estas acciones solo demuestran una incapacidad de anteponer el bien común a los deseos personales, resalta Craig Kielburger, cofundador del movimiento de ayuda social WE.

El aislamiento es difícil, pero más difícil es escuchar en las noticias versiones de: “No creo que esto me afecte”, de personas en espacios abarrotados. Tenemos que trabajar más en reconocer que nuestras acciones impactan a otros.

Tómese el tiempo para preguntar a las personas con las que se encuentre cómo se sienten, y realmente escuche. Intente ponerse en su lugar. Foto: ashkan forouzani

El coronavirus puso a prueba nuestra voluntad de hacer pequeños sacrificios, para priorizar la seguridad de los demás antes que nuestra propia comodidad. La mayoría de nosotros lo aprendimos, así que continuemos. El COVID-19 es una prueba moral de nuestro tiempo. Todavía tenemos oportunidad de aprender a pensar en los demás como en nosotros mismos, y tomar medidas para un bien mayor.

Mantener el equilibrio psicológico es fundamental

No existe una única receta para estar mejor, señala la doctora Vanegas. Como dijimos al principio, la mejor forma de estarlo empieza por hacer conciencia de que se está mal, reconocer y aceptar el estado emocional que se tiene, para facilitar un plan de mejora.

“Es responsabilidad de cada uno mantenerse a flote en esta situación”, considera Vanegas, “lo podemos hacer con conexión social, respeto, estructura y permiso”.

  1. Conexión social, real o digital. Es un momento de distancia, pero también de unión.
  2. Respetar el cuerpo y sus necesidades: de movimiento, alimentación saludable, descanso.
  3. Estructura. Tener una rutina diaria es importante en una situación en la que no podemos predecir qué pasará.
  4. Permiso para tener tranquilidad y no hacer nada. Al quedarnos en casa, estamos haciendo un trabajo, estamos construyendo un mundo de protección para todos. Para aquellos que están en primera línea, para aquellos que han de salir a trabajar, para los nuestros. “Estar juntos, en la distancia, es la única manera que tenemos para ser fuertes”. (F)