La dislexia es un trastorno específico del aprendizaje que afecta la capacidad de leer y escribir, a pesar de no tener problemas de inteligencia, visión o audición, cuyo origen parece derivar de una alteración del neurodesarrollo.
De carácter persistente y específico, se manifiesta al momento de por ejemplo, recitar el alfabeto, denominar letras, realizar rimas simples y para analizar o clasificar los sonidos. El principal problema que tiene esta condición es que no es compatible con los sistemas educativos tradicionales y por eso a los niños disléxicos se les dificulta asimilar ciertos contenidos de materias.
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Es necesario destacar que aproximadamente el 10% de la población mundial tiene esta condición, lo que equivale a alrededor de 700 millones de personas, cifra que se basa en estimaciones de la Organización Mundial de la Salud. En el Ecuador, los datos específicos no existen, según María José Valencia, delegada de la Asociación de familias y personas con Dislexia Disfam en nuestro país.
Es así como la doctora, educadora de párvulos y licenciada en Ciencias de la Educación, Patricia Zeas de Alarcón, explica que abordar la dislexia desde la neurociencia es fundamental porque permite ir más allá de los síntomas visibles, como las dificultades para leer o escribir, y entender las causas subyacentes en el cerebro.
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“La intervención neuropsicológica busca estimular las funciones cognitivas clave para el aprendizaje, como la conciencia fonológica, la ortografía visual y la precisión lectora. La neurociencia también investiga la influencia de los genes en la dislexia, buscando genes específicos que puedan estar involucrados en el desarrollo de la dificultad para leer”, afirma y añade que este trastorno se manifiesta con dificultades en el procesamiento fonológico, la segmentación de palabras y la discriminación visual, lo que consecuentemente impactará la lectura y la escritura.
Zeas destaca que este trastorno del neurodesarrollo afecta aproximadamente a uno de cada diez niños provocando fracaso escolar y se caracteriza por un deterioro en la capacidad de reconocer palabras, lectura lenta e insegura y escasa comprensión.
“Para hacer frente a esta situación y mejorar el aprendizaje es necesario detectar el trastorno de forma precoz. Pueden ver afectada la memoria a corto plazo, la organización, la secuenciación o el lenguaje hablado. Es importante puntualizar que cada persona con dislexia es única y no tiene por qué presentar la totalidad de síntomas para serlo”, comenta.
La experta menciona también una serie de diferencias estructurales o funcionales que se presentan en el cerebro de personas con dislexia.
“Hoy en día se conoce que el cerebro de las personas con dislexia tiene algunas particularidades que pueden explicar estas dificultades, y también las fortalezas que parecen estar asociadas. Según el neurocientífico Jhon Gabrieli, hay dos áreas en el hemisferio izquierdo relacionadas con el lenguaje, que funcionan de forma diferente en las personas con dislexia. Una es la región temporal izquierda, relacionada con las letras, y la otra pertenece al área parietal especializada en unir letra con sonido”, afirma.
Y es que por otro lado, gracias a la resonancia magnética, se ha observado una menor plasticidad cerebral en las personas con dislexia, respondiendo menos a la repetición de estímulos, es decir, a la automatización.
La intervención es más eficaz cuando es temprana. Zeas considera que desafortunadamente en la gran mayoría de casos, se espera a que el niño falle en la escuela para intervenir.
¿De qué manera se pueden formar a los docentes?
Con la actualización constante y permanente, la ciencia de la educación cambia, avanza y progresa. Al estudiar neurociencia y neurodidáctica, se analizan los hallazgos relevantes para el diagnóstico y tratamiento de la dislexia, ya que permiten identificar las áreas cerebrales afectadas y diseñar intervenciones más específicas y personalizadas para su activación correcta.
Zeas cuenta que se pueden utilizar terapias que involucren el entrenamiento de habilidades fonológicas o estrategias de lectura que se adapten a las características individuales de cada persona con dislexia.
“Los docentes pueden capacitarse sobre los diferentes métodos y estrategias para que todos los niños aprendan desde lo multisensorial, lo que les facilita desarrollar la motivación, concentración, atención y memoria a largo plazo”, sugiere.
Ella añade que que la neuroeducación puede mejorar el enfoque escolar hacia los niños con dislexia ya que esta, al estudiar el funcionamiento del cerebro durante el aprendizaje, puede identificar las necesidades específicas de los estudiantes con dislexia y a implementar intervenciones más efectivas.
“Al proporcionar una comprensión más profunda del funcionamiento del cerebro, esta ofrece herramientas para crear ambientes de aprendizaje que promuevan el éxito y reduzcan la ansiedad, identificar y abordar la dislexia de manera temprana y efectiva, adaptar las estrategias de enseñanza a las necesidades individuales de los estudiantes”, agrega.
Entonces, al utilizar tecnología que facilite el acceso a la lectura y escritura e integrar los conocimientos de la neurociencia en la educación, se puede contribuir a que los niños con dislexia superen las dificultades a las que se enfrentan a diario y alcancen su máximo potencial.
Adicionalmente, existen métodos multisensoriales (vista, oído, tacto) que estimulan la activación cerebral de lectores disléxicos. Estos están diseñados para fortalecer la conexión entre el lenguaje y las letras o palabras, mejorando la memoria y el aprendizaje.
Algunos ejemplos de este tipo de técnicas que Zeas propone y recomienda son: utilizar letras de papel de lija; formar palabras con materiales como bloques, fichas, o piezas magnéticas, ayudando así a los niños a comprender la estructura de las palabras y la relación entre letras y sonidos; y a escribir con arena o en el aire, pues encaminan a los niños a asociar la forma de las letras con el movimiento físico y la sensación táctil. (F)