En Ecuador, el 18 % de los jóvenes entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja. Detrás de esa cifra, que suele circular en informes técnicos, hay historias que rara vez llegan a las páginas de una revista. Historias en las que las responsabilidades aparecen cuando aún no se han cerrado las etapas escolares, en las que estudiar se vuelve un privilegio y no una ruta obvia, y en las que conseguir el primer empleo implica más que enviar una hoja de vida a una empresa.

En el país, los informes de organismos regionales señalan que la falta de empleo juvenil suele responder a factores acumulados: menor acceso a formación técnica, dificultades para completar estudios superiores, trayectorias familiares inestables y poca vinculación entre instituciones educativas y empresas.

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La Cepal observa que gran parte de los jóvenes fuera del sistema educativo proviene de hogares con ingresos bajos y escaso acompañamiento durante la transición a la adultez. Ese contexto diferencia entre quienes logran ingresar al mercado laboral y quienes quedan fuera por años.

Una de esas historias es la de Aarón Hagnal, de 25 años, estudiante de Ingeniería Mecatrónica y cabeza de un hogar compuesto por tres hermanos menores. Antes de ingresar a un empleo formal, su día a día era una secuencia de preocupaciones que no daban tregua.

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La historia de Aarón muestra lo que implica llegar al primer empleo. Foto: Cortesía

“Yo estoy a cargo de mis hermanos pequeños, aparte de eso, estudio”, recuerda. La carga iba más allá de lo económico. Una de sus hermanas tiene un tumor y depende de medicación anticonvulsiva permanente: “Ella pasa con medicamento 24/7 porque si no, convulsiona… son unas pastillas un poco caras”. Cubrir la alimentación, los estudios de todos, los gastos universitarios y la medicación era un rompecabezas que cada mes dejaba piezas sueltas.

En ese contexto, Aldeas Infantiles SOS llevaba años acompañándolo. La organización trabaja con jóvenes que han crecido sin cuidados parentales o en entornos frágiles, y mantiene programas de preparación para la vida independiente, donde se refuerzan hábitos, administración del tiempo, manejo de recursos y continuidad educativa.

Fue Aldeas Infantiles quien le habló a Aarón de un programa de primer empleo conectado con experiencias reales del mundo laboral. Aarón se inscribió sin imaginar que terminaría trabajando en un área que desconocía: aduanas. “Entré con un poco de temor porque no es mi área, ni siquiera lo de mi carrera”.

En Ecuador, el 18 % de jóvenes no estudia ni trabaja, una brecha que preocupa al país. Foto: Cortesía

Lo que encontró al otro lado del proceso tuvo más que ver con personas que con procedimientos. Aarón lo resume así: “Tuve las personas correctas en el momento correcto”. Habla de su supervisora y de compañeros que no solo le explicaron los códigos y procesos básicos, sino que repitieron cada paso todas las veces que fueron necesarias. “Si uno no sabe y pregunta, ellos están dispuestos a enseñarte”.

Su curva de aprendizaje fue sostenida, con paciencia ajena y esfuerzo propio. A medida que avanzaba, la empresa le abrió cursos que terminaron de darle estructura a lo que aprendía en el día a día.

En paralelo, recibió mentoría directa de Francisco Arcos, gerente de Operaciones de DHL, con quien habló de su familia, de los meses en los que el dinero no alcanzaba, de la presión de sostener un hogar siendo tan joven. “Él me enseñó bastante a cómo manejar la economía… tener un fondo de reserva”, cuenta.

Esos consejos marcaron la diferencia cuando su salario empezó a llegar de manera estable. Francisco ha escuchado de cerca múltiples trayectorias juveniles y reconoce que las cifras sobre desempleo juvenil cobran sentido solo cuando se miran desde las historias que hay detrás. “Los jóvenes buscan trabajo”, dijo en la entrevista.

“La transición entre estudio y trabajo sigue siendo un desafío para miles de jóvenes.” Foto: Shutterstock

Según la OIT, más del 20 % de los jóvenes en América Latina está sin empleo, pero el número no revela la carga emocional ni el impacto en la salud mental. Él lo ve con frecuencia: jóvenes que llegan con ansiedad, con miedo a equivocarse y con el peso adicional de cumplir con obligaciones familiares en silencio.

Para él, hay mitos que ya no se sostienen. Uno de los más comunes es que los jóvenes “no quieren hacer carrera”. Lo desarma con una frase directa: “Depende… si la empresa no le ofrece al joven lo que está buscando en términos de desarrollo, por supuesto que va a buscar un cambio”. En su experiencia, cuando las condiciones son claras, crecimiento, estabilidad, un entorno donde exista escucha, los jóvenes se quedan.

Afirma que lo ha visto repetidamente en su propio entorno laboral: “La gente quiere quedarse”. Otro mito que menciona tiene que ver con la idea de que los jóvenes cambian de trabajo por falta de compromiso. Él lo observa de otro modo: muchos cambian porque no encuentran flexibilidad o porque se enfrentan a estructuras rígidas.

Foto: Freepik.

Durante la conversación agregó que hoy, a diferencia de generaciones pasadas, la flexibilidad dejó de ser un beneficio adicional y se volvió un requisito para atraer talento joven. Ese cambio responde a realidades concretas: trayectorias educativas que se combinan con trabajos, responsabilidades en el hogar, falta de redes familiares y la urgencia de generar ingresos sin abandonar los estudios.

Francisco también habló de la importancia del propósito dentro del trabajo. Para él, las nuevas generaciones buscan un entorno donde lo que hacen tenga sentido más allá del horario. Lo explicó así: “Quieren un entorno en el que puedan crecer, un entorno en el que su trabajo tenga un propósito noble”. Y añadió que muchos jóvenes se involucran con actividades comunitarias porque necesitan sentir que lo que hacen impacta en su entorno de alguna forma.

Desde su experiencia, el voluntariado y el contacto con realidades distintas ayudan a que los jóvenes entiendan mejor su propio camino laboral y sus posibilidades. Mientras Aarón avanzaba en sus primeras semanas, descubrió habilidades que nunca había puesto en práctica de manera tan exigente: organización, proactividad y trabajo en equipo. “Aquí todo hay que hacerlo dentro del tiempo”, explica.

La empleabilidad juvenil sigue siendo una preocupación en Ecuador ante brechas persistentes Foto: Shutterstock

Para él, la cooperación entre áreas terminó siendo fundamental. Recuerda un día en que debía corregir datos de un vuelo y el tiempo no alcanzaba. Dos compañeros dejaron sus tareas para ayudarlo a llegar a la hora límite. “El trabajo en equipo es muy necesario… muchas áreas se conectan para dar un solo resultado”.

Al mismo tiempo, lidiaba con la incertidumbre del periodo inicial. El programa de primer empleo dura un año, y al acercarse el final, la ansiedad se acumuló. “Yo decía: ‘ya se me va a acabar el contrato’”, cuenta. La llamada que confirmó que podía postular a un contrato fijo llegó casi en el último momento. “La alegría que me dio, fui y se lo conté a mis hermanos”. La estabilidad económica que vino después le permitió reorganizar el hogar, continuar sus estudios y cubrir con menos angustia los gastos de su hermana.

Para Francisco, la empleabilidad juvenil no depende únicamente del joven. Enfatiza que requiere acompañamiento, adaptación y una mirada que entienda que no todos comienzan desde el mismo punto. Cuando se le preguntó qué deben hacer las empresas, dijo: “Todos, como sociedad, tenemos un rol. Si cada empresa abre la puerta a los jóvenes, estamos cambiando vidas”. (I)