Durante más de dos décadas, Lucas Arnau ha construido una carrera sólida dentro del pop latino, marcada por honestidad, sensibilidad y una relación profunda con su público.

Sin embargo, ninguna etapa reciente ha significado tanto para él como su estancia en Ecuador, un país que, como ha confesado en varias ocasiones, se convirtió en su segundo hogar. Tras cuatro meses intensos de asumir el rol de jurado en la octava temporada del programa de televisión Yo me llamo Ecuador, el artista colombiano se despidió del país con una mezcla de nostalgia, gratitud y nuevos proyectos musicales que nacieron precisamente aquí.

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El cantautor hizo una pausa en su vida cotidiana en Colombia para trasladarse temporalmente a Guayaquil. Lo que comenzó como una oportunidad profesional terminó convirtiéndose en una experiencia transformadora, personal y artística, que él mismo define como un antes y un después en su vida.

Aceptar la oferta no fue una decisión ligera. Significaba dejar compromisos laborales en Colombia, pausar agendas previas, ordenar temas personales, preparar la casa para una ausencia prolongada y, sobre todo, separarse de sus perros, que son parte esencial de su vida diaria. Su mánager recibió la propuesta y decidió no contarle nada hasta que todo se confirmara.

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El anuncio lo sorprendió de la forma más cotidiana posible: Arnau, de 46 años, venía del supermercado cuando se enteró de que todo estaba listo y que su siguiente destino sería Ecuador. Era el momento de dar el salto.

El primer día de grabación fue, como él mismo lo admite, un terremoto de emociones. Él y su compañero Ricardo Velasteguí eran los jurados nuevos, y eso implicaba una responsabilidad enorme. El acompañamiento fue determinante: Pamela Cortés, integrante con años en el panel, asumió un papel de guía afectuosa. “Pamela fue demasiado atenta con nosotros y nos fue llevando por el camino correcto”, recuerda Arnau.

En cuestión de días, la timidez del inicio se convirtió en confianza y humor. La complicidad entre los tres se sintió en pantalla y fuera de ella. Lucas describe la química con Pamela y Ricardo como la de una familia hermosa, donde lograron hacer muy buenas memorias desde el inicio.

Afirma que el elenco completo, la producción y cada persona del equipo se portó increíblemente bien, generando una complicidad genuina que el público también percibió.

Sobre el ritmo de grabaciones y su adaptación, explica que cada proyecto exige acoplarse y ser resiliente. Las primeras semanas estuvieron llenas de nervios y de entender cómo funcionaba todo desde el panel. Sin embargo, Pamela fue muy querida y los guio con paciencia, hasta que, casi sin darse cuenta, ya habían construido una complicidad fuerte y auténtica. Arnau recuerda que terminaron disfrutando plenamente de los shows, valorando lo más especial del formato: ver crecer a los imitadores.

La experiencia dentro del programa fue intensa: jornadas extensas, decisiones difíciles, expectativas altas, artistas con sueños gigantes, emociones al límite, imitaciones, interpretaciones profundas, risas, lágrimas… y música, siempre música. Arnau no solo juzgó, también cantó. Tuvo la oportunidad de interpretar sus propias canciones en el programa y recibir el cariño del público en vivo, algo que él atesora con especial emoción.

Al culminar la temporada, su reflexión fue contundente: “Me voy con el corazón contento y con la sensación de haber aportado en la carrera de un montón de artistas ecuatorianos”.

Aunque ha viajado gran parte de su vida, vivir cuatro meses en un país distinto fue una experiencia completamente diferente. Su hogar temporal fue un hotel en Guayaquil: cómodo y silencioso, pero también solitario. Sin embargo, en lugar de verlo como una carga, Arnau lo convirtió en una oportunidad.

Entre grabaciones, utilizó ese tiempo para estar consigo mismo: hacer ejercicio, escribir, procesar emociones, crear. Cada día libre lo dedicó a explorar el país. Caminó por el Malecón, conoció la arquitectura de la ciudad y su ritmo cotidiano, pero también viajó fuera de Guayaquil a lugares como Quito, Manta y Cuenca.

Cada ciudad le ofreció una cara diferente del Ecuador. Y si hubo un eje transversal en su experiencia fue la gastronomía. Arnau quedó marcado por los sabores ecuatorianos: cuenta que su experiencia en el país fue profundamente enriquecedora.

Habla con entusiasmo de la variedad culinaria que descubrió: el seco de chivo, los cebiches de Manabí, las comidas con maní y la sensación constante de estar probando sabores nuevos.Sobre sus lugares y comidas favoritas, menciona que Quito ocupa un lugar especial para él, porque allí tiene muchos amigos y una conexión afectiva fuerte.

Arnau agrega que, más allá de la comida y los paisajes, lo que más se lleva del Ecuador es la amabilidad, la hospitalidad y la forma en que la gente lo hizo sentir como en casa.Aunque la televisión requería la mayor parte de su tiempo, su carrera musical siguió en movimiento. Durante su estancia realizó conciertos dentro y fuera de Ecuador, incluido un show sold out en Guayaquil junto con Carlos Baute.

La colaboración con Baute nació de una amistad que lleva muchos años. Desde que trabajaron juntos por primera vez en Lo Que Dejaste Al No Volver, quedaron profundamente conectados y construyeron un vínculo personal y musical muy fuerte.

Arnau recuerda a Baute como “un tipazo” y alguien con quien siempre ha tenido una relación cercana. Tiempo después, surgió la idea de crear una nueva canción juntos, lo que dio como resultado Volverte a ver, un tema que describe como muy lindo y que además tuvo un videoclip grabado en Nueva York.

Cuando le preguntamos cómo fue este reencuentro musical con Baute, Arnau explica que volver a trabajar juntos fue “una delicia”. Cuenta que la idea de filmar allí nació porque la historia de la canción fue escrita pensando en esa ciudad: habla de nieve, de frío y de Nueva York, así que geográficamente tenía sentido que el video se desarrollara allá.

Sobre el concierto sold out en Ecuador, lo recuerda como una noche mágica. El público de Guayaquil, dice, es espectacular, y cada vez que logra un lleno total allí, vive una experiencia inolvidable. Esa noche se sintió gigante, lleno de energía, y entregó todo sobre el escenario: vio al público conectado, cantando todos sus temas, y él, llevado por la emoción, terminó montándose en mesas y subiendo por las estructuras de luces, “como un loco lleno de felicidad”.

En medio de ese torbellino de emociones y crecimiento, llegó un encuentro que cambiaría el rumbo de sus últimas semanas en el país y que lo marcó: su colaboración con el joven artista cuencano Javier Neira. Todo empezó hace apenas meses, en un concierto de Juan Fernando Velasco en Guayaquil.

Lucas Arnau junto al cantante cuencano Javier Neira. Foto: Fotos: Jorge Itúrburu. IG: @estudio_iturburu Producción: @prensadeestiloec Locación: Vicstudio Producciones. IG: @vicstudio_ec

Arnau y Neira fueron invitados especiales y, entre conversaciones espontáneas en el camerino, surgió una conexión artística inmediata.

Arnau recuerda que, al salir de allí, ya estaban planeando hacer una canción juntos: “Hey, hagamos algo”. “Sí, me encanta tu música”. “A mí también”. Y así, sin más vueltas, la idea tomó forma. Durante el mes de vacaciones de Yo me llamo, viajó a Colombia y luego a Europa, pero al regresar llamó a Neira de inmediato para concretar el plan: “Estoy listo, esta es la canción, vamos a hacerla”.

De ese encuentro casual nació Final feliz, un tema que aborda el cierre emocional de una relación, ese momento en el que el amor ya no alcanza, pero los recuerdos siguen pesando. El tema explora el duelo, la nostalgia y el delicado proceso de aceptar que sanar también es una forma de amar. Respecto del proceso de trabajo, explica que tuvieron que hacerlo por separado debido a la distancia, así que cada uno grabó su parte en su ciudad.

El sencillo fue compuesto por un equipo conformado además por Juan Morendi, Pio Perilla y Tomás Botero Castrillón, reconocidos por escribir para nombres como Kany García, Carín León, Camilo, Morat y Fonseca.

Arnau revela que escribió esta canción hace un par de años en Miami. La letra “habla simplemente de un hombre que conoce a una mujer y queda completamente loco por ella”. El narrador de la canción le expresa sus dudas: se pregunta para qué ilusionarse si no sabe si ella siente lo mismo, para qué imaginar un domingo en pijama si no sabe si ella llegará, o para qué prometerle la luna si no tiene claro si ella lo quiere. Todo esto deriva en la idea central del tema: si no hay certeza de reciprocidad, entonces no habrá un “final feliz”.

Sobre por qué la canción llevaba años guardada, Arnau explica que los artistas suelen escribir constantemente y acumular mucho material. Para él, componer es algo muy divertido, así que siempre está creando nuevas ideas. Tiene miles de canciones sin lanzar y, cuando llega el momento de elegir un próximo lanzamiento, revisa su repertorio para ver qué pieza encaja con lo que busca en ese momento. Si no encuentra lo adecuado, escribe algo nuevo, pero en este caso, la canción ya existía y encajó perfectamente para la colaboración.

Una vez que la canción estuvo terminada, sí pudieron reunirse para grabar juntos el videoclip en Guayaquil, específicamente en Las Peñas, un lugar que describe como divino, espectacular y colorido, perfecto para el concepto visual del tema.

Volviendo a su despedida de nuestro país, Arnau ha insistido en que no es un adiós definitivo. En Bogotá lo estaban esperando sus perros, su casa, sus proyectos y su ritmo de vida habitual. (E)