Últimamente he tenido varios diálogos en torno a la prospección personal, es decir, ese momento en el que la persona se detiene a analizarse, evaluarse y proyectarse hacia sus metas futuras. Esta puede darse por diversos motivos, ya sea desde un desafío importante, una situación complicada o un crecimiento proyectado. Sin importar su detonante, la prospección personal es un ejercicio que debe realizarse en algún momento en la vida.
Utilizando una analogía, la prospección personal es similar al trabajo de un arquitecto que debe reconstruir una casa. Iniciará revisando lo que está en buen estado para mantenerlo, luego trabajará sobre lo que hay que reparar y finalmente añadirá lo que le falta para culminar el proyecto. Es decir, la prospección parte desde lo que se tiene y no de lo que falta.
Tratando de hacer una descripción breve, una prospección debería considerar estos pasos:
- ¿Cuáles son las principales habilidades o cualidades que poseo? Haz una lista de cinco habilidades tuyas o solicita ayuda para identificarlas.
- Registra los tres mayores triunfos, éxitos o hitos importantes que hayas conseguido. Contrástalos con las habilidades del punto 1 e identifica cuáles apalancaron estos logros. Con esto validarás la forma en la que actúan tus talentos.
- Describe los tres logros que quieres conseguir en el futuro, ya sea a corto, mediano o largo plazo.
- Ahora, identifica qué habilidades necesitas desarrollar para conseguir estos logros. La descripción debe ser positiva, por ejemplo, “necesito ganar disciplina” en lugar de decir “dejar de ser inconstante”.
- Finalmente, asigna acciones concretas para desarrollar las habilidades pendientes y realiza ajustes mientras evalúas el progreso.
Reconstruirse desde las habilidades es un acto de valentía, de justicia y de reconciliación personal. Por eso, te invito a hacer una pausa y descubrir esa grandeza personal -otorgada por Dios- que te permitirá vivir un propósito con trascendencia y realización. (O)