“Cuando veas a un hombre sabio, piensa en igualar sus virtudes. Cuando veas un hombre desprovisto de virtud, examínate a ti mismo”, Confucio.

Esta frase dicha hace más de dos mil años, es una clara muestra que desde siempre, se ha sabido de la importancia de imitar las virtudes, de apreciarlas y de rechazar los vicios y la maldad.

Sin embargo, en nuestro Ecuador de hoy, pareciera que ocurren situaciones contrarias. Las virtudes son vistas como defectos, son objeto de burla y de crítica. Esto resulta evidente en los calificativos que tenemos acuñados para referirnos a las personas que practican ciertas virtudes, como en estos ejemplos, les decimos:

Al alumno estudioso: comelibro o nerd.

Al esposo que considera a su esposa para tomar una decisión: mandarina.

A la joven que no quiere exhibirse con su vestimenta: acomplejada.

Al que denuncia una trampa o delito: sapo.

Al piadoso: curuchupa.

Al empleado que se esfuerza o trabaja horas extras: perro.

Al joven que no quiere salir a farrear: hueso.

Al que colabora con la autoridad: chupamedia.

¿Dónde nos lleva esta cultura predominante de atacar a los buenos? Lo veo de forma repetida. Jóvenes y adolescentes que se sienten rechazados por sus pares cuando cumplen sus tareas, cuando son buenos y sensibles, cuando se oponen al bullying, cuando quieren seguir las reglas. En la adolescencia es de vital importancia ser parte de la manada, del grupo; entonces, para no quedarse fuera, dejan de practicar las virtudes, empiezan a portarse mal, a atacar a los buenos que quedan.

Esto no es nuevo, ha sido siempre parte de la práctica de jalar para abajo, tan arraigada en nuestra cultura. Por esto es que no debe sorprendernos el caos político, ni la corrupción generalizada, ni la pérdida de valores morales.

Como padres debemos enseñar dando ejemplo de palabra y de obra, para transmitir la fuerza necesaria en su personalidad que permita a nuestros hijos resistir la presión de sus pares y de la sociedad.

Como ciudadanos, creo que nos ayudaría no quejarnos ni buscar culpables en los demás siguiendo el consejo de Confucio al observar esta ausencia de virtudes. Examinémonos a nosotros mismos y veamos hasta qué punto somos parte del problema, mejorando nuestra forma de hablar y de actuar. Es la única forma de aportar a la transformación virtuosa que necesita nuestro convivir. (I)