Es fácil hablar de un líder o colaborador cuando se encuentra en la cúspide de su carrera: los discursos y felicitaciones son frecuentes ante la evidencia del éxito. ¿Pero estas personas siempre fueron exitosas? Ante esta interrogante, hoy mencionaré uno de los aspectos más difíciles de asumir: el error.

En un mundo laboral donde priman la competitividad y la eficiencia hay muy poco espacio para admitir errores, pues son muchos los directivos que piensan que los traspiés se vinculan cercanamente con el fracaso. Sin embargo, hubo grandes avances que iniciaron con errores. ¿Cuántas veces se tuvo que probar la bombilla para que funcione? ¿Cuántos ensayos hubo que hacer para enviar astronautas al espacio? ¿Cuántos ajustes para conectar dos computadores como antesala de la internet?

En un entorno como el de la pandemia, la información histórica no representa mucha ayuda por lo que se tendrá que experimentar y, con ello, enfrentar el miedo al error. Este temor tiene su fundamento en el impacto que se traduce en las variables de tiempo, dinero y, sobre todo, ego, puesto que se cree —erróneamente— que una persona exitosa no debería equivocarse. Sin embargo, un directivo que promueve una cultura innovadora sabrá aprender de los errores que se presentan en el camino y usarlos para desarrollar los mejores productos o servicios, desmarcándose hábilmente de su competencia.

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¿Debemos aceptar todo tipo de errores? Los que se realizan por negligencia, definitivamente no. Pero los que se cometen por innovación deberían ser respaldados y promovidos en entornos controlados. En Spotify, cuando crean una nueva funcionalidad, la probarán en un grupo reducido de usuarios para que el impacto de cualquier problema sea limitado. Y cuando un error aparece, lo celebran, pues significa que pueden resolverlo pronto.

Además, el error es parte del crecimiento. Un bebé que aprende a caminar deberá caer varias veces en el proceso. Si el miedo a caer lo sobrepasa, dejaría de intentar caminar no por incapacidad, sino por creencia. Por eso, los líderes visionarios deberían fomentar una cultura que no castigue las apuestas innovadoras con resultados inesperados, pues estas a veces nos llevan a caminos insospechados. Si no, imaginemos que Cristóbal Colón hubiera acertado en su propósito: tan solo hubiera encontrado una ruta comercial para llegar a las Indias.

Después de encontrarles sentido a los errores, de manera natural saltará la pregunta ¿cómo gestionamos la incertidumbre? Eso lo veremos en un próximo artículo. (O)