El Pinar de Segismundo, novela de 2008 de Eliécer Cárdenas en la que se habla de Égloga trágica, me entusiasmó tanto, que enseguida fui a buscar y a leer la novela de Gonzalo Zaldumbide. Podría decirse que Égloga trágica es una obra expresamente olvidada de la literatura ecuatoriana y denostada por un sector de la crítica. Sobre todo, por el de formación izquierdista. Sin embargo, en los últimos años se la ha vuelto a nombrar. No solo Eliécer Cárdenas lo hace en El Pinar de Segismundo. Salvador Izquierdo en 2019 publicó El nuevo Zaldumbide, que es un evidente guiño a esta obra y a su autor.

Égloga trágica narra el regreso de Segismundo, un joven terrateniente de la Sierra, a su hacienda El Pinar, luego de su estadía en Europa. El latifundio está al cuidado del tío, pues sus padres y hermana han muerto. La gran tristeza de Segismundo es la falta de su familia y el dolor de no amar. Pero en este regreso se enamora de Marta, una joven de su entorno acomodado, que será el centro del conflicto. El tío también está secretamente enamorado de esta joven, de la que es su tutor.

Es una novela de ambiente rural, de aire romántico, que, según se dice, Zaldumbide escribió a principios del siglo XX, pero publicó recién en 1958, cuando el romanticismo era ya absoluto pasado. En esta obra el mundo se divide en civilización y barbarie. La primera, encarnada por los terratenientes letrados, viajados y con formación eurocéntrica; y la segunda, representada por los indios peones, a quienes Segismundo ve como seres elementales, casi unos animales. El habla de ellos le parece al terrateniente una lengua bárbara y confusa.

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Alicia Ortega, en su libro Fuga hacia adentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX, ubica a Zaldumbide (este intelectual destacó, sobre todo, en el ensayo) como un autor de matriz eurocéntrica e hispanista.

Es una novela de ambiente rural, de aire romántico, que, según se dice, Zaldumbide escribió a principios del siglo XX, pero publicó recién en 1958, cuando el romanticismo era ya absoluto pasado. En esta obra el mundo se divide en civilización y barbarie".

No hay en Égloga trágica una confrontación entre explotados y explotadores; no existe denuncia social, como la hay, por ejemplo, en Huasipungo. La novela de Zaldumbide está contada únicamente desde el punto de vista del terrateniente, desde su subjetividad y desde la superioridad natural que cree tener. Pareciera que busca comprender al otro, pues Segismundo se muestra reflexivo y a veces contemplativo, pero su formación le impide ir más allá de sus prejuicios.

De este libro me impactaron dos hechos que no son centrales. El primero, la llegada a El Pinar de una anciana forastera, a la que consideran bruja y loca y que muere accidentalmente. Segismundo, un poco intrigado, dice: “Creemos desrazonable cualquier acción o palabra cuyos móviles nuestra lógica no comprende. Nuestro mundo, también, no es sino apariencia. Acaso vivan los locos de otras verdades más verdaderas. Felices, tal vez, los llamados locos”. El segundo, la muerte del niño hijo del mayordomo indio, como consecuencia de que lo aplasta un árbol que está siendo derribado por los peones, así como el posterior ritual del velorio, al que Segismundo asiste de incógnito.

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Tal vez es en estas situaciones y no en la vivencia del trágico triángulo amoroso -que leído en la actualidad suena anacrónico- donde hallo mayor fuerza a esta novela, que tiene una prosa fluida y una preocupación por la belleza del lenguaje.

¿Por qué leer Égloga trágica hoy? Por cultura general. Y porque conociendo este libro y a su autor, se puede quizá disfrutar más de las novelas contemporáneas que hacen alusión a estos. (O)