Decía Borges que él concebía al paraíso como una enorme biblioteca. Y, para seguir con él, a su criterio, el libro fue probablemente el más importante invento de la humanidad. Todos los otros inventos, decía el célebre escritor argentino, son una prolongación del cuerpo humano, como es el caso del microscopio y del telescopio, que son una extensión del ojo. Igual cosa puede decirse de la espada como extensión del brazo. Pero el libro es diferente, el libro es único, pues él es la “extensión de la memoria y de la imaginación” del ser humano. La aparición del libro en la historia de la humanidad marca una revolución gigantesca, ciertamente. En su libro La musa aprende a escribir –que fue materia de un comentario en esta columna–, el escritor Eric Havelock da cuenta de las implicancias para la conciencia humana que tuvo la transición de la cultura oral a la cultura escrita y de cómo este giro marcó para siempre la comunicación humana. En una reciente obra la filóloga española Irene Vallejo ha contribuido a esas reflexiones con un libro que ha sido bien recibido tanto por la crítica como por el gran público. Es un libro acerca del libro, y concretamente de su invención. El infinito en un junco (Editorial Siruela. Madrid 2019, 452 páginas) es el título de esta interesante obra.