Suena paradójico, pero resulta así. A veces nos aferramos a soluciones que en algún momento fueron exitosas, o peor aún, que quizás nunca dieron buenos resultados, o que en el presente ya dejaron de ser efectivas. Y seguimos intentando más de lo mismo.
Esto se llama “la enfermedad de lo circular”, según lo explica Adriana Piterbarg en su libro Cien años de amor y algunas soledades. Es como dar vueltas en círculo sin comprender que la solución que creemos la adecuada es justamente el problema. Es como cuando estamos desesperados por mejorar la relación con nuestra pareja y mantenemos la queja y la crítica como medio para encontrar resultados positivos. Más lo hacemos, más se complica, menos se resuelve. Cuando sentimos que no somos validados como adultos y nuestra solución es exigirlo con enojos y berrinches. O cuando intentamos conectar con nuestro hijo adolescente utilizando el mismo sermón que nos distancia de él, sin entender por qué no dan resultado los esfuerzos por lograr la solución.

De esto se trata el gran descubrimiento que la ciencia ha hecho sobre el cerebro humano: la neuroplasticidad. Esta nos permite comprender que nada está grabado en piedra en nuestro cerebro y que somos capaces de hacer nuevas conexiones neuronales sobre determinadas conductas, relaciones o vivencias".

Es como avanzar en un callejón sin salida; un juego agotador que no tiene diversión, sino sufrimiento. Pero no logramos verlo. Nuestro yo cree ciegamente que esas opciones de solución son las únicas que existen, y por eso volvemos siempre al mismo conflicto. Alguien que lo ve desde afuera, se puede dar cuenta de que en el repertorio de respuestas que usas no se encuentra la solución. Pero nosotros no lo vemos.
Romper esa circularidad es el desafío. Implica flexibilizar el pensamiento para actuar distinto, transformar nuestras acciones para que nos conduzcan a un nuevo resultado.
De esto se trata el gran descubrimiento que la ciencia ha hecho sobre el cerebro humano: la neuroplasticidad. Esta nos permite comprender que nada está grabado en piedra en nuestro cerebro y que somos capaces de hacer nuevas conexiones neuronales sobre determinadas conductas, relaciones o vivencias; y desde ahí forjar nuevos hábitos de vida, transformar relaciones y adquirir nuevas fortalezas. Y por tanto, dar soluciones diferentes que resulten en nuevas conductas.
¿Cómo romper entonces esa circularidad que nos ancla en un problema? Ayuda mucho buscar otra mirada que pueda analizar lo que hacemos. Una mirada externa que sea suficientemente objetiva como para no le apene decirnos la verdad. Ayuda leer sobre casos de esa misma situación que otros vivieron y las distintas soluciones que fueron efectivas. Ayuda alejarse de las personas ‘espejo’, que nos reflejan lo mismo que queremos ver. Ayuda escuchar a quienes están intentando mostrarnos otra opción, que la terquedad no nos ha dejado incorporar. (O)