De médico a paciente de COVID-19: la experiencia de una especialista

La pandemia cambió la vida de todos. En mi caso, me tocó cambiar de lugar: de médico a paciente.El 28 de marzo me diagnosticaron neumonía por coronavirus. Doce días antes había estado en contacto con dos pacientes en quienes se desconocía que estaban infectados. Después se confirmaron los diagnósticos.Cinco días antes de mi diagnóstico sentía febrícula intermitente, dolor de garganta, carraspera, cansancio y cefalea leve. Nada que me haga alarmar… Sin embargo, al enterarme de esa noticia, me hice la tomografía de rigor y ¡boom!, estaba infectada aunque seguí las normas ‘básicas’ de bioseguridad (no contábamos con los trajes de ‘astronautas’ que alguien mencionó en su momento).Sin creerlo todavía, vi la tomografía. Las lesiones ocupaban la mitad de los pulmones. Como médico sabía lo que me podía pasar, y la angustia y el temor a morir se apoderaron de mí.En ese momento acudí a mi colega y amigo, el doctor Roberto Moncayo Reyna, intensivista del Sur Hospital, quien comprobó que estaba estable y me prescribió la medicación e indicaciones a seguir desde casa y luego de vivir (como la mayoría) el vía crucis de conseguir cierta medicación, ya en casa, con la ansiedad y la depresión no superadas, inicié el tratamiento. Veinticuatro horas después, mis síntomas empeoraron, la fiebre y el cansancio aumentaron, perdí el apetito y empecé a sentir terribles dolores en espalda, pecho, caderas y piernas que aumentaban al moverme en la cama, y mi angustia era mayor.Al tercer día de mis síntomas, vi el video de un paciente con COVID-19 que como yo, estaba recibiendo tratamiento en casa. Se veía bastante afectado, pero tenía tantos deseos de vivir, y decía que le ganaría a la enfermedad; esto me sacudió y decidí empezar a luchar y a tener fe. Al quinto día empezó mi mejoría y mi recuperación. En mi familia nadie lo sabía, no quería angustiarlos. De enterarse, correrían a cuidarme y los contagiaría, y eso no me lo iba a perdonar.Durante los días de recuperación recibí muchas noticias sobre colegas, profesores, familiares, amigos, pacientes. Algunos estaban enfermos, otros muertos, otros graves; unos angustiados buscando medicación, oxígeno, un hospital donde ingresarse o simplemente una recomendación. Tratar de ayudarlos, aunque fuera por teléfono, me hacía olvidar de mis dolencias, me hacía sentir útil y mejor. Me impresionaba ver en los grupos de chat cómo colegas y amigos pasaban información para ayudar a las personas, todos tratando de apoyar al que más lo necesitaba.Hace pocos días me hice la tomografía de control. Gracias a Dios, me estoy recuperando. Aún siento ciertos estragos (cansancio, ligero ahogo), pero estoy viva. Me creía invencible, fuerte como una roca. Esta experiencia me enseñó que solo soy un ser humano débil, como espiga de trigo. Me enseñó que si nos unimos podemos hacer muchas cosas buenas y salvar muchas vidas. Pero principalmente me enseñó a tener fe y a confiar en Dios.En honor a los médicos, enfermeras y personal de salud que fallecieron salvando vidas, y para aquellos que siguen luchando, es importante que los pacientes sepan que la naturaleza del médico es dar lo mejor de sí. Está en su sangre entregarse en cuerpo y alma a sus pacientes, anteponer la necesidad y el dolor de los otros a los propios, tener un corazón muy grande y generoso. Es sacrificio. El médico es de los pocos seres que sabe el valor que tiene una vida, por eso intenta salvarla aun a costa de la propia. (O)

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