Isabel de Godin y su gran odisea de amor en el Amazonas

Su historia parece fruto de la creatividad de un talentoso novelista, por ello ha sido replicada en publicaciones que han circulado por América y Europa. Isabel Grandmaison, hija de un español de origen francés, era una bien educada dama de sociedad que nació y vivió en Guayaquil hasta los 6 años de edad, tras lo cual se radicó en Quito hasta los 10, para luego residir en Riobamba (Chimborazo) junto con su familia.La historiadora Jenny Estrada, en su libro 'Guayaquileñas en la historia, siglo XVI al XXI', narra que en 1735 entabló amistad con los integrantes de la Misión Geodésica Francesa que, liderada por Charles Marie de la Condamine, llegó a nuestro territorio para medir la longitud precisa del arco del meridiano ecuatorial para deducir la forma de la Tierra. La misma fuente agrega que después de terminar ese trabajo científico, los miembros de la Misión se hospedaron en la hacienda de los Grandmaison, donde se afianzó el romance entre Isabel y uno de los investigadores franceses, el cartógrafo Jean Godin des Odonais, de 26 años , quien en diciembre de 1741 se casó con Isabel, de 13 años de edad.La Misión Geodésica regresó a Francia dos años después, pero Jean Godin permaneció con su esposa hasta 1749, cuando decidió regresar a Francia debido a la muerte de su padre y así encargarse de los asuntos de la familia. Así lo registra un relato escrito por el propio Godín.Partió por los afluentes del Amazonas con el propósito de avanzar hasta Cayena (Guyana Francesa), donde planeaba realizar preparativos para facilitar el posterior viaje hacia Francia junto con su esposa, quien entonces estaba embarazada y no podía emprender así el recorrido. Pero el tiempo transcurrió e Isabel no recibía noticias de su esposo, lo cual conforma un capítulo que no queda claro para la historia. Así pasaron casi veinte años, en los cuales la joven había perdido a su hija y madre. El consuelo llegó cuando un monje le aseguró que una embarcación enviada por su marido la estaba esperando en el poblado amazónico de Tabatinga, hoy en Brasil.Isabel organizó una expedición compuesta por cuarenta personas, incluidos sus dos hermanos, un sobrino, un esclavo negro y un médico; el resto eran guías indígenas y portadores de la carga. Partieron el 1 de octubre de 1769 desde Riobamba. Cuando la expedición llegó a Canelos, en la actual provincia de Pastaza, encontró que la población había huido por la amenaza de una epidemia de viruela, según narró una anterior crónica de Francisco Pájaro Febres Cordero, a propósito de una investigación del periodista estadounidense Robert Whitaker, autor del libro The Mapmaker’s Wife (2004) (La esposa del cartógrafo). Ante eso, 31 personas regresaron a Riobamba.Quienes permanecieron construyeron una balsa para navegar por el río Bobonaza, pero naufragaron en dos ocasiones. “Se lanzaron a caminar por la selva. En medio de un territorio inhóspito, sin orientación, guía ni alimentos, los nueve miembros de la expedición comenzaron a morir”, contaba el Pájaro.Solo sobrevivió Isabel, quien fue rescatada por dos indígenas que le dieron de comer y ayudaron a despojarse de gusanos que tenía incrustados en la cara. Bustos de Isabel y Jean Godin en Saint Amand Montrond (Francia), donde residieron Por fin, después de 20 años, el 22 de julio de 1770 los cónyuges se encontraron en la Guyana Francesa, donde el marido estaba residiendo temporalmente.Y después de tres años fueron a vivir a Saint Amand Montrond , departamento de Berry (Francia), donde Isabel era reconocida como pintora. Pero sobre todo se sintió amada por su esposo, con quien compartió hasta que la muerte los separó 20 años después, el 1 de marzo de 1792, con el fallecimiento de él; ella siguió el mismo camino, como si también fuera tras los pasos de su esposo, el 27 de septiembre del mismo año, indica el portal ecoamazonico.com .Febres Cordero narra que Isabel, dentro de un cofre, conservó como recuerdos el vestido que le dieron los indígenas y los zapatos que sacó al cadáver de uno de sus hermanos, con los cuales siguió su camino por la selva.Una calle y la biblioteca de Saint Amand Montrond llevan su nombre en homenaje a tan valiente mujer que decidió regresar con su esposo a pesar de la distancia y el tiempo.La proeza de Isabel de Godin provocó el interés de Charles Marie de la Condamine, quien solicitó a su buen amigo Jean Godin que le relatara el viaje de su esposa. Así lo hizo en una carta que La Condamine publicó en uno de sus libros. Aquí un extracto del relato sobre lo ocurrido después de abandonar el poblado de Canelos en canoa y luego seguir a pie por el bosque.“Colocados ahora en una situación aún más angustiante que antes, resolvieron colectivamente seguir el trazado del curso del río a lo largo de sus orillas. Todos estaban conscientes de lo difícil que resultaría tal propósito. Regresaron a su choza, tomaron las provisiones que habían dejado atrás y comenzaron el viaje. Manteniéndose a lo largo del río encontraron que sus sinuosidades alargaban el camino en gran medida, por lo que decidieron acortar la ruta en medio del bosque y después de unos días se extraviaron.El grupo quedó exhausto debido a tantos días de marcha en medio de bosque... Sus pies quedaban desgarrados por espinas y zarzas, sus provisiones se agotaron y morían de sed... Finalmente, debido al hambre, la sed y el cansancio se sentaron en el suelo sin poder levantarse y esperar así a la muerte, llegando a fallecer uno tras otro en los siguientes tres o cuatro días.Madame Godin se recostó junto a los cuerpos de sus hermanos y otros compañeros, sintiéndose estupefacta, delirante y atormentada por la sed que la ahogaba. Pero al fin encontró el valor y la fuerza suficientes para arrastrarse en la búsqueda de una salvación que la esperaba providencialmente.Tal era su condición deplorable que estaba sin zapatos y con la ropa hecha jirones, así que cortó los zapatos de los pies de sus hermanos y se ajustó las suelas a sus propios pies.Isabel me aseguró que estuvo diez días sola en el bosque, dos de ellos esperando la muerte al lado de sus hermanos, los otros ocho vagando al azar...”. (I)

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