Aunque la sinceridad es una cualidad bien vista en el ámbito social y también positiva para el ser humano, no siempre decir todo lo que uno piensa es conveniente. Pero no se trata de mentir o de ser falso, solo es cuestión de ser prudente.
Según la RAE, la prudencia es la capacidad de tener buen juicio, templanza y moderación ante ciertos acontecimientos o actividades, justamente para precaver los posibles riesgos al momento de tener una determinada conducta y también decir algo, pues recordemos que las palabras también nos atraen consecuencias.
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Por ello coincido con el proverbio árabe que indica, “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, mejor no lo digas”. Recuerda que no siempre a las personas les interesará conocer tu opinión, mucho menos si se trata de alguna crítica hacia su trabajo o personalidad, por ello, es mucho más prudente saber con quiénes puedes ser realmente sincero.
Hay que tener cuidado en la forma de decir las cosas. Ya sea con la familia, los amigos o en el mismo trabajo puede ser perjudicial andar hablando por ahí sobre lo todo lo que piensas. Incluso podrías llegar a incurrir en el “sincericidio”, término utilizado por la psicología, para referirse a la costumbre que tienen algunas personas de no controlar lo que dicen. Los «sincericidas» dicen lo primero que les llega a la boca, argumentando que son personas sinceras.
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Anque no está bien mentir, o al menos, que no está bien mentir cuando no hay ninguna necesidad de hacerlo ser demasiado sincero tiene sus consecuencias, tanto para quien habla, como para quien escucha.
El exceso de sinceridad altera la convivencia con los demás y crea conflictos. Cuando dices toda la verdad, sin ningún filtro, y de la misma manera en que te llega a la cabeza, puedes crearte conflictos con aquellas personas a las que va dirigida tu sinceridad. En ocasiones esta sinceridad puede llegar a afectar la autoestima de otra persona y también destruir tu relación con ella. En estos casos, podríamos decir que esa sinceridad deja de ser la virtud que se supone que es.
El exceso de sinceridad pone en riesgo la empatía en nuestras relaciones interpersonales. Aún si estamos diciendo algo que es verdad, cuando somos excesivamente sinceros, podemos estar haciendo daño a la otra persona, humillándole, e incluso hasta faltándole al respeto.
Por ejemplo, cuando una mujer ha sufrido un parto es natural que su condición física no sea la más idónea durante los primeros días o meses incluso, decirle que se la ve demacrada, gorda o flaca no aportará nada en su vida y más bien este tipo de comentarios podrían llegar a herirla.
¿Te parece que es necesario decir lo que vas a decir? ¿Le hace falta a alguien escuchar eso? Esas son las preguntas que estas personas deberían plantearse antes de decir toda la verdad y no porque la sinceridad sea mala, solo debes tener en claro cómo, cuando y con qué personas puedes exponer totalmente tus pensamientos, pero sobre todo no emitir comentarios que, aunque sean ciertos, lleguen a afectar la autoestima de las personas o tus relaciones en el trabajo. (I)