Algo habrá tenido que ver la crisis económica con la merma de los fuegos artificiales en la Argentina. Son tan caros y efímeros que se nos escapa un lagrimón cada vez que quemamos un petardo. Pero también está terminando con la pirotecnia la conciencia, cada vez más difundida, del daño que causa a los animales. Los pone locos a todos y es tan penoso ver el sufrimiento de un perro una noche de petardos, que se nos van para siempre las ganas de usarlos y mucho más de gastar dinero en una diversión tan pasajera.
Ocurre que los animales son mucho más sensibles que nosotros, que también somos animales, pero perdimos esa sensibilidad en algún codo remoto de nuestra historia. Es que además de animales somos humanos y por tanto capaces de hacer una cantidad inmensa de estupideces, bien humanas y para nada animales, consecuencia lisa y llana de nuestra libertad.
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La sensibilidad de los animales es la sabiduría del instinto que los humanos perdimos por alejarnos de la naturaleza. Les hace prever cantidad de episodios que a nosotros se nos pasan de largo, como los meteorológicos. Los animales son capaces de prever esos fenómenos y también los terremotos o maremotos, porque están atentos a señales de la naturaleza. Dicen que no hay animales muertos en los tsunamis porque se ponen a salvo antes de que aparezca la ola que sí mata a los humanos. Lo mismo ocurre con los terremotos: si estuviéramos atentos por lo menos a las reacciones de los animales que tenemos más cerca, sabríamos qué nos quieren decir antes de un evento que nos puede afectar. Lo único que atinamos a hacer es buscar el celular para averiguar lo que está pasando, pero llegamos tarde porque en esas circunstancias lo primero que se pierde es la señal.
Oír y ver las cosas, las plantas y los animales, estar en contacto más directo con la naturaleza y leer sus señales es mucho más importante que estar atento al WhatsApp. Respetar la voz y los tiempos de la naturaleza es ecología en estado puro.
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La sensibilidad de los animales es la sabiduría del instinto que los humanos perdimos por alejarnos de la naturaleza".
Se me ocurría este razonamiento después de reencontrarme con un viejo amigo zahorí. Zahoríes o rabdomantes son esas personas que tienen radiestesia, la capacidad de percibir ciertos estímulos que emiten las cosas, como una corriente de agua o un mineral que están debajo de la tierra. Y me cuenta mi amigo zahorí que además es meteoro-sensible y que lo nota cuando hay inestabilidad atmosférica, truenos y relámpagos. Le pasa lo que a los perros o los gatos: se pone loco, no puede dormir y termina molido.
Se me ocurría que todos los humanos fuimos zahoríes cuando éramos un poco más animales, hasta que un día nos quisimos escapar de nuestra condición de seres finitos: de animales racionales, pero animales al fin. Quizá la nueva sensibilidad con los animales –esta cercanía con quienes nos acompañan en el Arca de Noé que es el Planeta– nos vuelta a todos zahoríes. Ojalá. (O)