Si bien es muy positivo que los padres tengamos conciencia de fortalecer un buen concepto de sí mismos en los niños, lo que está mal es que los padres nos desbordemos en el reconocimiento que les damos a los hijos por cualquier acierto o progreso que hagan y que por eso les celebremos con “bombos y platillos” todos y cada uno de sus logros, por ínfimos que sean.

Les damos un premio porque comieron bien, pero solo lo que les gusta; un premio porque hicieron las tareas, gracias a nuestra ayuda; una medalla porque jugaron algún reporte, así no hagan ningún papel, y hasta se les hace una ceremonia cuando terminan su educación preescolar, en la que los disfrazan de toga y birrete (investidura propia de quienes se gradúan de la universidad). Por eso las habitaciones de los niños parecen salas de exhibición de diplomas, premios y trofeos que nos ratifican que nuestros hijos son una maravilla.

Demasiadas recompensas privan a los niños de la oportunidad de experimentar la satisfacción por la forma como se han esforzado, que es el verdadero cimiento de una autoestima positiva, que es el resultado de nuestras actitudes como padres.

El problema es que cuando sobrevaloramos los logros de los hijos, todo lo irrelevante se convierte en una hazaña y los verdaderos triunfos no tienen importancia, por lo que los hijos pierden la habilidad para diferenciar entre lo que es una victoria y lo que no es. Lo grave es que los reconocimientos y premios desproporcionados acaban por convencerlos de que son mejores de lo que realmente son y, además, los animan a que hagan todo buscando ser halagados, por lo que su autoestima depende del aval de los demás y no de un justo reconocimiento de su valor como personas.

Publicidad

Demasiadas recompensas privan a los niños de la oportunidad de experimentar la satisfacción por la forma como se han esforzado, que es el verdadero cimiento de una autoestima positiva, que es el resultado de nuestras actitudes como padres. Lo cierto del caso es que los niños se valoran en la medida que se sientan valorados por nosotros, que somos las personas más significativas para ellos a lo largo de su infancia.

Por eso, la calidad de tiempo, afecto, comprensión e interés personal que reciban los hijos de parte nuestra son decisivos para que ellos tengan un buen concepto de sí mismos, es decir, una buena autoestima y dar lo mejor de sí mismos al mundo en que viven. Esto será lo que los hará ver que ellos valen, que lo que hagan vale y que su vida vale. (O)