En un rincón del barrio Nigeria, en la isla Trinitaria de Guayaquil, hay sueños de esperanza detrás de un balón. Ese punto es la sede del Club Sport Barrio de Paz desde 2018.
En el portón de ingreso, que fácilmente pasa como el de un garaje, hay una frase pintada: “El éxito llega a quienes están dispuestos a trabajar un poco más duro que el resto”.
No hay autor. Tampoco hace falta preguntar a quién se le ocurrió. El artífice de esta escuela de fútbol es Lizandro Landázuri Quiñónez. Se define como entrenador, psicólogo y consejero de los muchachos.
Este sueño se gestó en 2011, cuando, por medio de una amiga, una persona lo contactó para “armar ocho equipos para un mundial de fútbol callejero”, según recuerda este hombre de 37 años y morador de la Trinitaria desde que tenía 5.
Eran los años 80 cuando su familia dejó su natal San Lorenzo (Esmeraldas) para radicarse y hacer hogar en este lado del estero, en Guayaquil.
Los colores de su provincia están presentes en el uniforme de 2025 del equipo que dirige.
Quedaron tan “pinteras” las prendas que los chicos ya tienen fotos con la nueva “piel”. Ahora están en proceso de inscripción para entrar al campeonato de Liga Pro municipal.
En las fotos carnet que guarda en su celular, ninguno de sus estudiantes pasa inadvertido. Fondo blanco reglamentario, mirada seria hacia al frente, cabello casquillo, piel morena y la camiseta del equipo cierra el cuadro: verde fosforescente y mangas rojas.
El técnico tiene una explicación para esa elección: “El verde representa mucho para nosotros, por la provincia verde y esperanza por todos los chicos”, describe el profesor del barrio Nigeria.
Lizandro tiene muy presentes los inicios de este club, porque le significó un viaje a Argentina con ocho chicos de la barriada. Todos jugaron la Copa América Nelsa Curbelo. Salieron en las noticias. La televisión nacional los fue a visitar en el Nigeria.
El orgullo que siente vive en las hojas de vida de quienes fueron parte de ese viaje. “Francheska es la capitana de Emelec, del equipo de primera; Irina, que trabaja de guardia; Katherine, que es secretaria; Bryan está en Chile; Rolando Quintero falleció”, enumera.
El objetivo último de este hombre, que en sus ratos libres es soldador, es que sean menos los que se equivoquen y más los que construyan futuro jugando fútbol.
Un día él también soñó con eso, pero cometió “errores” y no llegó a la meta.
“No somos mejores que Barcelona ni somos peores; ellos nos pueden ganar porque tienen más plata, pero nosotros podemos pelear porque tenemos chicos con unas condiciones enormes”, dice el entrenador.
Cada cierto tiempo, el mismo Lizandro interrumpe esta conversación para dar indicaciones de velocidad: “¡Más rápido, Dorkan! ¡Más rápido, Guaguin!“.
Quienes reciben estas disposiciones son los dieciocho chicos que entrenan en la cancha de césped sintético en las mañanas. Con el grupo que viene desde las 14:30 y paulatinamente rotan hasta las 19:00, completan 100 alumnos, que están entre los 4 y 17 años.
El número se lee irreal. El contexto que rodea a Nigeria —colinda con Malvinas y para llegar se toma la av. Perimetral y el puente El Muerto— hace creer que este sitio, tachado de peligroso, no ofrece posibilidades a quienes lo habitan.
El trabajo de Lizandro demuestra lo contrario. La cancha de este club deportivo es un terreno esquinero que hasta 2014 fue la escuela fiscal 21 de Septiembre. Ahora, está a cargo de la Empresa Pública Municipal de Acción Social y Educación de Guayaquil (DASE).
Por dentro es casi un oasis: puro correr detrás de la pelota, calentar con piques, pase, pase y los niños gritando: “¡El profe ya es famoso! ¡Buena, profe!“.
“Siempre esto te distrae. Aquí uno se olvida de que tiene hambre, que no ha comido, que tengo que pagar mañana al chulquero”, narra Lizandro sobre este amor inclaudicable.
Su mirada transmite satisfacción. Hay chicos en la Policía, preparándose para la Armada, dando pruebas en clubes de primera categoría, y otros, en los de segunda. (I)