Ansiosos, unos adolescentes movían ligeramente las piernas, se frotaban las manos y revisaban sus celulares, mientras otros, un poco más relajados, se retrataban en una selfi. Eran los minutos previos de subir al estrado del auditorio de la unidad educativa Sagrados Corazones. Todo estaba listo: luces, micrófonos, las tres mesas con sus asientos y la cartelera con 21 sobres numerados.