La quema del muñeco vestido con ropa vieja, con una careta elaborada con papel periódico y pintada con bigote y cabello blanco y relleno de aserrín ha evolucionado en las últimas décadas.

Aunque se mantiene la tradición de incinerar un monigote para despedir el año, se pasó de quemar cierto tipo de muñecos a incinerar grandes obras de papel que representan a cantantes, personajes de cine, del fútbol, series infantiles y demás.

Algunas de estas últimas creaciones alcanzan los 10 metros de altura y han dado paso a nuevas tradiciones en zonas del suburbio de Guayaquil, como la exhibición de los años viejos gigantes que tienen una ruta para locales y extranjeros, diseñada por la Empresa Pública Municipal de Turismo.

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La calle 6 de marzo se ha convertido en una vitrina que muestra cómo la modernidad ha cambiado parte de la tradición.

Se dejó del lado el aserrín por el papel periódico. Se cambió la estructura de madera por moldes hechos con papel, almidón y pintura esmalte. Algunos artesanos, pocos, se mantienen en la elaboración de caretas que emulan a una persona mayor, con bigotes y cabello canoso.

¿Cuál es el verdadero origen de la quema de los ‘viejos’ en la ciudad?

El historiador Willington Paredes afirma que no hay una fecha precisa en la que se inició con la quema de los viejos. Pero, cita, que lo que sí está claro es que los monigotes retrataban al personaje más odiado del año y, por ende, representaba la incineración de lo malo y nefasto que había ocurrido en los últimos 12 meses.

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“Se quemaba al político, principalmente, al menos influyente y al que había generado más caos durante ese año. Durante la presidencia de Velasco Ibarra se lo quemaba a él, asimismo se trató en su momento de quemar la figura de Gabriel García Moreno”, relata Paredes.

La quema de monigotes se mantuvo en 2020 y 2021 a pesar de las restricciones por la pandemia. Foto: Freddy Macas

En el libro Los Años Viejos, publicado en el 2007, se describe que esta tradición ya se practicaba en Guayaquil por el año 1870.

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En el texto, de autores como Ángel Emilio Hidalgo, Carlos Tutivén Román, María Belén Calvache, Liset Coba, entre otros, se citan varias hipótesis del origen de esta práctica.

Por ejemplo, se relata que “los muñecos fueron introducidos por españoles valencianos y andaluces”.

Asimismo se detalla que la costumbre nació de la práctica de los aborígenes que acostumbraban a hacer grandes pacas con la vegetación que ya había dado sus frutos, quemándolas, en un ritual que practicaban al comenzar la época de lluvias.

Sin embargo, en el mismo libro, se afirma que a pesar de los esfuerzos de investigadores por esclarecer los orígenes de los años viejos, “todo queda en el plano de la especulación y la leyenda, al no existir pruebas que corroboren cualquiera de las hipótesis planteadas”.

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Un tema con el que concuerda el historiador Ángel Emilio Hidalgo es que esta costumbre nació como una expresión popular en su dimensión sociopolítica y que surgió en los barrios.

“El concurso de diario EL UNIVERSO (1962) apuntaló a esta costumbre de arraigo popular. Sobre las tarimas se exponían historias que tenían una base política de sucesos y donde se hacía una cierta denuncia social”, detalla Hidalgo.

A pocos minutos de que inicie el nuevo año se acostumbra a encender el monigote.

Los barrios y la unión de la comunidad se reflejaba en los trabajos que se exponían en tarimas ubicadas en calles céntricas como el boulevard 9 de octubre.

Carlos Julio Arosemena, Don Buca, Velasco Ibarra, Nikita Kruschov y Juan Pueblo destacaban entre los personajes retratados. Este último interrogando a los políticos, pidiéndoles cuentas o denunciando la corrupción, detalla el libro Los Años Viejos.

El historiador Hidalgo refiere que en la década de los 80, aún cuando se mantenía el concurso de este Diario que fortaleció la costumbre de la elaboración de los viejos, fue cuando se dio la modernización de la tradición en la ciudad y el país.

Cita que en ese año se empezó a palpar la presencia, además de figuras políticas, de personajes de las industrias culturales.

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En los 90 fue cuando esta corriente se fortaleció. Willington Paredes cita que personajes como El Chavo del 8, que ya no tenían ninguna razón social para ser quemados, aparecieron en escena.

“Se empezó no solo a quemar lo viejo, sino a lo popular y a lo conocido en ese año”, detalla el historiador.

Los dos historiadores concuerdan en que, si bien la forma ha mutado, se mantiene la esencia “de quemar todo aquello que hay que dejar atrás y superar las historias que ya no nos identifican”.

Sin embargo, desde la visión de Paredes, hace falta recuperar costumbres que acompañaban a esta tradición que se mantiene en la Costa.

Una de ellas es el recorrido del viejo a las calles céntricas de la ciudad y la elaboración del testamento. “Se requiere fortalecer la idea de vecindad, de barrio que fue en donde inició todo”, anota él. (I)