Marina Salvarezza ha sido madre dos veces. O mil. De Verónica y Pier Lorenzo García, sus hijos con el ecuatoriano Alberto García. De múltiples generaciones de alumnos de idiomas y de teatro. Y sobre las tablas, en las que ha interpretado a múltiples papeles maternos.
Uno de las más recientes lo hizo en la TV, para la serie Los García (Ecuavisa), una experiencia grata con un equipo que en sus palabras es “fantástico, mejor no se podía desear”. Con ellos pasó siete meses, entre julio de 2024 y febrero de 2024.
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Cada proyecto artístico es la creación de algo que no se sabe cómo va a terminar. Más o menos como ocurre con un hijo, piensa Marina. “Uno no sabe lo que le espera. Con mi primera hija, que nació en Milán, fue algo increíble, todo era nuevo. Una va con la experiencia de lo que te cuenta otra mujer, que te da consejos. Pero la vivencia es otra cosa. Afortunadamente he tenido dos embarazos fantásticos. Creo que la época en la cual me siento con más energía es cuando estoy encinta, hubiese podido tener 10 hijos feliz”, ríe, “porque he tenido la suerte de tener un cuerpo moldeado para tener hijos”. Sabe que eso ha sido un privilegio de salud.
“Además, amamantar fue uno de los momentos más hermosos de la maternidad”, recuerda con cariño. “A la primera le di 5 meses, a mi hijo casi un año. Pero el bandido ya tenía dientes, entonces una noche le dije: ‘Basta, tú me estás mordiendo’”. Ese contacto, cree, le permitió descubrir a sus hijos. “Hay esa comunicación que para mí fue fundamental; a mis hijos los he considerado, desde que nacieron, seres humanos muy diferentes a mí, a los que tenía que respetar, y he hecho así toda la vida, los he dejado libres”.
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Sin detenerse habla de sus otros hijos, los estudiantes. “Cada uno, y son miles, me ha dado algo. Y en mi faceta de maestra me he sentido más gratificada por lo que me daban mis alumnos que por lo que yo les podía dar a ellos. Les daba lo poco que sabía, pero ellos me daban la vida, el cariño, el abrazo. Eso que hoy siento que falta en la relación humana. Uno corre, va rápido, se da un abrazo casi por costumbre, no porque lo siente. Y eso que yo vengo de una sociedad donde no es tan común abrazarse”, advierte la actriz nacida en Génova en 1946.
Para Marina es importante la comunicación a través del cuerpo y de la palabra, en especial entre padres e hijos. “Estamos mucho con esto”, dice agitando el celular. Sí, el teléfono ayuda, pero no en la familia. “Durante la pandemia tuve la suerte de hacer teatro por Zoom. La tecnología, no lo niego, es extraordinaria. Pero hay que darnos nuestro tiempo”.
El riesgo es ser consumidos. “Si yo tomo el celular a las 9 de la mañana, a las 11 todavía estoy contestando. Nunca he escrito tanto en mi vida como por WhatsApp”. Le sirve para sostener largas conversaciones con su hija que vive en Bruselas. Pero no le impide tenerlas en persona con su hijo. Y con las nietas, de 3 y 9 años.
Madre en el aula y en el escenario: la trayectoria de Marina Salvarezza en Ecuador
¿Cuántas promociones de alumnos ha tenido? “Empecé hace 45 años, porque vine (a Guayaquil) para fundar una escuela con mi cuñada, que era profesora. Ella me dijo: ‘Si vienes, es a quedarte, no solamente de visita. Yo salgo del colegio y ponemos una escuela’. Y así fue”.
La escuela Valdivia todavía existe y es muy buena, cuenta con emoción. “Tenía niños de 3 y 4 años, kínder y prekínder”. La conexión fue inmediata. “Empecé inventándome cuentos infantiles y actuando. Siempre he dado teatro, voz, expresión corporal. E idiomas, porque mi diploma universitario es de idiomas: alemán, inglés y francés”.
También italiano, su lengua natal, que enseña hasta la fecha, por videoconferencia. “Teatro no puedo”, aclara. “Me negué a dar clases de teatro por Zoom. Historia del teatro sí, pero actuación no. En el teatro es fundamental la respiración. Necesitas ver que la persona esté respirando bien, que pueda proyectar la voz, y eso es contacto”.
No ha dejado a los niños y los títeres. Las fotos para esta entrevista fueron tomadas en Casa de Títeres, donde está la colección de Ana von Buchwald (junto al puente 5 de Junio). “He dado muchísimas clases. Entonces, cuando tú me preguntas cuántas generaciones, imagínate, 1977, con niños de 3 años… ¿cuántos tienen ellos ahora?”, calcula. “Me encuentro con un señor de 45 años que me sonríe y me dice: ‘Yo fui su alumno en Valdivia’. Y lo veo con barba, ya siendo padre. Después de tantos años me reconocen. Me digo: ‘Tan vieja, tan cambiada no estoy’”, sonríe.
Marina es, además, inconfundible por su voz. Esta periodista la vio hace tres décadas interpretando el papel de Yocasta en Edipo rey. Hoy suena idéntica. “Amo hacer cine, televisión. Es un trabajo demandante, pero uno está en manos de los técnicos, del director. El teatro”, matiza, “pertenece al actor. Es la forma de arte que quien ama actuar aprecia mucho más. Es entregarte dos o tres horas en el escenario. Es un esfuerzo muy emocional. Se abre el telón y tienes que seguir hasta el final. Cada función es un público nuevo. Y tú tienes que conquistarlo cada vez”.
Marina ha sido conquistada, a su vez, por roles maternos con una fuerte carga dramática. Le pedimos que elija algunos, y la selección es atípica. “He tenido la suerte de trabajar en obras donde la maternidad ha sido muy cuestionada. Monté hace diez años un monólogo mío, Medea ahora. Y es la tragedia de Medea. De esta mujer que llega a matar a sus hijos. Es terriblemente duro, cruel, desgastante en lo más profundo entrar en esta psicología. Y cuando estás uniendo cabos de por qué esta mujer llega a esa venganza frente a la traición del marido, entiendes mucho lo que es una madre: ella concibe, pero necesita el apoyo, el amor incondicional del otro. Esa relación de pareja hoy está faltando. La mujer, cuando le apuesta a un hombre como padre de sus hijos (y él la deja), muchas veces no tiene otra posibilidad de recuperar su parte afectiva. (Medea) se transforma en un animal que mata para apagar el dolor inmenso que tiene en su alma”.
De ahí pasamos a la maternidad de Bernarda Alba, una viuda que obliga a sus hijas a vivir en luto riguroso por años. “Es una maternidad asfixiante, esa madre que no escucha el grito de libertad de una muchacha”.
Y terminamos con Yocasta, una madre que no mata a su hijo, pero lo abandona, lo regala a un pastor. “Se deshace de él para complacer a a su esposo, ¿comprendes?”. Su tragedia es que no se reencuentra con el hijo hasta que este es adulto, no lo reconoce, y se casa con él. “En esas figuras hay un hecho común, y es un amor enfermizo. El verdadero amor es dejar los otros libres de escoger su vida. No quitársela.”.
Algo similar ocurre en el femicidio, una problemática que Marina confiesa que la deja anonadada. El amor, insiste, es dejar al otro desarrollarse. “Hombres y mujeres, muchas veces, estamos en el mismo plan. Castrando al otro. Esa necesidad de poseer te hace ver el mundo y el amor de una forma equivocada. Y no es una cuestión de ayer, es una cuestión de hoy, no estamos preparados, no tenemos educación sentimental. Se vive de estereotipos”.
Al momento, Marina está trabajando en Hay que deshacer la casa, con la actriz Marta Ontaneda, la relación entre dos hermanas de diferentes caracteres. Se representará a mediados de noviembre en el Teatro Sánchez Aguilar. Además, tiene la mente puesta en un título que llegará para 2026, Nosotras, las señoras alegres. Sin dejar el mundo de los títeres, donde prepara una obra ecológica dedicada al bosque tropical seco.
“Y ahora estoy preparando otra totalmente nueva, que desde hace 30 años quiero montar, y que habla de una madre y de una hija”. Se trata de A los 50 ella descubrió el mar, con Marina y Alejandra Paredes en los protagónicos; esto es parte del proyecto Teatro Íntimo. No quiere dar todavía todos los detalles, porque está en plena preparación actoral y psicológica. “Lectura, lectura, lectura”. (E)