Una infidelidad no se agota el día en que se descubre. La conversación incómoda, las emociones acumuladas y las preguntas que rondan la mente de quien fue herido suelen acompañar durante meses e incluso años a la persona.

No es solo un quiebre en la relación de pareja; claro que es una consecuencia, pero es también un golpe emocional que se instala en la manera en que la persona se percibe, en la seguridad con la que se relaciona y en su convivencia con su entorno social.

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El golpe a la autoimagen

Para la psicóloga clínica María Celeste Sarmiento, especialista en salud mental femenina, este tipo de experiencias “activa un sistema de creencias de desvalorización” que cambia la percepción del propio valor y la capacidad de ser amado. “A menudo surgen preguntas como ‘¿por qué no soy suficiente?’ o ‘¿qué me falta para que me amen?’. Estas ideas pueden dejar secuelas emocionales que dificulten construir vínculos saludables en el futuro”, explica

La psicóloga clínica Priscila Miranda Samaniego ha visto en consulta que el primer impacto recae sobre la autoimagen y el sentido de valía.

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“Las personas comienzan a cuestionarse si son suficientes, si fue su culpa o si les faltó algo para que su pareja lo buscara en otra persona”. Según la especialista, esta herida inicial erosiona la confianza personal y genera inseguridad hacia las relaciones en general. “Es común que la persona deje de cuidar su apariencia, evite reuniones sociales o pierda interés en actividades que antes disfrutaba”. Añade que este retraimiento alimenta un círculo que ralentiza la recuperación: “Al aislarse, pierde oportunidades de recibir apoyo y validar sus emociones en un entorno seguro”, señala Miranda.

La inseguridad y la baja autoestima no son la misma condición, pero podrían estar juntas, afectando el potencial de la persona. Foto: Shutterstock

La vergüenza como freno

Más allá del dolor, la vergüenza es una de las emociones que más daño producen. Sarmiento la describe como “intensa, dolorosa y paralizante”, con un mensaje interno que dice: hay algo defectuoso en mí y debo callarlo para no quedar mal. “El malestar se multiplica porque la persona siente que todos la miran bajo ese filtro”, explica Sarmiento.

Esta emoción conduce al aislamiento, a la autocrítica excesiva y a la creencia de que uno es indigno de amor y pertenencia. También puede frenar la búsqueda de ayuda profesional, prolongando el sufrimiento. Miranda coincide en que estas emociones no se quedan en lo individual. La irritabilidad, el retraimiento o la sobreprotección, dice, pueden alterar la convivencia familiar, reducir la paciencia y cerrar los canales de comunicación dentro de un núcleo.

Aceptar los comentarios positivos de los demás y no compararse con otros son algunas señales de buena autoestima. Foto: Shutterstock

Efectos en la familia

En familias con hijos, los cambios en la autoestima del padre o madre afectado pueden colarse de forma inconsciente en la crianza. “Aparecen miedos, inseguridades y una tendencia a proyectar críticas excesivas hacia los hijos, a diferencia de padres con alta autoestima, que logran establecer límites claros y brindar apoyo emocional”, dice Sarmiento. El entorno familiar también puede convertirse en un escenario de tensión.

Miranda advierte que cuando familiares o amigos “toman partido” por una de las partes, la sensación de rechazo se intensifica. Sarmiento comenta que, en algunos casos, los hijos mayores asumen un papel de mediadores o protectores, lo que les genera una carga emocional extra.

“Esto no les corresponde y, si se prolonga, puede afectar su desarrollo y su propia forma de vincularse en el futuro”, advierte. Esta presión incrementa la inseguridad y puede llevar al aislamiento emocional, lo que a su vez dificulta la recuperación.

En algunos casos los padres vienen de hogares emocionalmente disfuncionales y se acostumbraron a ese trato. Foto: Shutterstock

Comparaciones en las redes sociales

Otro factor que prolonga el dolor son los pensamientos automáticos y las comparaciones con la tercera persona involucrada. Miranda señala que, en la mayoría de casos que atiende, las mujeres desarrollan creencias de insuficiencia, como “no soy atractiva” o “no valgo lo suficiente”, reforzadas por estas comparaciones.

En la era digital, el daño puede multiplicarse. “Los comentarios y rumores en redes sociales reabren la herida, generan humillación y prolongan el duelo”, explica Miranda. Para la persona afectada, la exposición pública añade una carga extra de vergüenza y puede disparar ansiedad.

Foto: Shutterstock

Mecanismos que ayudan y mecanismos que dañan

Sarmiento identifica mecanismos protectores que ayudan a preservar la autoestima, como buscar apoyo social, reevaluar creencias y practicar la autoafirmación. Sin embargo, también advierte de mecanismos desadaptativos: comparaciones constantes, aislamiento, idealización del pasado. Estos últimos perpetúan el dolor y refuerzan narrativas internas de insuficiencia.

Camino hacia la recuperación

La recuperación de la autoestima no es inmediata. “Es ir de pasito a pasito”, dice Sarmiento, y se acelera con terapia, experiencias positivas y redes de apoyo seguras. El punto de inflexión llega cuando la persona reconoce que la infidelidad no define su valor y que es el resultado de múltiples factores.

Miranda recomienda trabajar la autoestima y la comunicación asertiva, incluso incluir sesiones familiares para mejorar la comprensión mutua y reducir la tensión en casa. “Cada caso es distinto, pero empezar con terapia individual y herramientas de comunicación es clave”, señala.

La estabilidad y realización personal abre las puertas para encontrar a la pareja indicada. Foto: Shutterstock

No todas las historias terminan con una ruptura definitiva. Sarmiento considera que, bajo ciertas condiciones, “nueva comunicación emocional, compromiso mutuo, reconstrucción de la confianza y responsabilidad compartida..., puede ser doloroso, pero también transformador para los vínculos familiares”, dice.

En otros casos, la decisión de separarse puede dar paso a un trabajo personal que permita construir relaciones más equilibradas: “Un proceso de reflexión que en un espacio seguro fortalece la autoobservación, el autocuidado y la capacidad de establecer límites”, concluye Miranda. (E)