El estreno en Quito de Aristócratas: crónicas de una marica incómoda, obra “que mezcla teatro, performance y posporno”, inspirada en el universo del escritor chileno Pedro Lemebel, produjo críticas y resistencia en un sector de la capital, principalmente por el lugar elegido, la capilla del Museo de la Ciudad.

La puesta en escena, ocurrida el sábado 29 de noviembre, fue una propuesta del colectivo Up Zurdas, anunciada por la Secretaría de Cultura de Quito y la fundación Museos de la Ciudad, instituciones que el lunes 1 de diciembre presentaron un comunicado en el que lamentaban “haber afectado las creencias de una parte de la ciudadanía”, y aseguraban que su propósito es dar cabida a todas las voces sin vulnerar los derechos de ninguna.

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Por su parte, los grupos LGBTIQ+ protestaron, asegurando que la obra trata de abordar los temas de la lucha de clases, identidad y sexualización cultural.

Lo que le falta al Municipio es sensibilidad: Gonzalo Ortiz, sociólogo y expolítico

El sociólogo Gonzalo Ortiz Crespo, exvicealcalde de Quito, no está de acuerdo. “Me parece que es un error muy grande del Municipio haber permitido esa obra ahí. Porque aunque ya no es una capilla, fue desacralizada, para muchos sigue siendo un lugar que fue de culto”.

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Agrega que es un patrimonio de la ciudad. “Aunque no sea ya sagrado, tiene esa dimensión muy importante, y no se puede utilizar un sitio patrimonial de tanta importancia para obras que son contestatarias”.

¿Qué pasa con la libertad de expresión? Hay que reconocerla, dice Ortiz. “Pero también tiene límites, y uno es esa sensibilidad; la mayoría de los ecuatorianos son católicos, especialmente en Quito; aunque ahora sea un salón de actos, fue una capilla durante siglos y, además, vinculada con el hospital antiguo de Quito (San Juan de Dios). Un símbolo de la caridad”. Confirma que allí se han dado ceremonias como las declaraciones de huésped ilustre y la entrega de las llaves de la ciudad y tal vez la presentación de un libro, “pero precisamente por lo solemne del acto”. Artes escénicas no. La obra Aristócratas, piensa, está hecha para la provocación. “Y lo han logrado con creces”.

¿No es el arte desafiante de lo establecido? “Pero por la innovación que presenten, por las técnicas que presenten, por los temas que presenten”. Insiste en que los espacios públicos se deben al público en general. “Lo que le falta al Municipio es sensibilidad”, opina.

El arte genera fricciones: la visión de la curadora Amalina Bomnin

Familiarizada con la obra de Lemebel, a la profesora, investigadora y curadora de la Universidad de las Artes Amalina Bomnin le parece “totalmente legítimo” que un espacio que ya no conserva las funciones originales religiosas se utilice para la expresión artística.

Ella dice que han pasado al menos cuatro décadas desde que el artista (fallecido en 2015) fundó junto con Francisco Casas el proyecto contracultural de performance Las Yeguas del Apocalipsis, con el que procuraron dar visibilidad a la diversidad sexual en Chile, entre las décadas de 1980 y 1990. Uno de sus sitios elegidos fue el campus universitario, pues a los homosexuales no se les permitía matricularse.

Y sin embargo, observa, persisten prejuicios alrededor de los comportamientos y orientaciones de ciertos grupos. “Hay una cuestión a la que veo muy en el plano del moralismo, que tiene que ver efectivamente con la gente que visita un templo, suele asociar ese lugar con ciertas funciones”. Pero los artistas, sean de performance, teatro o artes visuales, tienen que hacer una apropiación de los espacios, “porque los espacios públicos son de la población, no pertenecen específicamente a la iglesia”.

Pero hay algo que hace notar, y es que a veces se elevan las posibilidades en el caso de grupos de disidencias sexuales y de género, en detrimento de otros artistas. ”No debemos desbalancear las oportunidades que se dan a los artistas”.

Se pregunta, también, cuál ha sido la puesta en escena y cómo se ha reescrito el texto de Lemebel, “una persona a quien respeto mucho, porque ha sido parte de mis investigaciones en torno al performance, una modalidad que se desempeña con un discurso crítico y que tiene la particularidad de tomarse los espacios públicos”; no para vandalizar ni deteriorar, sino para darles un fin estético y de creación de conciencia.

Piensa que los grupos que están haciendo una crítica más radical de Aristócratas no tienen conocimiento del arte, que es más que contemplar una pieza de museo. A ella le preocupa más la apreciación de la calidad del arte propuesto, presupuestado y presentado, pero no ve que ese sea el debate. Pero lo que se ve es que cuando un proyecto artístico se instala muy cerca de un sitio que tenga que ver con lo público o con representación del poder, hay fricciones.

Por el momento, valora que el nombre del artista esté sonando. “Creo que hay que ser mucho más profundos cuando se hacen estos pronunciamientos, hay que conocer cómo se desarrolla el arte, hay que saber quién fue Lemebel, el efecto que tuvo su voz, su presencia y sus acciones”.

“Ya no es una iglesia, hay que reutilizar los espacios”, opina la curadora Mafo López

Esta puesta en escena es simplemente la ocupación de espacios que por derecho les corresponden a las diversidades, afirma Mafo López, docente de Gestión y Política de la Cultura de la UArtes y curadora que trabaja en la línea de la cultura urbana.

Explica que tampoco en la curaduría hay un criterio unificado ni hay igualdad de oportunidades en el arte. “Muchas de las manifestaciones culturales diversas tienen que luchar por buscar estos espacios. Habría que ver cuánto apoyo han tenido los compañeros de la comunidad LGBTIQ+ en todo este tiempo, cuánto han gastado en la producción, cómo se les ha apoyado”.

La inversión en proyectos masivos de arte, dice, no ha considerado la educación de los nuevos públicos. “No tendríamos un público reaccionario si tuviéramos un público educado que entienda que desde el 1998 este espacio (la capilla) ya no es una iglesia”. Alega que en Europa, muchas antiguas iglesias ahora son museos, galerías y pistas de patinaje. “Hay que reutilizar los espacios y resignificarlos”.

¿Cómo se educa al público? “Haciendo más exposiciones para infancias. ¿Qué espacio les damos a las infancias, a las adolescencias en la oferta cultural en nuestro país? Yo no veo grandes procesos, menos aquí en Guayaquil”.

Tampoco el ejercicio de la cultura urbana goza de aceptación. “¿Sabe cuánto tiempo me tomó llegar al MAAC con una exposición por los 40 años de arte urbano ecuatoriano con 300 artistas? Diecisiete años. Fue la primera exposición en las salas principales, no en los parqueaderos. Fue apenas en el 2018”.

Enfatiza que la Constitución garantiza el derecho a pertenecer a comunidades diversas en cuanto a las formas de hacer cultura y que hay igualdad en los derechos de acceso, “pero no es así. En el Museo Municipal de Guayaquil, una tesis de una de mis alumnas fue la primera entrada de la cultura punk”.

López duda de que el rechazo a producciones como Aristócratas vaya a intimidar a los colectivos. “Al contrario, vamos a tener mayor producción de cultura generada en las diversidades. Siempre van a tener un cerco, sea desde la raza, desde la clase, desde el género, va a haber reticencia, y sobre todo en espacios de pensamiento conservador, pese a que Quito, por la ebullición de prácticas culturales, se pensaría que lo es menos. Para muestra, un botón”.

¿Hay alguna posibilidad de conciliación? Lo ve complejo. Sugiere la formulación de conversatorios en torno al arte contemporáneo y el papel de la iglesia… la cual también se está diversificando. “Hicieron la primera misa en Roblox”, comenta, y ya hay curas DJ. Piensa que eso debería llamar la atención de los feligreses, más que los espacios desacralizados. (F)