De la mano del dramaturgo español Carlos Atanes, se presentó en Guayaquil Antimateria, lo mejor del 2020. Y no es porque el año fue un auténtico desastre para la humanidad y las artes, que casi lo mismo es… se trató de una verdadera pieza teatral dirigida por Alejandro Fajardo y en funciones durante todo el mes de noviembre. Esta obra fue la que por mucho nos dio un alivio catártico a los amantes del teatro, por lo cual quien hace esta crítica, de inicio está muy agradecido con el equipo de trabajo conformado por el productor Arnaldo Gálvez; Fajardo, la mente brillante detrás de la obra; y las actuaciones realmente memorables logradas por Lucho Mueckay, como el profesor, y el caballero de la actuación, que más que estuvo perdido en el mundo televisivo, José Andrés Caballero.

El espectáculo se llevó a cabo durante el mes de noviembre, presentándose en la legendaria Casa Cino Fabiani con todas las medidas de bioseguridad. El único inconveniente, no menos importante, son las incómodas sillas que, con mi estatura y peso ya sentía que la mía se desarmaba.

Este trabajo fue un tributo al buen teatro: elegante, inteligente, fino, inclusivo, actualizado, penetrante y conmovedor.

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Lucho se pasa en su papel: su madurez le tiñen los ojos de la verdad que el personaje trae consigo desde la tinta sangre de quien escribe la obra. Mueckay es el profesor.

La tensión es muy sutil, cuando Ramírez, el estudiante interpretado por Caballero irrumpe en la habitación del profesor quien está escribiendo un libro a contra tiempo: El cuerpo laxo. Ramírez está entre que se va y no se va del aposento. Le prepara al profesor una trampa psicológica que terminaría en un suceso inesperado para los espectadores, el mismo que deja mucho para pensar. Tremendo.

Sobre la estética, las luces tenues, los libros de alto nivel, las copas, la botella de vino y los colores, juegan al romance con el suspenso, a veces hilarante, de los diálogos y la historia. Los elementos de escena estuvieron bien escogidos para hacerle la resistencia a la comodidad de la nueva ola del fracasado “teatro online”.

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Mientras el escenario se presenta como fotografía, un torrente de referencias y enseñanzas van apareciendo durante la obra. Los dilemas contagian al público, por ejemplo, ¿deberíamos elegir entre quién es más útil para sobrevivir en una pandemia, ancianos o jóvenes? Las implicaciones éticas, de actualidad, que son el menú de planteamientos dentro de la obra, nos dejan mucho para pensar a los espectadores más atentos, convirtiéndose en un manifiesto político suavizado con el entramado de un thriller psicológico.

Hoy en día cuando decimos “por coronavirus solo se mueren los ancianos” y “todos los días hay que decidir a quién darle el respirador”, la obra viene bien. Da una respuesta absoluta a este dilema, por lo que, bien puede sugerirse que se repita.

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Tenemos otro problema serio acá, en nuestra localidad: hacemos obras para una vez en la vida y nunca más. ¿Cuál es la traba que nos impide repetir una obra que ha sido representativa o influyente? ¿El proceso tedioso o traumático para montar una obra? ¿Los derechos de presentación? Con sus excepciones, nos acostumbramos a poner cartelera para una vez en la vida y deduzco que se trata de entusiasmo, pero no de constancia y continuidad.

Necesitamos un teatro con obras permanentes. Un teatro titular, que tenga cartelera, que tenga elenco y actores en su haber, famosos o ignotos, para no naufragar en una ciudad sin arte.

La Casa Cino Fabiani nos ha aportado con varios espectáculos, ¿Qué os traerá para el 2021? ¡Antimateria! ¡Antimateria! (O)