Alexis Villacís, chef y propietario de Alma Parrilla, atiende a todos los comensales junto con su madre. Les cuenta de sus experiencias en Europa y de su filosofía gastronómica en un pequeño restaurante de doce puestos, el cual destaca de todos los negocios en derredor, descuidados y sin gusto. Este, aunque sencillo, ha tratado de pensar en todos los detalles, volviéndolo acogedor. Ubicado en una plazoleta con parqueo, a la entrada de la ciudadela Ferroviaria, justo al lado del primer redondel. Sugerimos ir a su Instagram @almaparrillaec para revisar horarios.

La sangría es perfecta. Nos cuenta Villacís que tiene una barrica de roble y guarda el vino por 30 días antes de servirlo con toques de cinzano, enebro, laurel y frutas.

La parrilla completa pasa por varios momentos. Comenzamos con ensalada de granos, habas, brócoli rallado, fréjoles blancos, aguacate, yuca frita finamente cortada, con salsa de pimiento ahumado. Luego, todo es parrilla. Incluso el pan, hecho en casa con avena, de masa madre, al que se le aplica un brochazo de aceite, ajo y tomates deshidratados, para luego ponerlo en la parrilla. Las semillas de sésamo en sus filos le dan combinaciones de texturas y sabores, amargo, salado, crujiente y suave.

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Siguió el pescado. Abundante. Robalo y corvina enteros, con piel a la parrilla, cocinados solo con sal. Si el pescado es fresco, esta preparación es un manjar. Lo fue, y el punto de cocción ayudó. La carne se desprendía en trozos formando capas, con una estructura perfecta para potenciar su sabor. El comensal tiene que sujetarse a un menú que depende de la pesca del día y los productos que hubieren llegado. Lo mejor del almuerzo vino después. Langostinos frescos. Lo mejor de la parrilla. Tres U5 y tres U7, asados con cáscara, en canuto, aguardiente de caña, con aceite de ajo, limón y sal. Sencillamente espectaculares. Este es uno de los pocos crustáceos que al ser de gran tamaño, mejoran en textura y sabor.

De entremés trajeron las mejores papas fritas que he comido en Ecuador. En cubos. Primero horneadas y luego fritas. Finalmente, vino un plato de chuletas de cerdo y res. Usa como adobo lo que él llama chimichurri de flores, una mezcla de inflorescencias de albahaca, ajo, hinojo, culantro y cebolla maceradas con pisco. Finaliza las carnes sacándolas del hierro y poniéndolas al carbón y la leña.

El cerdo jugoso y de sabores suntuosos. Lo que nos quedó debiendo luego de tan opípara comida, con tres sangrías cada uno, a $ 33 por persona, fue la chuleta de res. Ni en sabor ni en textura estuvieron a la altura del resto. La calidad de la materia prima no acompañó este curso. El postre, trozos de melón al carbón en cacerola caliente con manjar derretido, yogur agrio y uvillas deshidratadas. Grand finale. Recomendado. (O)