¿Cómo hacer para que todo el mundo te quiera…? La fórmula se la llevó Miguel Ángel Russo al otro mundo. Estuvo exactamente cincuenta años en el fútbol, 14 como jugador, 36 como técnico.

En un ambiente complicado, ultracompetitivo, inundado de egos y serruchos, de individualismos y mezquindades, se fue sin un conflicto, sin una bronca con alguien; no se le recuerda una declaración en contra de nadie, una salida inelegante de algún club.

Alto mérito. En el último filtro de la lista para el Mundial 86, Bilardo lo excluyó, pero jamás un reproche para el técnico. “Me dejó afuera y me pareció justa su explicación. Carlos me dijo que lo iba a odiar y a insultar, pero me avisó: ‘El día que seas técnico te vas a dar cuenta’. Tenía una razón muy grande. Todo lo que me decía después era la realidad”. Se perdió de ser campeón del mundo, pero tragó saliva y se cosió la boca.

En 2008, tras la renuncia de Alfio Basile a la selección argentina, lo llamaron una noche para anunciarle que era el nuevo técnico de la celeste y blanca. Descorchó un champán. A la mañana siguiente le avisaron: “No vas; va Maradona”. Otra vez a masticar ladrillos, pero en silencio.

Nunca una queja a Grondona. Y siempre la sonrisa. Hay miles de fotos suyas: es raro encontrarlo con un gesto destemplado en alguna.

Es verdad, no hay muerto malo, pero Miguel era especial. Tanto que lo despidieron con afecto todos los hinchas del país.

Lo amaron entrañablemente los de Boca, Central, Estudiantes, Lanús, San Lorenzo, Vélez… Los de Millonarios de Colombia, que desfilaron en el velorio en la Bombonera con coronas de flores y cánticos. Se entiende: en todos fue campeón.

Pero lo querían los de equipos en los que nunca estuvo. Miles de mensajes en las redes de gente de River, Independiente, los comunicados embebidos de respeto de todos los clubes, los minutos de silencio en los partidos…

Y sin haber sido un ídolo como jugador. Se consagró ídolo como gente. Se va dejando una estela de señorío inigualada.

“QEPD. Siempre nos respetó. Tipazo”, de Matías, uno de los miles de riverplatenses que lo despidieron en los foros. “Hoy no hay colores ni rivalidades. Se fue la persona más querida del fútbol argentino”, otro de la Banda Roja. Así todos. Tuvo tres grandes amores: Estudiantes (jugó catorce temporadas), Boca (lo dirigió en tres ocasiones), Central (cinco veces) y desarrolló un cariño inusual por Millonarios en el corto tiempo que estuvo. Allí, en 2017, se le despertó el cáncer de próstata que se lo llevaría. “Tengo algo: orino sangre”, le dijo a su inseparable asistente y amigo Hugo Gottardi mientras jugaban golf. Y ese algo acabó con él este miércoles, 8 de octubre.

Murió en funciones. Aguantó con estoicismo oriental el dolor, los tratamientos, la debilidad y, lo peor, la decadencia de su cuerpo y el tormento de la mente cuando te sabés en manos de Dios.

Aníbal Troilo, el célebre director de orquesta, contó que sorprendió a Homero Manzi frente a un espejo diciéndose a sí mismo: “Gordo… y pensar que te vas a morir”. Manzi, autor de decenas de tangos inmortales, como Sur, Malena, Desde el alma y Mañana zarpa un barco, tenía un cáncer avanzado. Y ese no te deja pensar; te va comiendo la cabeza.

¿Qué era Miguelo como jugador…? Un cinco correctísimo, de notable aplicación táctica, la prolongación de Bilardo dentro del campo; ordenaba a todos, cortaba juego y la daba rápido a los que más sabían.

Tenía tres cracks delante suyo: Ponce, Trobbiani y Sabella. Él iba con la escoba y la palita barriendo detrás del trío, corriendo por los tres. Nunca vistió otra camiseta. Dejó joven, a los 31. “Estudiantes entendió que había terminado mi ciclo, y yo me cansé de luchar contra mi rodilla. No me costó asumirlo”, confesó.

En cambio, como entrenador hizo escala en dieciséis equipos, que después de irse volvían a llamarlo. Chile, España, México, Colombia, Perú, Paraguay, Arabia Saudita también supieron de su profesionalidad y bonhomía.

Con Millonarios fue amor a primera vista. Lo cuenta Gustavo Serpa, presidente de la junta de accionistas del club azul: “Nos habíamos decidido por Miguel sin hablar aún con él. Cuando lo llamé por primera vez, con Miguel le comenté: ‘Mira, acabo de cortar con tu agente, estoy haciendo mi máximo esfuerzo, no quiero entrar en una negociación de venga y vamos’.

Me respondió: ‘No se hable más, cerrado el tema, redacten el contrato’. Así era”. Y amplía: “Ya el día que nos vimos por primera vez, hablamos cuatro horas, de la vida, del fútbol, de la familia. Me causó una impresión extraordinaria. Lo que confirmé luego en el año y pico que estuvo con nosotros. Sé que después tuvo ofertas de varios clubes grandes de Colombia, pero dijo: ‘No, en Colombia solo soy de Millonarios’. Cumplió con lo que nos había prometido”.

¿Qué fue como entrenador…? Un Ancelotti, un paternal y sensible conductor de grupos, acaso la máxima virtud del guía. Un componedor de vestuarios, apaciguador de incendios, establecedor de climas armónicos. Y a partir del buen ambiente, exitoso.

“Era un pacificador, y eso a veces es tan importante como un título”, opina Leandro Rodríguez, redactor de Bitbol.la. “En un club como Boca, tan explosivo, que se ha devorado personalidades enormes, eso es fundamental para después encaminar los logros. Y él lo hacía con naturalidad. Era simple, educado, respetuoso. Vino por última vez después de quedar eliminados de la Copa con Alianza Lima. Boca era un volcán y enseguida calmó los ánimos. Le sacaba dramatismo a Boca. Por eso es una leyenda del club”. También por los triunfos: es el último ganador de la Libertadores con la azul y oro.

Llegó de San Lorenzo con la salud definitivamente deteriorada. Le preguntaron por qué y acuñó una frase que enamoró al hincha: “A Boca nunca se le puede decir que no”. ¿Cómo se veía él…? “Me considero querido dentro del ambiente. En el fútbol sabemos quién es quién, y cuando uno mantiene una conducta y camina por una sola vereda, se sabe. También hay algo determinante: mi relación con los jugadores es muy buena. ¿Por qué se da eso…? Porque soy claro y no miento. El jugador es el que mejor entiende estas cosas. Si marcás las reglas de entrada, es más simple”.

Horacio Pagani, pluma grande de Clarín, conoció mucho a Russo. Escribió: “Se nos fue un hombre de café, de barrio, de la bohemia. Miguel era un noctámbulo. Compartimos muchas noches con Coco Basile, con él, con Mostaza Merlo... Era un tipo respetuoso al extremo, incapaz de que se le saliera de lugar una palabra contra alguien incluso en la intimidad de esas veladas, y también un entrenador sagaz. Era de los técnicos antiguos; no salía hablar de táctica ni de cuestiones científicas, simplemente futboleras”.

Aquel día que quedó fuera del Mundial me tocó de cerca. Me habían enviado de El Gráfico a cubrir el entrenamiento porque se daría la lista final. “Vos agarrá al que quede afuera y le hacés la nota”, fue la orden. Apenas se supo que era Russo el excluido se abrió el camarín, entré volando y me fui derecho a Miguel. Estaba quebrado: el Mundial era su mayor ilusión. No alcancé a decirle dos palabras que estalló en lágrimas. Me conmovió, sentí que debía abrazarlo y lloró en mi hombro. Luego, ya más calmado, pensé en mi tarea y me dije: “Ahora va a hablar y va a decir cosas”. Pero aun en ese momento fue un Miguel Ángel Russo auténtico: “Ya está, ya está, no pasa nada…”. (O)

Electrocables Barraza

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