Con una postura pragmática debemos reconocer que la selección nacional de fútbol hizo los deberes el jueves en el Monumental. Ganó, goleó y gustó ante un buen número de aficionados que desafiaron las restricciones de tránsito, el temor a la oscuridad y a los asaltos y la debilidad del rival. A Guayaquil le dan partidos de eliminatorias por cucharaditas y eso obliga a aprovechar a un público que gusta del fútbol, pese a la mala calidad del campeonato nacional y la debacle de los equipos del barrio del Astillero, que es lo único de un fútbol que un día fue grande, imponente y triunfador.
Esta fase clasificatoria es la más cómoda de la historia y la más accesible de todo el planeta fútbol. No hay discusión posible. Clasifican directamente para la fase final el 60 % de los participantes. Y queda un retazo para la selección que ocupe el séptimo lugar, la que adquiere el derecho de jugar el repechaje. Y todo eso después de 18 partidos para intentar lograr los cupos. Nada que ver con los tiempos en que el derecho de llegar a la sede de la Copa del Mundo se jugaba en dos y hasta cuatro partidos y la asignación para la Conmebol era de dos cupos. Podían ser tres si el campeón reinante era de nuestra región. Después de esto algunos inocentes preguntan por qué no clasificamos antes de 2002, ignorando que nos robaron el cupo para Inglaterra 1966.
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Hay una vertiente sobre la que vale opinar. Este equipo que se presentó en Guayaquil fue imponente en su actitud. Se notaba el entusiasmo de los futbolistas por jugar en un medio que les es natural: el llano. Decir una verdad como esta es un riesgo, pues existe la posibilidad de ser calificado de “antipatriota” por la Federación Ecuatoriana de Fútbol, lo que no es de hoy. Ya pasó desde los tiempos de Luis Chiriboga Acosta, tan bien recordado en el ambiente periodístico por aquello de los “favores logísticos”, salvo los independientes de siempre que nunca sucumbieron a las tentaciones.
Sebastián Beccacece tuvo la oportunidad de probar jugadores que respondieron bien y provocaron el lucimiento de Gonzalo Plata. Su gol, segundo de la serie, fue espectacular. Notable para un equipo carente de generación de juego y sin capacidad de gol. Todo esto desde la óptica pragmática, basada en hechos y realidades que tampoco dan para análisis profundos y para conclusiones eufóricas.
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Si de hechos se trata es importante tener en cuenta que lo que puso Bolivia en cancha fue más parecido a una selección colegial que a una representación que aspira a jugar una Copa del Mundo. No recuerdo en mis años de seguir los partidos de clasificación (desde 1960) que un director técnico haya decidido enfrentar un partido con suplentes, pensando en el siguiente encuentro. La información oficial proveniente de La Paz afirmó que Bolivia iba a poner en Guayaquil “un equipo renovado”. Falso argumento para justificar una medida insólita. “El director técnico Óscar Villegas decidió ir con una alineación alterna, con varios jugadores que tienen la oportunidad de demostrar su talento y hambre de gloria”, dijo un boletín.
Y continuó: “Villegas, con una visión clara del panorama, optó por cuidar a jugadores clave para el próximo partido contra Paraguay, previsto para el 19 de noviembre en el titán de Villa Ingenio. La estratégica es preservar a varios titulares para evitar suspensiones, dado que tienen acumulación de tarjetas amarillas”. Y terminó así: “Este es un momento crucial para nuestra selección. Si bien el partido de Ecuador es importante, tenemos que pensar en el largo plazo y asegurar a nuestros mejores hombres para el duelo contra Paraguay”.
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Con esta original postura, aceptable tal vez en definiciones con partidos de ida y vuelta, Villegas dejó en La Paz a ocho titulares “concentrándose en el próximo duelo”. Entre ellos figuraban Carmelo Algarañaz, Luis Haquín, Marcelo Suárez, Robson Matheus, Miguel Terceros, Diego Medina, Ramiro Vaca y Roberto Carlos Fernández. El director técnico basa su proyecto en que en el estadio de El Alto, casi en la cima del mundo, van a ganar los encuentros que faltan.
Esta novedosa “táctica” entreguista nos ha traído al recuerdo la eliminatoria para la Copa del Mundo Japón-Corea 2002. El 6 de octubre, Ecuador debía visitar a Bolivia en las instancias finales de la lucha por el cupo. Restaban tres partidos: en La Paz como visitante, luego con Uruguay en Quito y finalmente con Chile en Santiago. De ganar en el estadio Hernando Siles, con 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar (no “metros cuadrados” como dijo un recordado dirigente hoy en receso), nuestra selección quedaba a un paso de clasificar por primera vez para la cita mundialista. Había cierto optimismo porque nuestros jugadores militaban en el fútbol nacional y jugar a esa altitud no les era extraño. Una victoria garantizaba a la Tri al menos el repechaje, aun perdiendo los encuentros que faltaban.
Del lado de Bolivia, la selección era conducida por un viejo conocido nuestro: Jorge Carlos Habegger, con paso por Barcelona (1991-1992, 1994 y 1998-1999). En Bolivia había dirigido a Bolívar, Jorge Wilstermann y The Strongest, y con la selección de ese país había estado al mando dos veces.
Se presumía que conocía nuestro fútbol y, aunque su selección estaba fuera de opción, la presunción era que iba a anteponer el honor de luchar hasta el final con una actitud honesta. Ese era el pensamiento de la prensa que señalaba que Habegger iba a tener por diez días a los jugadores para preparar el compromiso ante Ecuador e intentar salvar ese relativo prestigio que había quedado cuando Bolivia ganó un sitio para la Copa del Mundo USA 1994 de modo inesperado. Pude ver el partido de apertura en Chicago contra Alemania en una actuación por demás digna.
Ese era el panorama cuando el ambiente explotó con las declaraciones del argentino Habegger: Bolivia iba a jugar contra Ecuador con juveniles. En los países comprometidos en la lucha por los cupos la medida mereció ácidas críticas. Se calificó de “desleal” la actitud de los bolivianos, que nítidamente favorecía a nuestra selección. Si Ecuador vencía en La Paz, su acceso a la Copa del Mundo quedaba al alcance de la mano con solo empatar jugando en Quito con Uruguay. La historia es harta conocida: Ecuador ganó 5-1 a los del Altiplano y luego logró la igualdad en Quito. Bolivia nos había hecho un gran favor.
Con otras connotaciones, la historia se repite hoy. Ecuador obtuvo los tres puntos ante un equipo remendado y resignado a perder desde el silbato inicial. No nos extrañaría que estos tres puntos nos lleven de la mano hasta el Mundial 2026 gracias a este obsequio generoso que nuestra selección supo aprovechar bien.
El resultado no sirve para sacar conclusiones definitivas ni para bañarnos optimistas con champán. Colombia, el equipo de mejor funcionamiento de esta eliminatoria, probado en la Copa América, debe ser el termómetro para medir lo que somos. (O)