La renovada (pero desfigurada) Copa Libertadores está en las mejores manos. Fluminense es un magnífico campeón, y más que eso, inobjetable por el lado que se mire: siempre intentó jugar al fútbol, siempre propuso, es el que más ganó, el de más goles, el de mejores espectáculos... No hay costados oscuros, no tuvo arbitrajes benévolos (mucho menos en la final). Es de aquellos que los resultadistas, los ultratácticos y defensivistas consideran “un equipo zonzo” porque busca el partido y lo busca a partir del buen trato de pelota. Por fin un campeón que no gana por “copero” ni por “inteligente” sino por buenos modos. Justamente el único momento en que puso en peligro su coronación fue en la última parte del duelo final, cuando se refugió atrás cuidando el 2-1 a favor y Boca se le echó encima con centros que pudieron determinar un hipotético -e injusto- empate. Pero también en ese campo supo defender su ventaja.