Estimado Aquiles: En adelante lo llamaré sin títulos protocolarios o empalagosos (tipo “excelentísimo señor alcalde”). Le diré solo Aquiles por propio pedido suyo que se anticipa a su posesión. No lo conozco personalmente, aunque hemos intercambiado algunos mensajes por WhatsApp, siempre en términos muy cordiales. Conocí sí y fui amigo de su abuelo, Aquiles Álvarez Lértora, gestor de la Hazaña de La Plata, una gloriosa página deportiva de Barcelona SC que provoca ataques de urticaria en cierto sector del periodismo enemigo de la historia (la ya bautizada ‘Generación TikTok’) y en detractores regionalistas muy conocidos.

Tengo la esperanza –casi la certeza- de que usted leerá esta carta, que es muy parecida a la que escribí el 31 de marzo de 2019 a la entonces electa alcaldesa, Cynthia Viteri, en estas mismas páginas. Aspiraba a que ella cumpliera la ordenanza dictada por el cabildo porteño el 12 de mayo de 2012 que disponía la erección del monumento en honor a Los Cuatro Mosqueteros del Guayas, protagonistas de la grande, asombrosa e inesperada victoria en el Campeonato Sudamericano de Natación de Lima en 1938. Fue la prensa peruana la que llamó hazaña a la actuación de nuestros nadadores y los bautizó como Los Cuatro Mosqueteros del Guayas. Era la primera vez que el deporte ecuatoriano conseguía una victoria a nivel internacional.

Tanto fue el impacto de este triunfo que una ley del deporte, regionalista, fraguada en Quito, dictaba la desaparición de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador y la Federación Deportiva del Guayas, la que era acusada de no haber hecho nada en favor del deporte nacional. El 5 de abril de 1938, día de la recepción de nuestros nadadores -la más gigantesca de la historia- el jefe supremo Alberto Enríquez Gallo, desde un balcón del Municipio de Guayaquil, participó a la multitud que la ley perversa y atentatoria contra la grandeza del deporte de nuestra ciudad quedaba derogada.

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De más está decirle, Aquiles, que jamás recibimos una respuesta de la alcaldesa en funciones. Probable es que no haya leído la carta en esta columna, pese a que los planteamientos de la misiva podían tomarse como una reparación a la demolición de la Piscina del Malecón, que era un monumento histórico, cuna de la natación nuestra y de los Mosqueteros, para levantar una estación de la Metrovía. Tal vez la leyó, pero no alcanzó a entender la necesidad de preservar la memoria histórica de Guayaquil.

“Una parte importante de la catástrofe del deporte guayaquileño ha sido la pérdida de sus símbolos, de todo lo que provocó orgullo de ciudad pionera por cuyo puerto entraron todos los deportes, que luego nos encargamos de enseñar al resto de la población del país; de ciudad cuna de todos los triunfos internacionales de Kid Lombardo, Carlos Zavala, Kid Montana, Luis Llaque, Kid Charol; del Panamá en fútbol, del Oriente en básquet, de César Salazar en el boxeo amateur, de Barcelona en el amateurismo y el profesionalismo, de Pancho Segura, Miguel Olvera, Eduardo Zuleta, Pancho Guzmán, Andrés Gómez y más tenistas. De Pepe Ferretti, Jorge Jiménez, Jorge Delgado, Mariuxi Febres-Cordero, Alejandro Sangster, Héctor Guerrero de Lucca y Mario Acevedo en natación, y muchos otros héroes deportivos. No fue sino hasta 1996 en que un deportista no nacido en Guayaquil –el azuayo Jefferson Pérez– logró de modo brillante la medalla de oro olímpica en los Juegos de Atlanta”. Esto es una parte de la carta que nunca leyó la señora Viteri.

El 27 de marzo se cumplirán 85 años de la Hazaña de Lima y el alma de los Mosqueteros estará pendiente de lo que usted haga a partir del 14 de mayo próximo. Igual la Liga Deportiva Estudiantil, la divisa que albergó a Carlos Luis y Abel Gilbert, Ricardo Planas y Luis Alcívar; la que tuvo en sus filas a Francisco Segura Cano, Cristóbal Savinovich, Juvenal Sáenz, Elí Jojó y Rubén Jujú Barreiro, Víctor Caballito Zevallos, Miguel Cuchivive Castillo, César Salazar Navas, Jorge Chato Mejía, Rafael Bolita Mejía, Carlos Valle, Abel Jiménez, Juan Sala, Luis Cholula Landívar, Gastón León, Esteban Sachs y una centena más de brillantes deportistas.

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Paso a otro tema en el que depositamos nuestra confianza. Barcelona SC, ídolo del Astillero y orgullo de nuestro Guayaquil, una entidad que forma parte de su vida, cumplirá en 1925 su primer centenario. ¿No será loable que por iniciativa suya se prepare un programa que pueda ser disfrutado por los millones de seguidores del club más importante del país? Una parte de ese plan debería ser la edición de una obra seria, veraz (como en 2002 hizo el Real Madrid, por ejemplo). Nada de lirismos inútiles sino una obra de consulta, con biografías, fechas memorables, análisis de las proezas que son muchas y de títulos.

Un documento que denote que existió investigación profunda, apartada de aseveraciones falsas en las que incurre cada día un coleccionista de datos que presume de ‘historiador’, y que sigue sosteniendo que Barcelona SC descendió en 1959 -algo que nunca ocurrió- y que afirma que un triunfo de los toreros en fase de grupos de Copa Libertadores en un partido ante Estudiantes, en que este equipo, ante la falta de jugadores, tuvo que alinear al presidente de la institución, Juan Sebastián Verón (que se había retirado hacía cuatro temporadas) era más significativo e importante que la Hazaña de La Plata, jugada por los toreros en semifinales del certamen en 1971.

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Y, finalmente, planteamos en su proyecto de actividades la recuperación de las piscinas del Centro Cívico, cuya destrucción fue promovida desde el Ministerio del Deporte (la culminó la exsecretaria del Deporte del régimen de Lenín Moreno, Andrea Sotomayor). La destrucción de bienes públicos por negligencia de quien está obligado a preservarlos en un delito, pero Contraloría y Fiscalía jamás han movido un dedo en este caso de un complejo construido para Mundial de Natación de 1982.

Hoy nadie recuerda que la piscina era propiedad del Banco Central del Ecuador (¿a manos de quién pasó en los últimos diez años) y que fue administrada por el club Bancentral. La tuvo a su cargo nuestro ya desaparecido amigo Roberto Frydson Caicedo con una administración honorable y eficaz; y no solo mantuvo sus instalaciones, sino también destacó en la producción de grandes valores.

El comodato pasó al Athletic Club y al Club Sport Emelec con excelentes resultados. Recuerdo los bellos torneos internacionales anuales a los que Roberto llamaba Ciudad de Guayaquil, en los que participaban clubes de Colombia, Panamá, Perú, Chile y Argentina en tiempos de gran auge de la natación guayaquileña. Todo murió un día en esas piscinas. El Ministerio del Deporte -que después fue secretaría-, despojó del comodato a Emelec. Roberto Frydson fue privado de la administración que pasó al Estado -al estado de caos y quemeimportismo- y las piscinas empezaron su lenta pero imparable destrucción.

¿Tendremos los deportistas guayaquileños una respuesta a estas inquietudes que pretendemos sembrar en su espíritu? Lo que sí estoy seguro es de que leerá estas letras y de que esta carta no irá al tacho de basura. (O)

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