En Francia juntaron algunos miles de firmas para pedirle a la FIFA que repitiera la final frente a Argentina porque, supuestamente, el penal a Di María no fue tal. Y en Argentina -que no son lerdos- empezaron a juntar firmas para pedir que los franceses dejen de llorar. Es curioso: Francia es un mar de lágrimas por haber perdido un Mundial que aborreció: el de Qatar. Siempre lo detestó. Aunque Qatar le estará agradecido de por vida a la patria de Napoleón: lo confirmó Blatter, sin los votos que le consiguieron Sarkozy y Platini nunca hubiese podido hospedarlo. Y sin el concurso de los ingenieros, arquitectos y empresas francesas, los estadios no hubiesen lucido tan maravillosos. Sin contar con el respaldo de Emmanuel Macron, que bendijo el torneo gritando los goles desde el palco. Didier Deschamps ni pensó si fue penal o no a Di María y recibió el premio al menos hipócrita del torneo por su frase del entretiempo ante Argentina: “¿Saben cuál es la diferencia? Que ellos están jugando una puta final del mundo y nosotros no estamos haciendo nada”. Prefirió no adherir a las firmas, Deschamps.

Europa no hizo falta

Se avecina un invierno cruento en Alemania, no obstante, los futbolistas de la selección, los que se taparon la boca en protesta por la falta de libertades en Qatar, calefaccionarán sus casas con gas catarí. Para ellos es menos digno que calentarse con leña, pero ir a buscar leña en la nieve es un lío, te mojás todo.

Juanfe Sanz, el enviado especial de El Chiringuito, vuelto a Madrid dijo que el Mundial no fue tan perfecto. Que había muchos zig zag para entrar a la cancha, o sea, las vallas metálicas para ordenar las colas, y que, aunque no hubiese nadie, tenía que hacerlo igual y demoraba quince minutos en eso. Que en el partido Argentina-Holanda se perdió el alargue y los penales porque salió dos minutos antes pensando que estaba finiquitado y después, cuando oyó el gol del empate, quiso volver y no lo dejaron pasar por un tema de seguridad. Y que cruzar las calles de las avenidas rápidas era una odisea porque no había pasos peatonales cercanos, debía caminar un montón y en eso se perdía mucho tiempo. Pobre Juanfe…

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La mejor final, el mejor Mundial

Los veinticuatro hinchas neerlandeses que asistieron a la Copa a alentar a la Naranja, que de Mecánica no tiene nada, se quejaron de que en el avión de Qatar Airways que los llevó de nuevo a Países Bajos (¡cuidado con decir Holanda…!) los sandwichitos no tenían mayonesa. Y de que los argentinos, siempre tan desgraciados, les gritaron el triunfo en la cara. Es verdad que ellos provocaron todo el partido, pero no hay derecho a que te griten así.

Gianni Infantino (izq.), principal de FIFA, y Emmanuel Macron, presidente de Francia. Foto: Friedemann Vogel

Dinamarca, la madre de Groenlandia, esa grandota que se quiere ir a vivir sola y no la dejan, ya aflojó un poco con el tema del brazalete gay. También allí se movilizó la opinión pública para desafiliarse de la FIFA, pero luego entendieron que es como sacar los pies del mapa. Y que el mundo tal vez pueda seguir adelante sin el fútbol danés. Archivaron el tema. No fue una experiencia agradable el Mundial 2022 para el aristocrático Viejo Mundo. Se realizó en el dudoso Qatar, ese nuevo rico, donde para peor todo fue deslumbrante y eficiente. Y encima lo ganó la detestable Argentina, esa desarrapada que lleva cuarenta mil hinchas. “¿Cómo hacen…? ¿De dónde sacan la plata…?”. Intolerable por donde se lo mire.

Macron bendice el Mundial de Qatar

A Europa le cayó todo mal en Qatar. “¿Tanto eurocentrismo no es ya un racismo disfrazado…?”, nos pregunta un colega brasileño en un barcito del Zouk Wakif, ese delicioso mercado árabe de Doha donde uno puede comprar desde una alfombra hasta una montura para camellos. Y un camello también. Toma un sorbo de karak, el riquísimo té negro con especias, y sigue: “Europa es como un señor mayor con ciertas enfermedades al que se respeta por su pasado”. Ahí ya no estuvimos tan de acuerdo y cambiamos de tema. Pero sí es cierto que los medios europeos estaban esperando con el hacha y se fueron sin poder usarla. Fue el mejor Mundial que se haya organizado nunca. Por suerte estuvieron los gestos del Dibu Martínez como para agarrarse de algo… Los medios europeos ya habían cuestionado seriamente la realización del Mundial en Sudáfrica también por temas de derechos humanos y el de Brasil por el gasto desmesurado en estadios. Menos que están ellos…

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Los hinchas europeos definitivamente no hicieron la Ruta de la Seda. Despreciaron desde el primer día el torneo, aunque sus selecciones sí acudieron a él. Las canchas se llenaron igual: latinoamericanos, asiáticos y africanos pusieron el calor y el color.

Desde las arenas de Qatar

Los mundiales visitan cada vez menos Europa. La última vez que la Copa se hospedó en la “verdadera” Europa (digamos la que llega hasta Hungría y Polonia hacia el este) fue en Alemania 2006. Luego viajó a Sudáfrica (2010), Brasil (2014), Rusia (2018), que para el occidentalismo no califica como Europa-Europa, ahora estuvo en Qatar (2022), la próxima es en Estados Unidos, México y Canadá (2026) y para 2030 hay una seria postulación de Sudamérica: Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile. Si esto último se diera, el Mundial no pisaría aquel sagrado suelo por casi treinta años. Un escándalo. Lo notable es que, sin pisarlo, se ha convertido en el mayor evento global. Porque, aunque duela, este de Qatar fue el ingreso de los mundiales a un estatus planetario, político y transversal como jamás se había visto.

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Alemania fue un fracaso en Qatar 2022. Foto: Georgi Licovski

Las asociaciones europeas están rabiosamente en contra de Infantino, el presidente suizo-italiano de la FIFA. Pero Gianni será reelecto en marzo hasta 2027 porque no hay otro postulante serio que le haga contra, y porque tiene los votos de Asia (47), África (54) y Concacaf (41), o sea el 67,3 % del total. Infantino es joven, astuto y adora el cargo, con lo cual la UEFA tendrá sus problemitas. El poderío armamentístico de la UEFA se basa en su nueva y estrecha alianza con Conmebol. Juntos suman 65 votos, pero se consideran “el poder del juego”: los 22 títulos mundiales fueron obtenidos por ambas confederaciones. Es una pelea muy bonita para los próximos cinco años.

El fin del miedo

Europa ganó en el apartado mojigatería y perdió en hinchadas, aunque también en el campo. Aportó 13 selecciones -el mayor número- y Sudamérica 4. Pero los descamisados se llevaron la corona. Y aunque todos decíamos que “Europa juega a otro deporte”, por el alto nivel de su fútbol, decepcionó completamente. Ningún de sus equipos volvió a casa entre gestos de aprobación. Francia no jugó media hora bien en todo el torneo, España criticadísima, Alemania eliminado en primera ronda; Inglaterra en lo de siempre, buenos e ingenuos tácticamente, Italia ni clasificó; Dinamarca, señalada como posible sorpresa, un fiasco. En Bélgica incluso hubo disturbios callejeros por lo mal que lo hicieron. Polonia muy pobre y defensiva, hasta Lewandowski recibió palos. La Croacia de los viejitos, la única ponderable. De los demás no se salva ninguno. Una palabra engloba la actuación general de los europeos: decepcionante.

Lo más rescatable del otro lado del agua fue Emmanuel Macron. Un presidente al natural, que acompañó a sus jugadores, bajó al campo de juego, los alentó en el vestuario, disfrutó y sufrió. No jugó al santurrón ni dio clases de moral. Fue auténtico.

Nunca un Mundial estuvo tan politizado. Lo mejor es ir a jugar. (O)

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