Fue un precioso torneo, le guste o no al sindicato de futbolistas franceses, que lo tildó ridículamente de “masacre”. El Mundial de Clubes de 32 equipos nació de un día para otro y fue un gol al ángulo de su autor: Gianni Infantino. Lo políticamente correcto es decir que a la FIFA lo único que le interesa es el negocio, que el Mundial es un bodrio y que la sobrecarga de partidos atenta contra la salud de los actores.
Pero la realidad es que encantó, los estadios se llenaron, vimos buen fútbol y nadie morirá por jugar cuatro o cinco partidos más en la temporada. En algunos casos, como Chelsea y PSG, siete. Tomarán sus vacaciones un mes más tarde y ya.
Sí hubo calores fuertes, los mismos que sufrimos en el Mundial de México ’86, Italia ’90, Estados Unidos ’94 y tantos otros. No es algo nuevo. Cuando éramos chicos, en verano jugábamos seis partidos por día si nos dejaban seguir. El único freno era la oscuridad.
“Sí, pero, ¿no se podían cambiar los horarios…?” Jugar a las nueve de la noche hubiese sido climáticamente más agradable, pero implicaba televisar los partidos a las 3 de la mañana de Europa. No tenía sentido, se pierde una audiencia gigantesca, además de que la previsión era que llegaran los europeos a la final.
Estados Unidos fue un excelente anfitrión, se comprometió a montar la carpa en dos años y lo hizo magníficamente. Tiene la capacidad estructural para hacerlo, hotelería, vuelos, centros de entrenamiento, seguridad.
Presentó escenarios colosales y todo funcionó. Los periodistas que fueron a pegar palo al Mundial se vuelven con el palo invicto. Conste que el Mundial de Clubes se disputó en la patria de Washington al mismo tiempo que la Copa Oro de Concacaf, melliza de la Copa América o la Eurocopa, que presentó 16 selecciones (México fue el campeón).
Mientras se disputaba también la Major League con 30 equipos y conjuntamente con la USL Championship, la segunda división, que reúne a 24 competidores. Ninguno se detuvo. Sesenta y dos ciudades hospedaron los cuatro certámenes al unísono. Y no contamos las ligas One y Two, que vendrían a ser tercer y cuarto escalón, que involucra a otras urbes diferentes y también arrastran gente. Estados Unidos posee lo más importante: el público. Decenas de millones de todas las colectividades ansiosos de ver a sus clubes y selecciones.
“Al principio los partidos no fueron tan buenos…” En toda competición los mejores espectáculos siempre son de octavos de final en adelante, cuando el carácter eliminatorio los torna más dramáticos.
“Bueno, pero hay demasiadas diferencias entre los europeos y los demás”. Sacando el Auckland City, de Nueva Zelanda, ningún equipo sudamericano, africano, asiático o de Concacaf fue humillado como el Real Madrid ante el PSG, ninguno perdió tan feo y con ningún otro se vieron diferencias tan enormes de nivel.
Incluso lo del Inter Miami fue más digno ante el PSG. Los dos finalistas registran una sola derrota, ambos con sudamericanos: Flamengo derrotó al Chelsea 3-1 y Botafogo al Paris Saint Germain 1-0. Defendiendo, pero le ganó. Inter Miami venció al Porto, Al Hilal empató con el Real Madrid y eliminó en partido épico al Manchester City (4 a 3).
Fluminense sacó de carrera al Inter de Milán (2-1). Son demasiados ejemplos. Incluso Boca, aún perdiendo 2-1, compuso una actuación meritoria ante el Bayern Munich. Nadie sale a perder o a tomar sol, todos quieren ganar, a veces pueden, otras no.
Este acercamiento -el más ponderable es el del Al Hilal saudita y el que más nos importa el de América del Sur-, ilusiona, alienta esperanzas. Quedó una sensación: bien preparados se puede competir. ¿El Dortmund, el Benfica, el Porto, el Inter, la Juventus, el Atlético de Madrid no son ganables…? Se demostró que sí.
A nivel de selecciones estamos bien, parejos o mejor que Europa. En jugadores hay una superioridad manifiesta sudamericana. En clubes los abismos presupuestarios tornan más difícil el confronte. En semifinal se enfrentaron el Chelsea, cuyo plantel está valuado en 1.270 millones de euros, y el Fluminense tasado en 86,15 €. Pero casi no hubo diferencias en el juego. Y los dos goles del triunfo inglés fueron de João Pedro, ex de Fluminense.
Es verdad que la fecha de disputa ayuda en parte a los clubes sudamericanos porque están en la mitad de sus campeonatos nacionales y no al final de ciclo, como los de Europa. También debe computarse que los mejores futbolistas brasileños, argentinos, colombianos, ecuatorianos, uruguayos militan en clubes europeos.
Si todos los goles que marcaron para los de allá los hacían para los de acá era otra canción. No obstante, el técnico italiano del Chelsea, Enzo Maresca, patinó feo en la conferencia de prensa previa al juego con Fluminense. “Nosotros estamos en un momento diferente, venimos con más partidos que Fluminense, hemos jugado 63”. Y un colega brasileño lo dejó sin palabras: “En el mismo período Flu jugó 70”. Maresca quedó mudo. Que el técnico de un equipo que costó 1.270 millones de euros ponga como reparo el cansancio de final de temporada frente a otro que vale 15 veces menos es muy pobre, no lo deja bien parado.
Queda una última función. Por el juego que despliega, Paris Saint Germain, ya un equipo de autor (Luis Enrique), es amplísimo favorito. Casi diríamos que debería golear. Las casas de apuestas lo ven igual, todas pagan por un triunfo del Chelsea entre 3,30 y 3,55 por cada euro apostado, y dan apenas 1,30 por la victoria del PSG.
Sin embargo, los años nos enseñaron prudencia. En fútbol todo puede suceder. Chelsea se encuentra imprevistamente en la final de un Mundial. Es un equipo en alza con relación al curso 2023-2024, aunque carece todavía de la solidez y, sobre todo, de la armonía del cuadro parisino.
Los dos vienen con la moral alta, aunque la del PSG está en la estratósfera. Sentir que el mundo entero, unánimemente, te considera el mejor equipo, palpar que eres candidato al Balón de Oro, como los casos de Dembelé, Vitinha o Hakimi, te hacen volar.
No hay mejor jugador que el optimismo y, cuando el futbolista está embebido de confianza y convencido de sus aptitudes, si es bueno se siente invencible. En eso y en otros aspectos del juego, individuales y colectivos, prevalece el PSG. Arriba a la definición, además, tras vencer al Bayern Munich 2-0 con 9 hombres y noquear al Real Madrid. Dos cucos eternos.
La otra ventaja es la dirección técnica. En apenas un año, Enzo Maresca ha hecho un trabajo excelente en Londres. Ha mejorado la prestación del equipo, lo ordenó, está más regular, menos perdedor, se coronó en la Liga Conferencia, clasificó a Champions, llegó a esta final.
Y quizás lo más importante: recuperó jugadores, levantaron su nivel con él, eso habla muy bien de un conductor. Los revalorizó a todos. No obstante, está lejos todavía Maresca de Luis Enrique, uno de los entrenadores más notables de este milenio por conquistas, por funcionamiento de sus equipos y por cómo les llega a sus dirigidos. Ver a Dembelé haciendo presión sobre el arquero y los defensas rivales es uno de los varios milagros del gijonés.
La carta del Chelsea es saber que tiene una oportunidad de oro de voltear al equipo sensación y consagrarse en grande, de dar un batacazo histórico. Esa debiera ser la motivación principal de todos. Pero si hay un grano de lógica, no se le debería escapar al Paris Saint Germain. (O)