Hay miles de goles: bonitos, importantes, históricos, inolvidables, decisivos, simbólicos, rápidos, agónicos, sorpresivos… Si hay que elegir uno entre cientos de miles por su significado, pero sobre todo por su carácter milagroso hay que remontarse al 31 de octubre de 1987. Y viajar a Santiago de Chile.
Se cumplen mañana treinta y ocho años y no se borra. Siempre se nos viene ese gol… El más postrero de la historia de la Libertadores. O de la historia toda.
Habían llegado a la final de la Copa el magnífico América de Cali del doctor Ochoa Uribe y un Peñarol nuevo, joven, dirigido por el también novel Óscar Washington Tabárez. En Colombia se impuso con claridad el club de los Diablos Rojos 2 a 0. Que también ganaba en Montevideo 1 a 0, pero el equipo aurinegro empató por medio de Diego Aguirre a los 58 min y lo dio vuelta a 4 minutos del final con un celebrado gol de tiro libre del Bomba Villar: 2-1.
Esto obligó a jugar un tercer partido en Chile. El reglamento establecía que si había empate debían ir a un alargue de 30 minutos y, si persistía la igualdad, campeón el de mejor diferencia de gol, en este caso, América.
Igualaron 0 a 0 en los 90 minutos y fueron al alargue. Y seguía todo igual. América no quería, Peñarol no podía. Era campeón el equipo colombiano. Antes no se añadía tiempo como ahora, mucho menos en un tiempo extra. Al cumplirse los 120 minutos justos terminaba.
En ese instante, justo cuando el reloj del estadio marcaba 14 minutos y 58 segundos del tiempo suplementario y el juez Hernán Silva se llevaba el silbato a la boca para pitar el final, Diego Aguirre, centrodelantero de Peñarol, se filtró entre dos zagueros, sacó un fuerte disparo cruzado de zurda y anotó el milagroso gol de la victoria mirasol.
Si la pelota se iba afuera o la atajaba el arquero Falcioni, terminaba el partido. América estuvo a un segundo de la gloria por la que tantos años luchó. El narrador de la televisión colombiana, estupefacto, quebrado, no salía de su asombro: “No lo voy a cantar... Es increíble, Dios mío... ¿Por qué...? ¿Por qué siempre a nosotros, señor...?”.
En otra cabina, el relator uruguayo Alberto Kesman gritaba poseído: “Tengo ganas de saltar y no puedo, tengo ganas de llorar y no me salen las lágrimas… Qué increíble, por Dios… Porque así somos los uruguayos, así somos nosotros, los charrúas, que hasta el último instante la buscamos, la luchamos, esto es Peñarol, esto es el fútbol uruguayo…”.
Entre ambos estaba Julio César Pasquato, el célebre Juvenal de la revista El Gráfico, enviado especial al choque definitorio. Bajo el título “Peñarol de los milagros”, el querido Julio escribió: “A 24 horas del hecho, sentado en la comodidad de la redacción, todavía estoy temblando de excitación. No puedo sacarme de adentro todo el dramatismo, toda la intensidad emocional de esa definición increíble. Y agradezco al destino haber estado del otro lado de la cordillera. Asistiendo a esa locura que se desató en cientos de uruguayos y contemplando la desazón y la angustia que desplomaba en sus asientos a los hinchas colombianos… El fútbol es único, pero a la sentencia le falta un cierre que la perfeccione y le otorgue justicia: Peñarol también es único”.
América de Cali venía de perder dos finales consecutivas, en 1985 ante Argentinos Juniors, en 1986 contra River. Esa tenía que ser, estaba escrito, esa sí… Y ya estaba, solo faltaba un segundo y el pitazo de cierre. Pero no, el destino le dio el peor cachetazo de su vida.
Una amargura que terminó un ciclo brillante. Acaso como compensación por tamaña alegría, Peñarol conquistó esa tarde su último título internacional. Y Diego Aguirre ganó la posteridad y la idolatría para siempre. El goleador casi no la tocó en los primeros 119 minutos, férreamente marcado por Álvaro Aponte y Víctor Espinosa.
Ya se había bajado las medias por el cansancio. Pero Tabárez lo dejó en cancha. Y Dios le susurró que esa última pelota era la bola de su vida. Con una determinación extraordinaria sacó el zurdazo celestial.
Aquel gol valió por toda la Copa. La tornó inolvidable. Peñarol tocó el cielo del fútbol al enhebrar su quinta corona y, a treinta y ocho años de aquella amargura, América no quiere volver la vista atrás.
Lo describe Orlando Ascensio, subeditor de Deportes de El Tiempo: “Fue el golpe más grande que recibió el fútbol colombiano después de haber perdido la sede del Mundial 86. América era un equipo demasiado fuerte y esa era la ocasión de levantar, por fin, una copa. Lo tenía ganado en Montevideo y sobre la hora lo perdió. Y luego lo de Chile en el último segundo”.
Cada 31 de octubre el teléfono de Diego Aguirre suena sin parar. Lo llaman para felicitarlo, para agradecerle, para entrevistarlo. Algunos hinchas se acercan a su casa montevideana con algún regalo. No hay forma de marcar un gol que despierte tanta emoción, que tenga tanto olor a gloria. Y jamás la palabra héroe le cayó tan bien a alguien como a la Fiera Aguirre. Que así evoca aquella gesta.
*“Ese gol marcó mi vida. No hay un día en que no me lo recuerden”, reconoce el 9, quien llegó a la final otra vez con Peñarol, pero como técnico, en 2011.
*“Me jugué todo lo que me quedaba adentro. Había visto el reloj del estadio y sabía que era la última. Le pegué con alma y vida al otro palo y, cuando la vi adentro, fue una emoción terrible. En la Copa había hecho 4 goles, todos de cabeza. Ese fue el primero que hice con mi pierna hábil. No lo podía creer. Son las cosas mágicas que tiene el fútbol. Cuando parece que todo está perdido, se gana todo.
* “Me tocó ganar algunos títulos, pero nada es comparable a ese momento. Minuto 120 de juego, a dos segundos de que termine el partido y el rival es campeón. No puede haber un instante de tanta gloria, de tanto goce y de esa forma, es algo que se hace por intuición, no da el tiempo para pensar, y menos cuando ya estás agotado. Cuando reaccionás, el gol ya fue.
* “Me da no sé qué contarlo, pero es la verdad: fui a ese lugar donde encontré la pelota para darle una trompada al marcador. Recibí un golpe feo al comienzo del partido y entonces me lo guardé, no reaccioné. Cuando sentí que el partido estaba perdido es que pensé la venganza. Porque miro el reloj e iban 14 minutos del segundo alargue. Y en ese intento de ir a golpear al rival, me encuentro con la pelota que terminó en el gol. Si no hubiera pensado así no era gol, porque no estaba en mi lugar. Yo era centrodelantero, tenía que estar en el área, faltaba un minuto. Estaba en otra cosa yo… No en el área esperando la última jugada, estaba 20 metros afuera.
* “Hay que tener mucho respeto por los rivales, porque el fútbol te da y te quita, pero las derrotas son muy dolorosas. Los jugadores del América quedaron destrozados, muy tristes, llorando, agarrándose la cabeza. Es muy feo que te pase eso en contra. Fue algo tremendo porque era la tercera final consecutiva que perdían y de una forma que no se imaginaba nadie.
* “América era un gran equipo. Tenía jugadores espectaculares como Falcioni, Gareca, Cabañas, Willington Ortiz, Víctor Luna, todos de primer nivel, y por eso nos ganaron bien el primer partido. Aponte era un duro marcador. En los tres partidos la marca fue durísima.
* “En la Conmebol hablaron de mi gol como el más dramático o más trascendente de toda la Copa Libertadores.
* “Trato de controlar mis emociones, pero escucho determinados relatos o situaciones y me dan ganas de llorar, o lloro”. (O)