Los enemigos de la historia y odiadores del pasado que abundan en los programas de radio y televisión sentirán que se amarga el pavo navideño al leer esta cita tomada del libro El efecto Mourinho: Tierra quemada, escrito por el periodista y escritor español Enric González: “El fútbol parece moverse dentro de ese espacio estrecho y efímero que llamamos presente o ahora. Se trata de una percepción falsa, tan falsa como la que tenemos los humanos de nuestro propio presente. Lo actual, lo que ocurre en este instante, resulta tan escurridizo que se nos escapa atrás en el tiempo antes de que podamos señalarlo. El presente es, en realidad, una gigantesca fábrica de pasado. Y es el pasado lo que nos define, igual que al fútbol”.
Pensaba dedicar esta última columna del año al tenebroso episodio que vive Emelec, un símbolo del deporte guayaquileño tan destruido en estos tiempos. El directorio, responsable del desastre administrativo, económico y futbolístico, ha anunciado que las elecciones anticipadas se realizarán el 27 de febrero de 2025. Esto significa prolongar por largos dos meses la agonía de un club moribundo. ¿Por qué tan larga espera? ¿Qué se pretende “arreglar” en estos dos meses si Emelec no tiene plantel completo ni puede fichar jugadores; si está abrumado por las deudas y parte de su estadio embargado? Si el torneo 2025 empieza en febrero, ¿en qué tiempo la nueva directiva asumirá la pesada carga de elegir un técnico y armar un plantel con las sobras de los demás equipos? Tratar esto en una columna es como abrir las puertas del infierno de Dante y yo prefiero sumergirme en los gratos recuerdos de cuando el fútbol servía para divertirse; los jugadores entregaban todo su esfuerzo por su divisa y los dirigentes eran honrados caballeros, respetados por sus hinchadas.
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Uno de esos caballeros que dejó un hermoso legado es Edmundo Valdez Murillo, gestor de aquel inolvidable Unión Deportiva Valdez al que llevó desde el torneo de la división de ascenso en 1951 hasta ser bicampeón de la Asociación de Fútbol del Guayas en las temporadas de 1953 y 1954. En el viejo estadio Capwell (era un parque que tenía un árbol en el medio, dijo un bisoño “periodista”) dejó una huella de gran calidad frente a equipos poderosos de la época como el Barcelona criollo de Jorge Delgado, Pablo Ansaldo, Carlos Pibe Sánchez, César Solórzano, Carlos Alume, Enrique Cantos. Sigifredo Chuchuca y José Pelusa Vargas; o al Emelec de los argentinos Eladio Leiss, Jorge Chompi Henriques, Francisco Croas, Héctor Pedemonte, Mariano Larraz, Jorge Larraz, Carlos Raffo y nacionales como Jaime Ubilla, Raúl Argüello, Ricardo Chinche Rivero y José Vicente Balseca; el Everest de Hugo Mejía, Gerónimo Gando, Galo Pombar, Marcos Spencer, Gerardo Layedra y Eduardo Bomba Atómica Guzmán; el 9 de Octubre de Carlos Castillo, Ricardo Valencia, Marcos Izaguirre, Lucho Drouet, Santiago Osorio, Marcos Gómez, o el Norteamérica de Orlando Zambrano, Luis Patón Alvarado, Héctor Macías, Rigoberto Reyes, Felipe Leyton y Raúl Pío de la Torre, y otros equipos.
Valdez tenía una mayoría de jugadores criollos salidos de los torneos de la Liga Cantonal de Milagro cuando esa tierra producía jugadores a montones. Pocos extranjeros pasaron brevemente y el único que quedó en la historia en toda la campaña fue el peruano Jorge Otoya, quien hizo un trío central memorable con Carlos Titán Altamirano y Juventino Tapia. En 1953 sorprendió a todo el deporte nacional al clasificarse campeón. El desafío ahora era lograr el bicampeonato, algo que no había conseguido ningún club desde el inicio del profesionalismo.
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Gregorio Esperón había conducido al equipo en 1953, pero al final de la temporada se ausentó a su natal Buenos Aires por asuntos familiares. Edmundo Valdez no pensó dos veces para escoger su reemplazo. Le dio a Eduardo Tano Spandre la largada en su carrera de técnico que sería tan exitosa. Había nacido en Turín, Italia, pero su niñez y juventud había transcurrido en Buenos Aires. Pronto mostró sus condiciones de jugador de técnica exquisita y fue captado por River Plate en el que hizo una gran pareja de centrales con Óscar Basso. Estaba luego en Tigre cuando Esperón lo tentó para jugar en Río Guayas. A la desaparición de este equipo fue fichado por Emelec y en 1953 Valdez lo llevó a sus filas. Su sabia enseñanza fue vital para que jugadores como Honorato Gonzabay, Carlos Serrado, Leonardo Mondragón y Gastón Navarro elevaran su jerarquía. Ese año colgó los botines y en 1954 asumió la dirección técnica de Valdez.
Con los jugadores nombrados y la clase irrepetible de Alfredo Bonnard en el arco UD Valdez fue por muchos años la mejor línea defensiva de nuestro medio. Con la guía de Spandre Julio Caisaguano y Segundo Viteri, legítimos productos del fútbol milagreño, se convirtieron en los mejores volantes del fútbol porteño. Adelante obraron tres jugadores salidos de Chacarita Juniors, Wacho Guerrero, Pancho Rengifo y Elías Tumbaco; se unieron al esmeraldeño Carlos Cañola, Jorge Otoya, Juventino Tapia, Carlos Titán Altamirano, Eugenio Mendoza y Carlos Rivas para convertirse en la artillería más goleadora del torneo. El 31 de julio, en el Capwell, Valdez y Barcelona protagonizaron el que se calificó como el mejor encuentro del año. Los toreros arrancaron ganando con gol de Simón Cañarte y pocos minutos después Chuchuca puso el 2 a 0. Valdez recobró el ánimo y antes de terminar el primer tiempo Altamirano, en alarde de clase y bravura, dejó en el piso a Ansaldo y puso el 2 a 1. En el segundo tiempo Enrique Cantos alargó la ventaja con un golazo. El 3 a 1 parecía definitivo. Pero si algo distinguía a los milagreños era el coraje. El peruano Otoya con un remate de primera acortó las cifras.
Los seguidores de Barcelona no creían lo que veían. Su equipo estaba arrinconado y Valdez era una tromba. El ingreso del pimentoso Cañola decidió el partido. Otoya tomó un balón en la mitad de la cancha y vio que el moreno esmeraldeño entraba como un rayo en el área canaria. Un preciso pase y Cañola batió a Ansaldo para poner el empate. Y fue el mismo alero derecho el que habilitó a Carlos Rivas para que el tiro rasante de este pusiera el 4 a 3 favorable a los milagreños. En el medio quedó el épico choque con el Botafogo de Garrincha y Nilton Santos que tuvo que sufrir para empatar a dos tantos con Valdez. Los milagreños ganaron las dos vueltas pactadas y el 10 de noviembre se proclamó campeón pese a los fallidos intentos de la Asociación de Fútbol de forzar una tercera. Rueda. UD Valdez era legítimo primer bicampeón de la historia de nuestro fútbol profesional.
Pocos lo han recordado en Milagro y hoy no vive ya ninguno de los actores. Será un motivo para reunirnos a celebrar en Milagro muy pronto con Víctor Hugo Vicuña, cronista vitalicio de Milagro, el gran Dagoberto Rodríguez, periodista comprometido con la historia, y mi ahijado Leonidas Pacheco Oleas, a quien he reencontrado 56 años después. (O)