“El fútbol es la única forma de amor eterno que realmente existe”, concluía, finalmente convencido, Luciano De Crescenzo, napolitano, prolífico escritor de prestigio, ingeniero, director de cine, actor. “Nunca un milanista se tornará interista, al igual que un aficionado de la Lazio no se hará de la Roma”, sostenía. “En mi caso, soy hincha del Napoli y lo seguiré alentando siempre, incluso ahora que está en la serie C”, agregaba.

Corría el año 2004, el Napoli había quebrado y desaparecido, fue refundado como Napoli Soccer por su actual presidente, Aurelio De Laurentiis, y se le permitió comenzar de nuevo desde la tercera categoría. En ese momento infausto, De Crescenzo entendió que, aunque el club de Maradona nunca volviera a la serie A, él no conseguiría enamorarse de otra escuadra.

Por ello, el crecimiento o la disminución de hinchas de un club no puede contabilizarse de un año al otro, sino al cabo de una década o más. Se encuesta a las nuevas generaciones. Los que ya son, son; esos no cambian.

Electrocables Barraza

Los seres humanos, más tarde o más temprano, podemos dejar de amar a otra persona, abandonar pasiones, cambiar lugares o hábitos, pero una fuerza irresistible dice que no podemos mudarnos de club. No debemos, jamás nos perdonaríamos tan sacrílega decisión. Es, probablemente, el costado más romántico, más bello y honesto que tenemos quienes gustamos del fútbol. Tal sentimiento es, justamente, lo que nos une a todos los aficionados a este juego.

Estábamos viendo por televisión una entrevista a un cantante que narraba su vida. “Yo era de San Lorenzo”, contó. “Lo iba a ver siempre y por mi padre conocía a los jugadores. Luego, ya adolescente, un día fui a la Bombonera y me hice hincha de Boca”. Quedé perplejo. Mi esposa, aún no siendo futbolera, comentó: “Por Dios, ¿cómo una persona puede ser de un club y pasarse a otro…?”. No es un tema de colores, sino mucho más profundo.

¿Cómo un individuo al que se le eriza la piel por Barcelona podría festejar algún día un gol contra Barcelona? ¿O pasar a querer a Emelec…? Jamás, ni en la derrota ni en el dolor ni en la tristeza ni en la desilusión uno puede dejar de querer al equipo con el que arrancó su idilio futbolero en la niñez. Y no es un fanatismo, en absoluto, tampoco un compromiso que uno se imponga, sino algo puro y noble que nace naturalmente.

Jugaban un partido decisivo Boca Juniors y Newell’s Old Boys. Boca marchaba lejos de la punta, sin embargo, el duelo estaba inmerso en una curiosa circunstancia: si perdía Boca, Newell’s se encaminaba al título de campeón (como finalmente aconteció); en cambio si ganaba Boca podía servirle la corona a River su archienemigo. Pese a ello, miles de hinchas de Boca se manifestaron: igual querían un triunfo de su equipo. “No me veo haciendo fuerza para que pierda Boca, no puedo soportar la idea, más allá de lo que pase con River”, escribió un boquense en una carta de lectores al diario “Olé”, sintetizando el parecer de la mayoría.

Luego, cuando ya Newell’s vencía 3-0 y la derrota era inevitable, entonces sí se lanzaron abiertamente a cantar, felices: “Me parece que River no sale campeón / me parece que River no sale campeón / sale Newell’s, sale Newell’s, sí señor…”

“Nunca me pareció un elogio decirle a un jugador que es un gran profesional. Lo amateur me merece más respeto”, escribe el entrenador argentino Ángel Cappa en su libro “¿Y el fútbol dónde está?”. Brillante reflexión que merece nuestra total simpatía. ¡Si vivimos pidiendo a los futbolistas que, por encima de su salario, jueguen por amor a la camiseta! ¿Por qué? Justamente por ser un cariño de índole suprema, una pasión, y cualquier actividad desarrollada con pasión, por regla general, tiene éxito.

¿Por qué es el fútbol el que concita tal sentimiento? Di Crescenzo pensaba (falleció en 2019) que es por el entusiasmo que genera su imprevisibilidad. “El atletismo se aleja bastante del mundo de la fantasía. Su lógica es bien sencilla: cuando se miden dos corredores, el mejor será el primero en cruzar la meta”. Ahí termina todo. Y trazaba un paralelo con otro deporte de equipo: el voleibol: “Aquí sucede siempre lo mismo, un jugador recibe la pelota y se la pasa a otro en el centro del rectángulo, éste la deja para que otro la golpee al campo contrario. Y vuelta a empezar, todo igual. El fútbol, en cambio, ofrece miles de variantes, sobre todo cuando vemos en acción a talentos como Maradona, cuyo juego no tenía límites”.

Antes que las tácticas, mucho antes que los cronistas deportivos y los entrenadores, desde luego primero que la televisión y el negocio nació la pasión por el fútbol. Está junto al juego desde que el juego empezó. En el mismo instante en que se formaron dos bandos para confrontar con una pelota de por medio, ya hubo hinchas de un lado y del otro. De modo que hagamos una reverencia al personaje que, junto con el futbolista, representa la casta más antigua de esta cultura: el hincha.

Un altísimo dirigente del fútbol mundial, capo del entramado de corrupción que derivó en el FIFAgate, frecuentaba el hábito, convertido en latiguillo, de acusar despectivamente y con marcado desprecio: “Fulano actúa como un hincha”. No pensaba lo que decía. Ignoraba que no hay condición más transparente. No reparaba que, en su intención de menoscabar, alababa.

Los hinchas verdaderos (no los barras bravas) no funden clubes ni roban en asociaciones o confederaciones. Todo lo bueno que hace un dirigente de fútbol es por el hincha que lleva adentro. Lo demás lo perpetra el individuo contaminado, el sujeto inescrupuloso que habita en él.

Electrocables Barraza

Se ha escrito centenares de veces que un ser humano cambia de profesión, de diario (que no es fácil), de mujer, de religión, de país y hasta de sexo. Hay quienes buscan cambiar el color de su piel, blanqueándola. Lo que no cambia es su club de fútbol. Eso se va con él hasta el otro mundo. No se ha dicho, sin embargo, que el secreto estriba en que el del fútbol es un amor de amianto, inoxidable, irrompible e inmarchitable. Conserva su juventud, lozanía y ardor para toda la vida. Es algo contra lo cual no pueden competir ni la mujer ni el diario ni el país. ¿Cómo sería el mundo si todos los amores humanos tuvieran la fuerza y la lealtad del amor del fútbol…? Mejor, sin dudas.

Electrocables Barraza

Naturalmente, el hincha dice barbaridades futbolísticas. Algunos van a la cancha a insultar, otros entienden muy poco. Pero es absolutamente lógico: es un consumidor, compra el producto y lo bebe o lo come aunque no sabe con certeza de que está hecho ni cómo. Por otra parte, no le sirve de mucho saberlo. Es el único segmento que no es consultado para nada. Nadie le pregunta si está de acuerdo con el precio de las entradas ni con el entrenador que contrataron (con su plata) ni con el número nueve llegado como refuerzo ni con el horario de los partidos. El socio de cualquier club que desea un cambio en su institución tiene dos caminos: comprar el paquete accionario en el caso de los privados o formar una agrupación y ganar las elecciones en una sociedad civil. Demasiado complicado.

Siempre queda la ilusión, desde luego. La esperanza de que un hincha de verdad, esto es un individuo a corazón abierto, se haga cargo de nuestro club y nos permita soñar y ser futbolísticamente felices. Desde el ángulo material del tema, el hincha es el único estamento del fútbol que no cobra por estar: paga. (O)