“El once del Barça esta tarde será con Valdés, Dani Alves, Puyol, Piqué y Abidal…”. Ese número que simboliza el juego del fútbol, que ha dado nombre a clubes (Once Caldas, Once Corazones, Once Lobos), revistas, libros, programas de radio y TV, distinciones como “el once ideal”, tiene, entre muchas derivaciones, un orgullo aparte: es la primera palabra futbolística incluida en el diccionario de la Real Academia Española.

Incluso antes que fútbol. Y se acaban de cumplir 100 años de su aceptación por la RAE. Fue en 1925. Once abrió la cabeza de los catedráticos de la lengua para abrirles la puerta a tantos vocablos emanados de la pelota que tomaron fuerza popular.

Nunca se supo con certeza quién decidió que se jugara con once. Lo más aceptado es que los fundadores se basaron en el críquet, deporte igual de antiguo.

Al parecer, los once jugadores del críquet llenaban bien el espacio de la cancha y eso convenció a los que reglamentaron el fútbol en 1863 de que era lo mejor también para la número cinco.

En tiempos medievales jugaban cincuenta de un pueblo contra cincuenta de otro a empujar la bola. En el calcio florentino eran 27 contra 27 en la plaza principal de Florencia.

Y hacia 1840, en Gran Bretaña, pujaban 13 o 14 de cada lado. Hasta que para la década de 1860 se fijó definitivamente el número de once. Se advierte en las fotos de las formaciones de los equipos.

Electrocables Barraza

La Real Academia aceptó el término balompédico once en 1925 con esta definición: “Equipo de jugadores de fútbol, dicho así por constar de once individuos”. Luego, hasta nuestros días, incorporó 150 más.

Son algo más de 150 términos surgidos del ingenio de los periodistas deportivos y del uso popular. La prensa española ha sido, naturalmente, la que más aportó por el buen hábito de españolizar los extranjerismos. Pero ha sido América Latina, y especialmente el Río de la Plata, el creador de decenas de vocablos futboleros.

Ese mismo 1925, la Real Academia agregó otros neologismos peloteros: delantero y portero. Recién en 1936 la RAE sumó la célebre expresión futbol, aunque sin acento. Ese mismo año se agregó la palabra más celebrada de la historia humana: gol.

Es la castellanización de goal, que significa ‘meta’, el objetivo de este deporte. Es curiosísimo que solo en 1970 fuera integrada la españolísima voz balompié, pese a que la Corona española ya le había concedido el título de Real al Betis Balompié.

También está el Albacete Balompié. La realidad daba existencia a balompié, mas no la Academia.

Sudamérica y en especial Argentina (posiblemente por la diversidad de su inmigración) son una fábrica de neologismos futboleros, aunque ninguno tan redondo como gambeta, la reina de estas figuras literarias.

Gambeta —admitida en 1984— pertenece al lunfardo, el idioma paralelo de los argentinos que tuvo su cuna en las clases populares, pero, por figurativo y gracioso, entró de lleno en el vocabulario de todos.

Su correlato en español es regate, y en inglés dribbling, pero no tienen el mismo impacto. El diccionario de la RAE la describe sencillamente: “En el fútbol, regate”. Fue el primer americanismo recogido por la casa que regula nuestro idioma.

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Pero gambeta supera eso, va más allá del fútbol. Es un italianismo que curiosamente no existe en Italia. Viene de gamba, ‘pierna’; es un movimiento rápido de piernas para eludir la acción adversaria y seguir con la pelota.

Su sinónimo más cercano sería esquive. Hay gambeta fina (la de Iniesta), gambeta larga (la de Mbappé), gambeta impredecible (la de Maradona), gambeta electrizante (la de Messi). Viene de los comienzos del fútbol.

Ya en 1920 Gardel había compuesto Mano a mano, tango con letra de Celedonio Flores, y cantaba: “Se dio el juego de remanye / cuando vos, pobre percanta, / gambeteabas la pobreza en la casa de pensión. / Hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta, / los morlacos del otario los tirás a la marchanta / como juega el gato maula con el mísero ratón”.

Entre las maravillas americanas está hincha, reconocida como uruguaya, en virtud de Prudencio Reyes, utilero de Nacional de Montevideo, quien “hinchaba” los balones y luego iba a la tribuna a alentar a su equipo.

Y entre las muchas agregadas en 2001 nacidas en nuestro continente están cañonazo, taponazo, palomita, patadura, cuchara, vaselina, leñero, pared, chanfle, cascarita (mexicanismo y ecuatorianismo), picado… Voces que aluden a puestos como central, lateral, volante (único surgido del apellido de un jugador: Carlos Volante, de Lanús y Platense en los años 20 y 30, famoso en Italia, Francia y Brasil).

Luego vinieron otros, no menos deliciosos e ilustrativos, como caño, túnel, chumbazo, cuidapalos, esférico, faulear, olla (la de los centros a la…), orsay, chilena, paradón, piscinazo, desbordar, plancha, taquito, sombrero, triplete.

En 2019 se introdujo al catálogo cobrar, que significa ‘sancionar una falta’. Palabra que tantos problemas le trajo a Di Stéfano al llegar a España.

Cuando el árbitro hacía sonar el silbato, Alfredo solía reprocharla con el clásico “¿Qué cobrás…?”. Pero los jueces entendían que quería decirles “¿Cuánto te pagaron?”, y le costó alguna expulsión, hasta que tuvo que explicarlo.

Cobrar tiene otra acepción en el Río de la Plata: recibir uno o varios golpes o patadas. “Fue a hacerse el vivo de visitante y cobró”. Una de las últimas novedades es VAR, por la nueva tecnología aplicada al fútbol.

Un término muy usual que no está comprendido es selección. Alude al equipo nacional. Cuando uno dice “la selección” ya se sabe de qué está hablando.

No es seleccionar aspirantes, telas o semillas. Otras nuevas, muy gráficas, son pechear o arrugar. Y falta una joya que resume todo tratándose de un jugador malo, pero sobre todo poco técnico: tronco. Ahí la RAE marcaría un gol de media cancha… (O)

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