Copa América de 1916, estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. La defensa chilena está apremiada, un atacante adversario impulsa el balón hacia el gol, la bola se eleva y, de pronto… lo nunca visto: de espaldas al centro del campo, un zaguero se arquea en el aire con las piernas hacia arriba y rechaza para atrás evitando el tanto. Es una reacción intrépida, pero aleja el peligro y se gana una ovación del público, que desconocía esa acrobacia. Muy útil, por cierto. Desde entonces ha sido un recurso ingenioso para salvar miles de goles. Y para convertirlos.

—¿Viste esa jugada…?

—¿Cuál…?

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—La chilena… Esa en que el defensa despejó de aire para atrás.

La gente se va comentando las incidencias del partido, en especial esa acción tan novedosa y atractiva. Inmediatamente, sin pretenderlo, la bautiza: la chilena.

El “chileno” era un vasco, Ramón Unzaga, ciudadano español radicado en Talcahuano desde los 14 años. A él se le adjudica la creación de este espectacular gesto técnico que sigue encantando a los aficionados como el primer día. Un gol de chilena tiene un plus de belleza. Es la única jugada del fútbol cuyo nombre está relacionado con una nacionalidad. Y justo lo que no está completamente certificado es el origen, la patria nativa de esta artística contorsión. Es una bella historia. Y una buena ensalada.

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Hay fuertes indicios de que sería peruana, aunque se la conoce internacionalmente como chilena, la patentó un español y tomó nombre en la Argentina. También se le adjudica la invención a un brasileño. ¿Cómo es esto…?

Los primeros en hacerla, según antiguos relatos orales, fueron los negros y mulatos del puerto del Callao, donde tuvo su nacimiento el fútbol peruano, porque este juego entró por los puertos, bajó de los barcos británicos. Los marineros ingleses, escoceses, galeses e irlandeses, en los ratos libres, armaban picados en los muelles y siempre les faltaba gente. Invitaban a los nativos de cada lugar a sumarse, y así, sin pretenderlo, esparcieron por el mundo la pasión dominante de nuestro tiempo. A fines del siglo 19 y comienzos del 20, eran frecuentes los enfrentamientos entre chilenos y peruanos, muy conectados a través de los viajes marítimos entre Valparaíso y el Callao. Allí fue donde los marineros y futbolistas chilenos y británicos habrían visto hacer esta maravilla futbolera. Refuerza la hipótesis el hecho de que, a comienzos del siglo 20, los mismos chilenos la llamaban chalaca, gentilicio que se da a los oriundos del puerto limeño. Pero ningún historiador peruano aportó pruebas que ayuden a la peruanidad del tema.

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Por otra parte, los únicos que nunca la llamaron chilena fueron los peruanos, por una sencilla razón: ya la habían visto y puesto nombre. La historia tiene un alto porcentaje deductivo.

—Es verdad que aquí se la vio primero a los chalacos, pero igual, por una razón histórica entre ambos países, acá no se le dice chilena ni se acepta el término. Una vez mencioné en televisión que un gol había sido de chilena y me criticaron duramente— dice Ricardo Montoya Descalzi, psicólogo, profesor de literatura y periodista peruano. La razón histórica es la nunca olvidada Guerra del Pacífico.

En Brasil se la conoce como la bicicleta. En 2004, cuando falleció el fenomenal Leónidas, las crónicas hablaron del “inventor de la bicicleta”. En verdad, en los años 30, tiempos del esplendor de Leónidas, la “bicicleta” o “chilena” ya tenía décadas de inventada. En su caso, el término correcto sería pionero. O introductor, que significa ‘introducir en un lugar algo que ya se conoce fuera’. Pero Leónidas no había salido de Brasil cuando ya hacía la bicicleta, no la había descubierto en otra parte. Además, cuando la hizo, era nueva para él y para su público, pues nunca la habían visto. No existía la televisión. Y hasta hoy la siguen llamando bicicleta.

En Barranquilla, durante la Copa América 2001, el volante ecuatoriano Cléber Chalá marcó justamente a Chile (creemos que es el único de este tipo en la Copa) un precioso gol de esta forma y, como pasa siempre, se reabrió la historia. “Es chalaca”. “No, es chilena”. También es factible que Unzaga no la hubiese visto hacer a nadie y fuera de su propia creación, así como alguien la creó en algún campito del Callao. No obstante, la maniobra fue presentada en sociedad por una selección de Chile y tiene carta de ciudadanía chilena. Así la llama el mundo de habla hispana. Unzaga nunca pudo aclarar el tema porque, desgraciadamente, falleció muy joven, a los 31 años, sin saber lo famosa que sería su jugada. El checo Antonín Panenka sí puede ver, casi diariamente, cómo se universalizó su invento: el penal “a lo Panenka”. Hacer “un Panenka” es amagar al arquero patear fuerte a una punta y tocar muy suave el balón al medio del arco. Los arqueros quedan desarmados y la bola entra mansamente. Es un riesgo, también una genialidad: un hecho tan burocrático como el penal adquiere un significado temerario, casi angustioso, pero también artístico.

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Sin embargo, en su ciudad no se olvidaron de Unzaga ni de su joya. Le habían visto hacer la chilena por primera vez en el estadio El Morro, de Talcahuano, el viernes 16 de enero de 1914. Al aproximarse el centenario, la Municipalidad de Talcahuano planeó erigir un monumento en honor al futbolista y su obra, que dio repercusión al nombre de Chile. Le encargó la tarea a la escultora María Angélica Echavarri. Y el 15 de mayo de 2014 fue descubierta en el frente del estadio, que también se rebautizó con el nombre del deportista. La estatua muestra a Unzaga haciendo su célebre malabar. Insumió 600 kilos de bronce y cobre, y fue donada por la empresa Sigdo Koppers. Según la autora, la figura, en la que se ve a Unzaga haciendo la chilena, “muestra la fuerza y la tensión del momento en que el jugador tiene que hacer este esfuerzo para realizar la jugada”.

Y cerraron la discusión. (O)