A Damián Díaz le quedó corto Barcelona. Afanoso, intenso, infatigable, demandante... El capitán del equipo canario no encontró compañeros que también remaran este domingo en la final de ida del campeonato ecuatoriano de fútbol contra Aucas.
Aucas enmudece el Monumental y vence a Barcelona: 0-1
La pelota la pedía el 10. Y la distribuía con acierto. Pero por derecha nada fue lo que aportó Fidel Martínez, adelante inútil fue la presencia de Jhon Jairo Cifuente y por izquierda los intentos de Jonathan Perlaza –que, siendo lateral, opacó al extremo Erick Castillo– no dieron fruto.
Díaz hasta fue doble jugador. De pronto se lo vio en el costado derecho, intercambiando funciones con Martínez, metiendo en aprietos a Carlos Cuero –el carrilero izquierdo de Aucas– y enviando uno que otro centro que nunca encontró a un amarillo desmarcado ni la suerte de una pierna que desviara el balón a las redes.
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En lo anímico, incesantemente se le notaba al argentino-ecuatoriano lamentarse y reclamar a sus compañeros por errores. Esta vez no toleraba que no estuvieran a su altura.
Tres disparos al arco registró el armador de Barcelona, el que más veces tiró entre los palos por parte del conjunto local junto con Cifuente, de menor eficiencia al contar con otras más en sus pies que envió a los graderíos. Por lo demás, para los números, tres saques de esquina, una falta y una tarjeta amarilla.
La amonestación al 10 fue, precisamente, producto de la intensidad con la que vivió los primeros noventa minutos de la definición de la LigaPro. Augusto Aragón no le perdonó más, al minuto 76, los acalorados reclamos y lo advirtió formalmente.
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Cuando el partido pasó por Díaz, hubo ideas, o la sensación de tales. Pero el trabajo es de once y no hubo otros diez para buscar espacios, atreverse con sorpresas o siquiera asociarse con un plan. Algo pretendió asistir Michael Carcelén, pero progresivamente terminó por equivocar todo y dejó el campo a los 70 minutos, poco después del gol de Edison Vega y con una amarilla entre sus condiciones.
Resta la revancha en Quito y el jalón de orejas –a tiempo si remece lo suficiente– no pasaría por Fabián Bustos esta vez, sino por el capitán de 36 años. (O)