El fútbol es una metáfora permanente de la vida. Le provee frases para siempre. En Argentina, cuando alguien progresa, estrena auto nuevo o se da más importancia de la debida, es usual decirle “se agrandó Chacarita”. Alude al viejo y querible club funebrero, ahora en la “B” Nacional. En 1948, jugando con dos hombres menos y ante una gran adversidad, goleó a Boca 5 a 1; el diario Noticias Gráficas le dedicó ese título. En el ’69 pisó a River en la final el campeonato: 4 a 1. Y en 1971, por el Trofeo Joan Gamper, venció 2-0 al Bayern Munich con Gerd Müller y Franz Beckenbauer en cancha. Otra vez los diarios titularon igual. En España, de quien lucha y persevera en un objetivo, es común comentar “tiene más moral que el Alcoyano”, pequeño equipo valenciano que ha hecho de la persistencia un estandarte. Dice su himno: “La moral del Alcoyano es famosa en toda España / por experto y veterano siempre hará buena campaña”. Entre 1945 y 1951 supo estar cuatro temporadas en Primera, ahora es uno de los 102 cuadritos que se masacran en canchas peladas para subir a Segunda. Pero el miércoles dio un golpe sobre la mesa de los que hacen historia, y reactualizó como nunca el dicho que lo perenniza: se le paró tieso al Real Madrid, le ganó 2 a 1 y lo eliminó de la Copa del Rey, bella competición que agrupa a todas las capas sociales del fútbol español. Ahí son todos iguales a los ojos de Dios. Estos clubes diminutos viven con ansiedad el sorteo de la Copa a principios de temporada, esperando les toque el Madrid o el Barça. Si se les da, hacen fiesta, no importa si terminan goleados, los verá el país. Y puede que hasta el mundo hable de ellos, oscuros concursantes de un fútbol humilde, de partidos casi barriales, donde se escuchan los gritos de los protagonistas: “Corre… pásala, tío… a por ellos”.