“Los partidos los ganan y los pierden los jugadores”, dice un axioma creado por… los jugadores. ¿Los campeonatos también…? Huuummm… Lo dudamos muchísimo. Desde luego son ellos quienes salen al campo, pero todo proyecto ganador hoy nace de un excelente entrenador, un profesional calificado, trabajador, comprometido con el club, con mentalidad ganadora y buen relacionamiento con los futbolistas. Y de un presidente que sepa elegirlo, respaldarlo y darle los elementos necesarios. Si presidente y entrenador reúnen esos perfiles, el éxito es infalible, se da con un plantel brillante y con menos también, hasta con uno de obreros. “Cuando la cabeza anda bien, anda bien todo el cuerpo”, filosofaba el querido Maño Ruiz. De arriba viene todo. La clave es crear el ecosistema para el éxito basado principalmente en la armonía y la capacidad. Lo acaba de demostrar Barcelona con Alfaro Moreno y Fabián Bustos, lo demostró ampliamente Nassib Neme con Gustavo Quinteros y otros.

La relevancia fundamental del técnico está graficada en Diego Simeone. El Cholo cumplió el miércoles último -con victoria 1-0 sobre el Getafe- 500 partidos oficiales dirigiendo al Atlético de Madrid. Y los cumple acometiendo su décima temporada consecutiva, siendo líder de la liga española. Pocas veces en la historia se produce una transformación tan espectacular en un club a partir de la llegada de un DT. Un vuelo rasante nos recuerda a Alex Ferguson en el Manchester United, a Guardiola en el FC Barcelona, ahora mismo a Marcelo Gallardo en River Plate. Unieron a los éxitos el engrandecimiento de las instituciones.

Simeone, quien superó largamente como conductor su etapa de pantalones cortos, asumió en el club colchonero en 23 de diciembre de 2011 en medio de un cuadro desolador: a mitad de curso, con el equipo arrimado a la zona de descenso, la institución débil económicamente, navegando en un mar de derrotas, la hinchada tristona, sin ilusión. El Cholo comenzó con su prédica de ir partido a partido y que pretendía un equipo de garra, de lucha, de coraje con el que se identifica su afición. En estos 500 juegos ha logrado más del 68% de eficacia, promedio altísimo, de campeón. Ya es el más ganador de la historia rojiblanca con 7 títulos, entre ellos una Liga, una Copa del Rey y dos Europa League, pero más que eso, lo elevó a la consideración de club ‘europeo’: de clasificar muy poquito, lo ha llevado a disputar ocho Champions consecutivas (se viene la novena casi con seguridad) y en dos de ellas animó la final. En la última edición se ha dado el gustazo de tumbar al campeón, el Liverpool onda máquina de Klopp, en los dos choques, 1-0 en Madrid, 3-2 en Anfield.

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Ha logrado reinstalarlo como un grande de España al nivel del Madrid y del Barça, a su conjuro se apuró la decisión de abandonar el estadio Vicente Calderón e inaugurar el espectacular Metropolitano. Y lo más trascendente: la grey rojiblanca está loca de felicidad. Cholo, un hijo de la casa, le ha devuelto el orgullo, la alegría, la seguridad de pelearle como antes mano a mano al Madrid, que le ganaba hasta con los suplentes de los suplentes. Ahora le juega sin achicarse. Le arrancó al Atleti el pringoso traje de club perdedor. Ha conseguido un milagro: que el ídolo mayor de una hinchada sea el técnico y no un jugador.

Comenzó dándole ese tono de peleador callejero al cuadro, de rebelde y transgresor, de carasucia que se trenza en el callejón o en la avenida elegante. Todos tienen que meter, trabar, pelear... “¿Pe… pero qué demonios ha pasado…?”, balbuceaba Klopp tras recibir dos nocauts consecutivos. Esperaba revalidar otra Copa de Europa, pero ha pasado que se topó con un grupo de combatientes con la cara pintada.

“El Cholo nos hacía sentir como soldados y todos nos tirábamos de cabeza a lo que nos decía”, evoca Luis Filipe, hoy en Flamengo. “Es su forma de vivir el fútbol y la vida. Acaba haciéndote creer que es la única forma de conquistar los triunfos. Fue el entrenador que más me enseñó. Aprendí muchísimo. Vende el producto y te convence de lo que tienes que hacer. La gente me dice que estuve con él ocho años y solo defendía, y yo les digo que no. Los partidos que sólo defendíamos lo hacíamos con placer porque lo hacíamos juntos, como equipo, como hermanos. Era lo que nos hacía sentir. En las finales entrábamos como si fuera el último partido de nuestras vidas. No eran uno más. Es un técnico espectacular y es un orgullo haber trabajado con él”, ponderó el brasileño.

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Músculo, sudor y táctica. Podría ser la consigna del cholismo. No brinda festivales de juego, pero que les pregunten a los atleticanos…

“Lo más admirable de él y lo que más valoro del trato que tuvimos es que después de tantos partidos y años en los que conseguimos tanto, siempre encontró la forma de motivarnos, más allá del discurso táctico de cómo preparar los partidos. Siempre tenía una gran visualización del prepartido. Cómo hacer daño, cómo defendernos. Nos daba mucha información. Después es fútbol y unas veces sale bien y otras mal, pero en su caso nos salió muchas más veces bien”, recuerda el uruguayo Diego Godín.

Músculo, sudor y táctica. Podría ser la consigna del cholismo. No brinda festivales de juego, pero que les pregunten a los atleticanos… Nos recuerda una anécdota de Alberto Zozaya, líder de la delantera de Estudiantes denominada “Los Profesores”; eran unos elegantes del fútbol y Zozaya el goleador y quizás el más refinado. Treinta y cinco años después y con muchas frustraciones acumuladas (Estudiantes deambulaba siempre por el sótano de la tabla), iba a todos los partidos y era el hincha número uno del equipo de Zubeldía, cuyos integrantes considerados casi unos talibanes futbolísticos por los ortodoxos, la contrafigura total de aquellos. Pero ganaron tres Libertadores al hilo.

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-¿Cómo te puede gustar esto, Alberto….?-, le preguntó un amigo al excrack.

-¿Sabés qué pasa…? Estoy cansado de perder-, respondió Zozaya.

Los hinchas colchoneros son millones de Zozayas. (O)