“Salió el gol en la Libertadores”. Tal fue el título de una columna que publicamos el 24 de septiembre pasado en la reanudación de la Copa tras los primeros meses de pandemia. Se habían convertido 80 goles en 22 partidos a un promedio de 3,64 por juego. Impresionante, sencillamente extraordinario por la elevada cantidad. Y porque se da en esta época, en la cual se marca infinitamente más que en el pasado. Hay fuertes y débiles como siempre, pero ahora todos los equipos salen bien preparados tácticamente, poseen un óptimo nivel físico, están muy informados del rival y lo colectivo prima sobre lo individual. Estamos en la era de la paridad. Aunque hubiere diferencias de calidad en los planteles, todos saben de qué se trata. En los comienzos de la Copa, años ’60, los grandes del Atlántico -Argentina, Brasil, Uruguay- estaban muchos escalones arriba de los demás. Se registraban marcadores abultados por la inocencia y el desconocimiento de muchos equipos. No había el equilibrio mínimo de fuerzas.

En 1970, Peñarol goleó 11 a 2 al Valencia de Venezuela. En la Copa Libertadores eran comunes ese tipo de goleadas vergonzantes, que dejan un sabor tristísimo, ni siquiera puede llamarse deporte a eso. Darío Castillo, el infortunado arquero venezolano en ese partido, confesaba muchos años después que fue la noche más dolorosa de su vida. “El primer balón que tomé ya no me sentí bien. Luego llegaron los goles, uno detrás de otro, y me desmoralicé, al punto que los balones que iban para afuera yo los metía en mi arco. Esa delantera de Peñarol era endemoniada... eran unos bárbaros, unos diablos... Y la presión del público, el estadio Centenario completo, el dolor en mi dedo que me había fracturado en el partido anterior, los goles, ninguno de mis compañeros se quiso parar en el arco, y seguían los goles... Fue un partido muy difícil... Esta historia me marcó para siempre... Recuerdo que sólo un niño uruguayo, cuando terminó el partido, vino a saludarme y darme ánimo y me acompañó hasta el camerino”. Poco después, Castillo se alejó del fútbol y se dedicó al canto.

“Para Peñarol fue una risa”, tituló su comentario Juan Ángel Miraglia, cronista de la uruguaya revista Deportes. Sí, era tragicómico. Venían al matadero y por eso se anotaban tantos goles. El hincha mismo del vencedor salía del estadio casi contrariado, no se festejan victorias así. De esos resultados catástrofe había cantidades. El mismo Peñarol, en 1963, había vencido al Everest 5-0 y 9-1.

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Actualmente estamos asistiendo a verdaderos festivales de gol, algo inesperado porque cada día los entrenadores insisten más en el concepto de presionar, ahogar al adversario para impedirle llegar hasta su área. Y podemos ver que ante el avance del contrario muchos conjuntos ponen hasta nueve y diez hombres detrás de la línea de la pelota. Incluso antes de un córner o un tiro libre se puede observar a los once en posición defensiva. Antaño, los delanteros se quedaban arriba y los volantes ofensivos apenas se acercaban a la media cancha. Defender era tarea de los defensores. Y las marcas, muy livianitas. Todo ello favorecía la conversión.

Hace un mes, en la Premier League, considerada casi unánimemente la mejor del mundo, hubo 41 goles en diez partidos (4,1). En la jornada de este martes de la Champions se registraron 35 en ocho juegos (4,38). Son promedios altísimos, que casi duplican los de la década del ’80 por ejemplo. Lo notable es que no sólo los poderosos golean, y no sólo los chicos son goleados. El FC Barcelona cayó 8 a 2 ante el Bayern Munich. Medio siglo atrás, si se daba un 8 a 2 se decía que era poco serio, “un partido de casados contra solteros”. Acá también había algunos casados y otros solteros, pero de los mejores del mundo.

El campeón Liverpool recibió 7 del Aston Villa (7-2), Manchester United sufrió de local 6 goles del Tottenham (1-6). El gol está por todos lados y no es privativo de nadie en especial. El Shakhtar Donetsk, que con 13 jugadores ausentes venía de dar el golpe en Madrid derrotando 3-2 al Real, sucumbió el martes en Ucrania por 6 a 0 ante el Borussia Mönchengladbach, el menos bueno de los Borussia; el bravo es el Dortmund. En Bérgamo, el Liverpool le obsequió un 5 a 0 al Atalanta que viene de ser la gran revelación del fútbol italiano y europeo. La Eliminatoria Sudamericana ha tenido un inicio en consonancia. En la segunda fecha hubo 20 tantos en 5 encuentros (4 de media). O sea, es general, pasa en todos los países y torneos.

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En los años ’60, lo recordamos muy bien, el fútbol italiano era el reino del 0 a 0. Era normal que tres o cuatro -a veces más- de los ocho partidos de cada fecha terminaran sin que se sacudieran las redes. Y uno o dos más culminaban 1-1. Igual se llenaban los estadios. Fiorentina fue campeón en 1969 marcando 38 veces en 30 partidos (1,27). Imposible coronarse con menos poder ofensivo. Y ocho equipos, la mitad de los competidores, terminaron con menos goles que partidos jugados, algo tan insólito como increíble. En el último torneo, Atalanta fue tercero señalando 98 en 38 partidos. Conste que antiguamente se marcaba de lejos, a un ritmo muy inferior al actual. Agréguese que los arqueros del presente son muy superiores a los del pasado. Los técnicos estudian hasta los más ínfimos detalles para evitar el gol adversario; hasta se critica a los delanteros que no aportan defensivamente. Todos están obligados a bajar colaborando en la recuperación. Pero también se trabaja incesantemente explorando nuevas formas de llegar al arco contrario.

Goal significa objetivo, meta, es la razón de ser del juego y la emoción máxima. Si se da en mayor cantidad, el juego es mejor. Y si ocurre en la alta competencia, mayor mérito. Es difícil encontrar una sola razón a tanto gol. La más probable es que ahora todos salen a ganar. (O)