No tendrá el glamour de la Champions, que la superó en prestigio, calidad y repercusión universal, pero es lo que tenemos, lo que moviliza nuestro apetito futbolero entre semana: la entrañable Copa Libertadores, la gloria puertas adentro. La tradición es en el fútbol un ingrediente importantísimo, vital. Peñarol lleva treinta y tres años sin ser campeón, pero cuando uno dice Peñarol se pone de pie. Y cuando nombra al Santos hace una reverencia, y cuando escucha Independiente imagina sus hazañas, siete finales y siete coronas. Eso es la tradición, una parte indivisible del encanto de este deporte. Libertadores que, además, muestra una radiografía más o menos fiel de lo que cada país es futbolísticamente. Muestra los jugadores que tiene cada medio. O buena parte de ellos. Y que a Gustavo Alfaro, en este momento, le viene de perlas para observar jugadores.