El fútbol ha venido operando a su placer, libre de controles, y por ejemplo, los carteles de la mafia encontraron la ‘lavandería’ más utilitaria y también con apuestas clandestinas que cambiaban resultados sin que nadie lo notara. Se llegó al colmo cuando los propios organizadores, dirigentes más condecorados que el general Douglas MacArthur, saquearon las arcas al deporte al que le confesaron fidelidad y amor eterno.

Pero también la sobrevaloración del fútbol tiene su pecado de origen. Fue tal la enmascarada comercial que han creado una burbuja financiera que toma aire en un modelo demasiado predecible y que es capaz de fracturarse con un suceso de fuerza mayor como el que vivimos. Por eso hoy, en menos de 60 días de crisis, muestran el hueco negro de sus finanzas y déficits millonarios acechan a los grandes potentados del fútbol que hacen aspaviento de sus problemas económicos y recalculan sus números rojos reduciendo el millonario rol de sus estrellas, cesando a los administrativos, suspendiendo los honorarios y lo peor, cantan sus pesares, generados por ellos. Y lo hacen frente al gran necesitado, el ciudadano común, el aficionado que ama profundamente al fútbol y que sufre graves consecuencias por la emergencia.

Y como cuarto rey mago aparece el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, anunciando que tiene en el horno el “Plan Marshall del fútbol”, usando la identificación del trascendental plan, cuya ejecución por iniciativa de los Estados Unidos apoyó a Europa Occidental para la reconstrucción de los países devastados tras la Segunda Guerra Mundial. Qué lejano está el espíritu del proyecto FIFA, que anuncia con bombos y platillos una ayuda financiera a las organizaciones de balompié con problemas económicos, pero no ha sido capaz de regular los verdaderos precios en el mercado de futbolistas, sus remuneraciones inimaginables, cláusulas indemnizatorias difíciles de pronunciar –por la cantidad de ceros que tiene la cifra–.

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Me pregunto ¿cómo es posible que equipos que hoy muestran sin tapujos los déficits por la suspensión de los partidos estén ofreciendo, para el mercado de verano, millonarias sumas para adquirir un jugador? Por eso expreso que la opulencia de la FIFA se estrella con la realidad. “La debilidad del fútbol está en su mismo poderío económico, el que se jacta en demostrarlo”. Algo así dijo Cristhian Seifert, vicepresidente de la Bundesliga: “En la fuerza de la industria reside la debilidad. Hemos creado una burbuja y ahora hay clubes que pueden quebrar”.

El alivio temporal para el fútbol será el dinero. Seguramente las gruesas cuentas bancarias suizas llegarán al rescate de esas economías que se han deteriorado velozmente por culpa de la crisis. Y en buena hora que si la FIFA, poseedora de tanta riqueza acumulada, no hace los correctivos necesarios, como regresar a las raíces del fútbol (un verdadero profesionalismo con alma amateur, con cifras razonables, al sentido común), porque si eso no sucede, ante cualquier futura emergencia, sufrirá las consecuencias de la inactividad forzosa y se irá a buscar apoyo oficial del Estado.

En Colombia, por ejemplo, solicitan al Gobierno un rescate económico; o como en Argentina hace algunos años, que llegaron todos los clubes de la AFA a pedir el refinanciamiento de sus inmensos pasivos. Chile también lo sufrió en su tiempo y me pregunto ¿qué más debe pasar para que el fútbol sea un gigante con piernas flojas? Es que su debilidad está en su opulencia.

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Cómo es posible que equipos que hoy muestran déficits por la suspensión de los partidos estén ofreciendo, para el mercado de verano, millonarias sumas para adquirir un jugador.

Las pruebas sobran; Alfredo Relaño (periodista de AS), en su columna del miércoles pasado en este Diario, señala sobre el tema que Leonel Messi hace ahora de banquero del Barcelona, una institución que ha quedado exhausta, entre otras cosas, porque le ha forzado a cederle continuas renovaciones, hasta cantidades inasumibles.

Mientras tanto, las altas esferas de la dirigencia mundial siguen monitoreando los efectos económicos. La pandemia del coronavirus ha afectado a la gran industria del fútbol que, cerrada la caja registradora, comenzó a sentir los síntomas y posiblemente inyectando dinero emergente se podrá bajar la fiebre.

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En la otra orilla sucede algo más humano, menos materialista. Esta experiencia que vivimos no se afecta por un partido de fútbol, solo altera las neuronas. Hay filósofos del deporte y psicólogos que examinan las implicaciones de una interrupción abrupta que impide disfrutar el deporte favorito y no llegan a imaginar cuánto tiempo se puede soportar una pausa prolongada pocas veces vista, desde las provocadas por las conflagraciones mundiales.

Expertos explican que si la crisis se prolonga generará seguramente efectos críticos; otros especialistas más radicales creen que es factible que entre el impacto causado por las noticias sobre el coronavirus y la ausencia de sensaciones emocionales que provoca el deporte, es posible que esa mezcla produzca una psicosis colectiva que no se cura con ansiolíticos. Sobre esas aseveraciones leía con detenimiento la opinión de David Moscoso, profesor de Sociología del Deporte, de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, publicadas en el diario El País. “Es previsible que se viva con un gran desasosiego, pero no me atrevería a ser pesimista porque la sociedad tiene una gran capacidad de adaptación”.

Esa adaptación será más lógica si ese entorno nocivo, producto de esa avalancha de noticias del COVID-19, que sofocan al mundo, tiene un límite. Dicen que filosofar es una facultad exclusiva de los expertos, especialistas y estudiados en la materia, pero también el ciudadano común y corriente lo puede hacer. Eso si se dan tiempo y manera para escuchar su voz interna, porque filosofar así ofrece una individualidad indefinida e indescriptible.

Una hermosa discusión conceptual encontré hace pocos días en un artículo en que el doctor César Torres, filósofo e historiador del deporte, analizó la frase “el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”, atribuida al argentino Jorge Valdano, mientras otros afirman que quien la dejó fue el italiano Arrigo Sacchi.

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Es claro que la crisis sanitaria mundial podría llegar a tener esa escala, la de tener el fútbol un valor accesorio o secundario. Por supuesto que nunca el fútbol llegará a los estamentos con que el argentino Jorge Luis Borges lo clasificó: “El fútbol es popular, porque la estupidez es popular”. O la del otro detractor, el también famoso escritor y semiólogo italiano Umberto Eco, que dijo: “Yo no odio al fútbol, odio a los aficionados al fútbol”.

Por fortuna son escasos estos absolutistas, que aunque han tenido una voz potente, esta se opaca ante los criterios lúcidos como el del filósofo César Torres, que señala que el fútbol posee unas cualidades y potencialidades dignas de las cosas más importantes de la vida, por su fuerza humanizadora.

Sea Valdano o Sacchi el autor de la frase que está en el título de esta columna, nunca estaré de acuerdo en que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes, porque para mí es mucho más. (O)