Las conflagraciones mundiales, las grandes catástrofes naturales, las pandemias siempre dejaron un legado dramático. Hubo que realizarse grandes esfuerzos para superar el caos, el abandono, la desesperanza, para que los pueblos pudieran levantarse después de muchos años de sacrificio. Las bibliotecas del mundo tienen gran cantidad de volúmenes que explican los motivos y las consecuencias que produjeron esas grandes tragedias.

Hoy que convivimos con una pandemia imploramos por la cura, pero también suponemos que el daño que provocará el coronavirus será infinito e inimaginable. Sobre el trauma que heredan las sociedades he tenido familiares que vivieron los efectos de una guerra mundial.

No solo se limitaron a comentarme sobre las desgarradoras imágenes de jóvenes soldados de diversas nacionalidades hiriéndose o matándose entre ellos. También supe de las secuelas horrendas de la posguerra, tales como las de las economías deterioradas, las ciudades destruidas, pero sobre todo las psicológicas. Estas últimas son imposible de cualificarlas por su impacto en la familia, la desintegración y la desadaptación a la sociedad de los partícipes

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Esos enfrentamientos por el poder territorial o el político nos hicieron entender que el ser humano es capaz de romper cualquier barrera del entendimiento o de la razón para conseguir lo que pretende a cualquier costo. Atrás han quedado las luchas tan solo en trincheras, como nos imaginamos en la Primera Guerra Mundial, pero no tenemos presente que en ese conflicto las potencias ya utilizaron las bombas de gases tóxicos para demoler al adversario.

Y pensar que eso sucedió entre 1914 y 1918, con la triste coincidencia de que apenas terminó esa contienda global apareció el fantasma de la pandemia denominada gripe española, que mató a más de 40 millones de personas alrededor del planeta. Y ni hablar de la Segunda Guerra Mundial, que sucedió entre 1939 y 1945, también con consecuencias de inusitada gravedad; muertes masivas de civiles en el Holocausto, donde los nazis sacrificaron a cientos de miles, utilizando el gas zyklon B. Esa conflagración que hizo ‘debutar’ a las bombas nucleares; en conclusión, toda la ciencia para destruir la humanidad.

Escuchaba hace pocos días a un especialista en armamentos militares y analizaba con mucha preocupación el avance que ha tenido la implementación de las llamadas armas biológicas, cada vez más sofisticadas y letales. Sus fórmulas con base en virus y bacterias, potenciando microorganismos y toxinas inoculados biológicamente. Con ese comentario de un experto uno comienza a pensar en qué mundo nos ha tocado subsistir.

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Es verdad que estamos bajo la amenaza de esos niveles de experimentación y quien quita que la pandemia del COVID-19 sea un mortal descuido experimental por ese desaforado afán de poseer tecnologías de destrucción masiva. Posiblemente no se pueda aseverar tajantemente, pero tampoco nadie podrá descartar esta mortal hipótesis. Pienso que esas conflagraciones mundiales, las catástrofes naturales, las epidemias, las pandemias nos obligan a concienciarnos sobre cuánta responsabilidad tiene la humanidad en acercarse cada vez más a la revelación bíblica del apocalipsis.

Las consecuencias del coronavirus ya se han comenzado a sentir; la economía mundial golpeada, el desplome de las principales bolsas de valores del mundo, los puertos y los aeropuertos cerrados, los países en completa cuarentena, las sociedades restringidas, mientras el número de contagiados aumenta exponencialmente.

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Nos hemos quedado sorprendidos por la decisión del presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, de no suspender los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Nadie está exento ni inmune. Que se entienda que no es una enfermedad de viejitos, es también de los jóvenes. Esta pandemia no hace distinción de razas, credos, ni de edades, si no cómo entender que gran cantidad de deportistas de élite están contagiados. Por ejemplo, cinco futbolistas del Valencia español, diez de la Sampdoria italiana, dos del Hannover alemán, el básquet norteamericano con gran cantidad de jugadores de la NBA, donde encontramos contagiado al famoso Kevin Durant. Pero mientras muchos dirigentes postergan o clausuran eventos deportivos nos hemos quedado sorprendidos por la decisión del presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, de no suspender los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, programados para realizarse en junio próximo.

Bach ha declarado que “no es el tiempo para tomar decisiones drásticas”. Está muy desubicado cuando menciona que espera pronto tener ya completa la clasificación a este magno certamen. En buena hora que esas declaraciones, que rayan en la estupidez, fueron repudiadas por varios deportistas olímpicos y exdirigentes; además, considero que la presión internacional hará recapacitar al COI.

Salvo ciertas excepciones, el deporte en general se ha paralizado. El fútbol dio los primeros pasos al aplazar el inicio de las eliminatorias al Mundial de Catar. La Copa América y la Eurocopa se pasaron para el 2021; las copas Libertadores y Sudamericanas deben fijar fecha para la reanudación. Mientras tanto, en nuestro país, la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) sufre las consecuencias de la suspensión de la Copa América 2020 y se ha comentado que aquello pone en riesgo la ejecución presupuestaria del año, pues la Federación dejaría de percibir más de $5 millones.

Uno de los directivos de la Ecuafútbol se preguntó: “¿Y ahora cómo le pagamos la remuneración al cuerpo técnico y al director deportivo español?”. Y si como eso fuera poco, también se conocieron las diferencias internas del directorio de la FEF. Algunos de sus miembros cuestionaron que el holandés Jordi Cruyff haya abandonado el país sin tener la correspondiente autorización, pero además critican la poca previsión que tuvo para evitar el nuevo alejamiento del lugar de trabajo.

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En tanto, el presidente de la Federación (Francisco Egas), apremiado por esos cuestionamientos, explicó que dio la autorización por un tema humanitario y que en su ausencia del país Cruyff trabajará desde su domicilio con el uso de las nuevas tecnologías que han sabido implementar.

La verdad que a estas alturas no cabe entrar a conflictuar en asuntos que no son prioritarios, considerando que estamos inmersos en temas de mucha gravedad. Terminan siendo discusiones inútiles e improcedentes por el momento; ya habrá tiempo para analizar los procedimientos, la conducta y los resultados del trabajo del cuerpo técnico de nuestra Selección.

En este tiempo de incertidumbre que la emergencia sirva para unirnos y para tomar conciencia de cómo cuidarnos. La única manera de ganar esta guerra al coronavirus es siendo responsables, solo así venceremos a este flagelo que nos agarró descuidados; hoy vale recordar el pensamiento de Alejandro Magno: “De la conducta de cada uno depende el destino de todos”. Y pensar que lo escribió en el año 320 antes de Cristo.

Cuando recuperemos la calma los temas pendientes como el de la economía, la producción, los problemas sociales, la delincuencia, la política y por supuesto también el deporte, necesitarán el tiempo adecuado para encontrar las soluciones. Hoy está en juego lo más importante, que es la vida. (O)