Debieron transcurrir casi dos años desde ese malhadado partido que jugó la Selección en Quito contra Argentina, que confirmó la eliminación del Mundial de Rusia 2018. Y no solo que Argentina nos ganó 1-3 con tres goles de Lionel Messi, sino que ese partido significó la clasificación gaucha, pero todo no quedó ahí. Ocurre que ciertos periodistas en Argentina se encargaron de manchar la honra de nuestro fútbol, que hubo una aventura de cinco jugadores ecuatorianos, que osaron organizar un tour parrandero horas antes del partido, además de ese desafuero a los trasnochadores, descubiertos en sus travesuras, sorpresivamente los incluyeron en la nómina que participó en el partido.

Esas inclusiones generaron el repudio de propios y extraños, que no llegaban a comprender la liviandad con que se manejó antes, durante y después del partido, la gravedad de la falta, considerando que en la práctica nunca fueron sancionados como correspondía.

Y digo que han pasado 22 meses de tan comentada eliminación porque todos pensábamos que el escarmiento por la culpa compartida de tal fracaso debía ser suficiente como para encontrar la enmienda que sirva de reparación. Confiábamos en que el análisis del fracaso, en su fondo, permitiría la rehabilitación de nuestra imagen, pensábamos que era necesaria la incorporación de personas idóneas que puedan sustentar y diseñar el proceso del cambio generacional que tanto exigía nuestro fútbol. Pero lamentablemente nada de eso sucedió. Y con los tiempos del periodo que estaba por fenecer, la Federación Ecuatoriana de Fútbol se volvió a tropezar con la misma piedra.

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La anterior dirigencia de la FEF se volvió a equivocar al contratar al colombiano Hernán Darío Gómez y entregarle todas las responsabilidades para conducir la tan cacareada ‘nueva era’ de nuestro balompié. Teníamos el presentimiento de que el Bolillo y su cuerpo técnico seguían viviendo en los viejos tiempos y pronto se confirmó que estábamos en lo cierto.

Y como si al fútbol ecuatoriano le sobrara el tiempo y la plata, el Bolillo desperdició más de un año y se embolsó casi $ 3 millones, destruyendo el proyecto y blanqueando las finanzas de la Federación. Después del daño emergente y lucro cesante que causó la contratación de Gómez vimos con buenos ojos la decisión de la nueva directiva de la FEF, presidida por Francisco Egas, de dar por terminado el contrato que vinculaba al colombiano con la entidad.

Luego de la culminación legal de esa etapa fallida y entreverados con el escándalo del piso 17, los directivos de la FEF han ofrecido un nuevo proyecto a largo plazo y un manejo integrado de las selecciones.

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Para aquello también han puesto las miradas en el Viejo Continente, a sabiendas de que desde hace algunos años demuestran excelencia en las metodologías utilizadas y que para nuestro medio calzarían muy bien. Como ejemplo cercano tenemos a Colombia, que se tomó todo el tiempo necesario para escoger e identificar el perfil del entrenador europeo que deba comandar su proyecto. Y considero que acertaron porque en la Copa América 2019 comenzaron a mostrar los primeros rastros de la conversión.

Todos recordamos que a finales de los años 80 arribó al país el DT montenegrino (parte de la ahora desaparecida Yugoeslavia) Dusan Draskovic, tras una silenciosa y efectiva gestión de Carlos Coello Martínez, expresidente de la FEF. El europeo vino con otros sistemas y métodos que consiguieron superar la autoestima y el convencimiento de las cualidades del futbolista nacional. Nadie puede desconocer que la presencia de Dusan marcó un antes y un después de nuestro fútbol. Transcurrido tanto tiempo de aquel arribo pienso que vivimos el momento adecuado para encontrar una nueva experiencia que venga de esos lares.

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Confiamos en que la FEF, en esta nueva oportunidad, acierte y se pueda conseguir estabilidad en un nuevo proceso que trae consigo una coyuntura especial: abrir las puertas para una nueva generación de futbolistas, con selecciones juveniles exitosas, con gran futuro, más otros jugadores jóvenes que fueron marginados por el oscurantismo con que han manejado nuestra Selección los últimos tiempos.

La FEF tiene la obligación de instaurar programas de formación integral, no solo en educación y valores éticos, sino evidenciar en la práctica que sus propuestas son realizables.

Tal cual lo dijo Francisco Egas: “Hemos recibido una FEF en un estado de descomposición general, en lo administrativo, financiero y en su cultura organizacional, y es evidente que esa descomposición también ha contagiado a nuestra Selección”. De lo que sí estamos claros es de que pese a este grave diagnóstico aquello no exime a la nueva dirigencia de responsabilidades, ni puede quedarse en retórica conmovedora. Ellos son los obligados a cambiar el estado de calamidad en que declaran haber recibido a la FEF.

Con estas premisas incondicionales confiamos en que la nueva era está por venir. Tal vez se tome su tiempo porque los procesos reivindicatorios siempre requieren perseverancia y paciencia. Solo pedimos que la actual dirigencia de la FEF sea coherente con sus enunciados, como que el objetivo no debe ser un rol protagónico en un torneo o alguna clasificación mundialista porque es más importante desarrollar un proyecto sustentable y permanente. La FEF tiene la obligación de instaurar programas de formación integral, no solo en educación, en principios y valores éticos, sino evidenciar en la práctica que sus propuestas son realizables.

El recambio definitivo es una prueba muy alta para la actual directiva, que ha sido enfática al mencionar que el futbolista seleccionado deberá someterse a un código de conducta aleccionador y a su vez sancionador. Sobre este tema reitero mi opinión: no concibo que a un seleccionado de nuestro país deba imponérsele un marco regulatorio de comportamiento, cuando creería que es suficiente un manual de valores y estándares de procedimientos que tenga como argumentos indispensables el respeto y la honra a los colores patrios y su representación.

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Es ahora o nunca, después de que conocemos a ciencia cierta y con pruebas documentales que gran cantidad de jugadores de la Selección no tuvieron ni el respeto para con nuestra camiseta y peor con los sentimientos que guardan los hinchas. En esta coyuntura nacida de la decepción, tenemos la oportunidad de cambiar la mentalidad del jugador de fútbol ecuatoriano para que entiendan que es verdad, que los símbolos patrios reconocidos oficialmente son el pabellón patrio, el escudo y el himno nacional. Pero que existen otros símbolos patrios que, sin ser oficiales, merecen respeto por la tradición y por la esencia e identificación con nuestras querencias, como por ejemplo nuestra música (pasillo, sanjuanito, etcétera), que también son símbolos de nuestra nacionalidad. Y ni hablar de la camiseta de nuestra Selección, que merece una consideración digna de un elemento consagrado.

Sin estas valoraciones, un deportista que vista la piel de la Selección es capaz de realizar los desafueros y las inconductas más descaradas. Si lo hacen, nunca más deben atreverse a reclamar para sí un puesto en ninguna representación nacional. Para ellos, ni perdón ni olvido; bienvenidos los jóvenes y también todos aquellos experimentados que están dispuestos a defender a la Tricolor como debe ser, con honor y respeto. (O)