Cuentan que todos los cuadros del maestro Oswaldo Guayasamín dejaban un mensaje de dolor. Era para que las miradas se vuelvan más condescendientes ante el sufrimiento cotidiano de los pueblos de las laderas, de los páramos, de los humildes. El pintor ecuatoriano siempre repetía: “Mi pintura es para herir, arañar y golpear en el corazón de la gente”. La pintura de Guayasamín, a veces despiadada, mostraba a los desamparados de la sociedad ecuatoriana, a los de infancia pobre pero que pueden sonreír en la escasez material, porque aunque sus vidas están colmadas de angustias mustias sus espíritus están plenos de fe.

Las obras del maestro Guayasamín describían “pueblos de barro negro, en tierra negra, con niños embarrados de lodo negro, hombres y mujeres con rostros de piel quemada por el frío, donde las lágrimas estaban congeladas por siglos hasta no saber si eran de sal o de piedra”. Mientras, Richard Carapaz, sin olvidar sus orígenes, muestra el cuadro que le faltó pintar a Guayasamín. La obra del carchense fue el complemento y su imagen recorrió el mundo, al terminar los últimos kilómetros del Giro de Italia, al detener el caballito de acero y dejar caer lentamente la cabeza contra el timón.

Carapaz se encontró con el silencio, en un acto solemne de su conciencia, y unió sus lágrimas con el recuerdo de los rostros de Guayasamín. Agradeció a Dios, levantó la copa de espiral infinito, y uniformado con la maglia rosa ascendió al podio mostrando una serenidad que contrastaba con las lágrimas que derramamos muchos ecuatorianos al escuchar las notas del sagrado himno nacional en el coliseo de Verona.

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Las más de 90 horas recorriendo el asfalto italiano, desafiando las montañas alpinas y sus pendientes, los climas helados, el viento, el cansancio que fueron compañeros en su rutina durante esas tres semanas.

Los expertos en ciclismo dicen que estas grandes carreras, como son el Tour de Francia, la Vuelta a España y el Giro de Italia, ningún ciclista puede ganarlas solo. Aunque lo que más importa es su fortaleza física y la resistencia al sacrificio, su capacidad mental y su habilidad, es también fundamental el trabajo en equipo y Carapaz lo tuvo y lo supo aprovechar.

Esa también es parte de las razones del éxito. Es como si le preguntaran al empresario exitoso, o al más célebre estadista, o político reconocido si lo puede hacer solo. Por eso, sobre este tema, siempre estará en vigencia el pensamiento de Michael Jordan: “El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan competiciones”. Y en esto del bicicleteo de alta competencia, siempre debe existir un líder del team y los llamados gregarios, los peones, aquellos que se van desgastando y protegiendo al líder para que este se mantenga en ritmo vencedor.

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Y Carapaz era un gregario importante hasta que se sublevó y terminó siendo el protegido, al que había que honrar en sus desplazamientos. No se puede ser campeón si corres solo, sin el apoyo del equipo, ni tampoco lo puedes hacer si el equipo no te apoya, como sucedió con un favorito, como el esloveno Primoz Roglic, que terminó corriendo solitario.

De todos los mensajes que nos deja el épico triunfo de la Locomotora de Carchi, como bien lo bautizó el narrador Mario Sábato, quien a punta de expresiones coloquiales, como “échale más leña verde”, dimensionó, desde sus conocimientos, lo que para nosotros era ignorancia. No sabíamos de ciclismo antes de la incursión de Carapaz en estas aventuras alucinantes.

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El mensaje potente lo dio el mismo Carapaz cuando le pidió al presidente Lenín Moreno que apostara por la juventud y el talento deportivo del país. “Yo he dado el primer paso y quisiera que nos sigan apoyando. Hay que buscar la cantera y seguirla explotando, porque hay mucha calidad no solo en el ciclismo, sino en todos los ámbitos. Lástima que no veían el ciclismo como un deporte favorito. Pedir apoyo en el Ecuador era como gritarle a un sordo”.

Eso es lo que yo denomino un llamado a la conciencia y que por coincidencia el 4 de mayo anterior, en mi columna titulada ‘Carta al presidente Lenín Moreno’, le solicitaba entre algunas cosas que el deporte sea considerado parte de la política de Estado y que se permita que la empresa privada aporte al deporte y que a cambio tenga beneficios tributarios. Creo solo así el pedido de Carapaz será posible de concretarse, en caso contrario seguiremos entregando merecidas condecoraciones, esperanzados de que por ahí, en la próxima década, aparezca otro héroe por obra y gracia de su causa; como se diría en latín por motu propio et per se (por su propia iniciativa y por sí mismo).

Los ejemplos de los éxitos deportivos ecuatorianos nos hacen presumir que somos especialistas en éxitos individuales y que pocos son triunfadores en deportes colectivos. ¿Acaso es porque la costumbre ha permitido sociedades individualistas? ¿O es pura reivindicación por la mortificación del pasado?, como lo explica Ana Luisa Montenegro, madre de Carapaz, quien dice: “El campo sí que es duro, pero enseña a ser fuerte”.

El domingo 2 de junio de 2019, el Ecuador entero se levantó temprano. Muchos modificaron el horario para ir a misa, otros se acostaron temprano y evitaron la noche anterior que el chuchaqui los privara de ver la partida, desde la Fiera Verona, para luego ascender el Torricelle a 277 metros y descender a más de 40 km por hora hasta la Arena de Verona, a través de 17 kilómetros que lo separaban a Carapaz de la consagración.

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Todo Carchi se contagiaba del entusiasmo y se llenaba de nervios. Los vientos helados soplaban más fuerte en Playa Alta, la localidad que vio nacer al héroe; en el mercado de Tulcán, todos parecían especialistas del ciclismo –y vaya que razón tienen en serlo si es la tierra de viejos campeones como Jaime, Hipólito Pozo, Carlos Montenegro, Héctor Avilés, Juan Carlos Rosero, Byron Guamá, entre los que más destacaron–.

Las tomas de la televisión mostraban a partir de las 09:42 el andar cadencioso, rítmico de Carapaz, que parecía un equilibrista bajando a toda la velocidad programada por esa culebrera vía, mientras nosotros frente al televisor pedaleábamos nuestra ansiedad. La Locomotora de Carchi fue consumiendo con leña verde, que es lo que le exigió el recorrido, y de ahí para adelante el éxtasis. Nuestro compatriota grababa un nuevo nombre en el trofeo de oro Senza Fine, con la maglia rosa y la Tricolor como capa hicieron la fotografía perfecta para la posteridad.

Oswaldo Guayasamín comenzó a pintar el cuadro en los inicios, mostrando esas manos sucias y cuarteadas por el frío, y Richard Carapaz lo terminó con su firma y rúbrica, mientras todo Ecuador cantaba esa última estrofa del pasacalle Soy del Carchi, que dice: “Este pedazo de suelo carchense, que no se iguala en todo el Ecuador, este pedazo de suelo carchense es un orgullo para el Ecuador”. (O)

 

“Pedir apoyo (para el ciclismo) en el Ecuador era como gritarle a un sordo”, lamentó Carapaz. Es otro héroe de nuestro deporte por obra y gracia de su causa, por su iniciativa y por sí mismo".