El último 19 de marzo, el presidente Jair Bolsonaro se reunió en Washington con Donald Trump y, a manera de presente, le entregó la camisa 10, la verdeamarelha que universalizó el Rey Pelé en Suecia 1958. Que es como decirle “estos somos nosotros, esto representa nuestra grandeza, nuestra gente, las playas de Copacabana, el samba, la bossa nova, el carnaval, Xuxa, Vinicius, Roberto Carlos, Jorge Amado, todos… todos estamos cobijados por ese pedazo de tela gloriosa que nos hizo célebres...” Esa 10 amarilla simboliza a una nación entera.

Una sempiterna conjunción de astros engordaba las vitrinas de trofeos y mantenía el prestigio intacto. Pero (es un pero enorme como un morro, como el Corcovado) esa 10 está destiñendo a pasos veloces. Hace mucho tiempo el futebol brasileiro luce más insípido, menos colorido y agraciado. No obstante, por años seguían acompañándolo los resultados a favor de tener siempre varios fenómenos en campo. Ya no estaban Pelé y Garrincha, tampoco Gerson, Tostao o Rivelino, ni Zico, Falcao y Sócrates; se fueron extinguiendo Romario y Bebeto, Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho. Pero alcanzaba con un Kaká y algunos escuderos de lujo tipo Dani Alves, Marcelo, un comisario como Lucio y otros eficientes, caso Zé Roberto, Luis Fabiano, o los esporádicos Adriano y Robinho. 

Ahora también le son esquivos los triunfos. Aquel 1 a 7 ante Alemania en Belo Horizonte (el Mineirazo), en su Mundial, fue una suerte de bisagra para que todos palparan la realidad. El juego, que era el gran tesoro de Brasil, se fue perdiendo por la proliferación de técnicos pragmáticos que priorizaron la defensa y lo físico al ataque y lo lúdico. Son los Parreira, Lazaroni, Scolari, Dunga (larga lista). Y los resultados comenzaron a ser adversos porque ya no están los monstruos, que salvaban cualquier situación. Hay dos factores adicionales: a) se perdió el miedo a los equipos brasileños, que paralizaba a los rivales; y b) el resto del mundo avanzó, mejoró.

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Una lista somera ilustra su declinación:

-En Qatar 2022 Brasil completará veinte años sin un título mundial.

-Después de ganar 10 de los últimos 12 Sudamericanos Sub-17, su Selección fue eliminada en primera fase del torneo que se terminó el domingo. Igual jugará el Mundial por ser anfitrión.

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-En las últimas cuatro ediciones del Sudamericano Sub-20, donde acaparaba los títulos, lleva tres eliminaciones en primera fase y un cuarto puesto.

-Luego de encabezar durante 12 años el Ranking Mundial de la FIFA, Brasil lleva otros 12 sin alcanzar el primer lugar. Y en 2013 llegó a estar 22°.

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-También suma 12 años sin ungir un Balón de Oro, el último fue Kaká en 2007.

-Su única gran figura internacional hoy es Neymar. Luego hay un puñado de menor rango, caso Willian, Coutinho, Gabriel Jesús.

Pero los disparadores de alerta fueron, en estas últimas semanas, tres resultados puntuales: 1) En el Sub-20, Venezuela venció a Brasil 2 a 0 dándole, además, un joropo. 2) La selección mayor empató 1-1 con Panamá, que hasta no hace tanto era la número 150 del escalafón FIFA. 3) En el último partido de grupos del Sub-17, Argentina, que debía ganar por 3 a 0 para pasar de fase, derrotó a Brasil 3 a 0, lo cual no sería tan dramático; dramática fue la superioridad: pudo haberle hecho diez. 

“¿En qué momento se jodió el futbol brasileño, Zavalita…?”. Parafraseando a Vargas Llosa, dos cariocas o paulistas o mineiros podrían escarbar, en algún bar del gigantesco país amazónico, la raíz del problema que aqueja al medio que fue, sin discusión posible, el más admirado de la tierra, la patria del jogo bonito y de al menos una docena de los más grandes supercracks que el mundo ha visto.

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“El Sub-17 ahora consiguió el milagro de quedar entre los cuatro peores. Nuestro nivel pasó a ser el de Bolivia, Venezuela… Y en ese Sub-17 está nuestro futuro. ¿Por qué ya desde la base estamos viendo que los rivales no temen más a Brasil?”, cuestionó Galvão Bueno, el relator estrella de la TV del país. “El Brasil piensa que debe ganar porque siempre fue bueno, pero se quedó en el tiempo. En juveniles también estamos sufriendo”, apuntó Rogério Micale, DT que dio la última alegría al ganar el torneo olímpico de 2012. Hay un gran debate sobre qué hacer en el fútbol de menores, pues surgen muy pocos talentos, cuando antes brotaban en las esquinas.

“El fútbol brasileño sufre particularmente de un mal derivado de la derrota en el Mundial ’82, que causa efectos hasta hoy -dice Marcos Uchôa, jornalista de la TV Globo-. Aquella seleçción tenía un medio con Toninho Cerezo, Falcão, Socrates y Zico. Fue el mediocampo de toque de bola más brillante que tuvimos. No estoy diciendo que es el mejor de la historia, pero sí era estéticamente el que daba más placer de ver jugar. Esa derrota generó una reacción equivocada y absurda de que <<jugar bonito no sirve, lo importante es ganar>>. Como si Brasil hubiese ganado en 1958, ‘62 y ‘70 jugando feo... El resultado de eso fue que a partir de ahí se pasó a valorizar a volantes de marca, de muchos pulmones y poca técnica. Nunca más hubo un crack en el medio, nadie del nivel de aquellos cuatro. Ronaldinho y Rivaldo jugaban adelantados. La zona más importante de un partido se vio privada de inteligencia y habilidad”.

El genial Tostao toca el tema en su columna del miércoles en Folha de São Paulo: “Las selecciones Sub-17 y Sub-20 de Brasil actúan igual que los clubes, con exceso de pelotazos y balones aéreos. Dejan muchos espacios entre líneas. Viven de arremetidas y lances individuales aislados. Hay poco intercambio de pases, triangulaciones y dominio de pelota y del juego. Aún así, existe en Brasil una adoración por los técnicos de las categorías de base y de los equipos principales. Justifican que son modernos, científicos y que usan muy bien la tecnología y las estadísticas. Pero el saber no es la suma de números. Los números deben ser analizados por lo que sucede en el juego. Los números no explican ni definen una actuación o un partido. También veo una gran dificultad emocional de los jugadores de las selecciones juveniles, y la principal es tomar decisiones dentro del campo que no fueron planificadas”.

Todos los observadores coinciden, las cosas están mal y pintan peor. “La globalización del fútbol es un problema. La FIFA no logra frenar la ambición de clubes extranjeros, con mucho más dinero, que vienen buscar jugadores cada vez más jóvenes. No hay protección para los equipos sudamericanos que pierden sus jugadores tempranamente”, acota Jorge Luiz Rodrigues, periodista carioca de prestigio. “Otro punto es técnico y de entrenamiento. Se valora mucho más si el chico es grande y fuerte, cuando debería valorarse la habilidad, el talento -agrega Jorge-. No se entrenan muchos fundamentos como el cabezazo, el centro, tiros al arco, penales, tiros libres etc. La CBF ha cambiado mucho a los responsables y entrenadores de las categorías Sub-17 y Sub-20, pero creo que está perdida y no sabe mucho qué hacer en este momento”.

Chico Maia, cronista mineiro, asistente a nueve Mundiales, ve otro factor de incidencia: “La Ley Pelé aniquiló a los pequeños clubes formadores de atletas. Les quitó el poder y las posibles retribuciones que tenían en negociaciones de las promesas juveniles y las transfirió a los empresarios y representantes, que ahora son los dueños de las carreras de los meninos. Eso, además de facilitar la salida de los jugadores siendo muchachitos para Europa, sin pasar por los clubes grandes de Brasil. Como consecuencia, nuestros equipos se llenan de repatriados que vuelven de Europa gastados o viejos, o mismo de aquí de Brasil. Es una rueda perversa y no hay perspectivas de mejora”.

La única buena noticia es Tite, dice Chico: “Él es muy buen entrenador, pero ya no tiene tanto apoyo como al inicio, cuando había una expectativa general de que acabase con la Neymardependencia. Repitió el error de Dunga y le dio el brazalete de capitán. Él no tiene carácter para eso. Un gran jugador, no hay duda, pero sin espíritu de grupo”. (O)