La pasión del que se convertiría en el partido más representativo y tradicional del fútbol ecuatoriano ya existía en 1948, cuando Barcelona y Emelec tenían apenas un lustro de enfrentamientos en los torneos amateur de la máxima división de la Federación Deportiva del Guayas –el certamen de balompié más importante de la época– y en los amistosos que ambos protagonizaban con inusual bravura. Pero ese duelo no tenía un nombre.